El padre de una de las víctimas de la T-4 en Barajas recuerda el atentado de ETA al cumplirse su cuarto aniversario. La posibilidad de que la banda decida una tregua permanente vuelve hoy a copar la actualidad política. Esta vez, rodeada de un profundo escepticismo que se remonta, precisamente, a aquel 30 de diciembre.
Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate se encontraban hoy hace cuatro años en el aparcamiento de la T-4 del aeropuerto de Barajas cuando ETA lo hizo saltar por los aires. Las dos víctimas, de nacionalidad ecuatoriana, dormían en sendos vehículos cuando la bomba hizo explosión y acabó por sepultarlos entre amasijos de escombros. No tuvieron ninguna oportunidad. La organización terrorista eligió la víspera de Nochevieja, una de las fechas en las que se registra un mayor tránsito de viajeros, para hacer añicos el último alto el fuego permanente. Cuatro años después, la posibilidad de que la banda decida una tregua permanente vuelve a copar la actualidad política. Esta vez, rodeada de un profundo escepticismo que se remonta, precisamente, a aquel 30 de diciembre, en Barajas.
Diego tenía 19 años y apenas llevaba dos en España cuando ETA cortó de raíz su vida. Antes residía con su madre, Jacqueline Sivisapa, en Italia donde cursó sus estudios. «Era un chaval ‘amiguero’ (sociable) que siempre decía que quería ser científico», le describe su padre, Winston Estacio. Aquella fatídica mañana el joven acompañó a su novia al aeropuerto para recoger a los padres de ésta, que decidieron viajar desde Ecuador para pasar las Navidades junto a su hija. Diego, que había empezado a trabajar en la construcción para «poder ahorrar y comprar un piso» -tenía alquilada una habitación-, se quedó en el coche, donde aprovechó para echar una cabezada.
Con la voz temblorosa, Winston recuerda como si fuera hoy aquel día, y los que le siguieron, hasta que localizaron el cadáver de Diego. «Me llamó por teléfono llorando la novia de mi hijo y me dijo que había estallado una bomba. De la misma, salí corriendo hacia Barajas», relata a este periódico. Cuando llegó, los equipos del rescate le informaron de que el joven no figuraba en el listado de 48 heridos causados por el atentado y se encontraba desaparecido desde el momento de la explosión y el desplome del edificio.
Las esperanzas de que Diego pudiera seguir con vida se fueron esfumando a medida que pasaban las horas y no había noticias. «En un principio piensas que igual no estaba en el coche o que había podido salir, pero, al final, te pones en lo peor», asegura. Duele mirar hacia atrás. «Si hubiese sido una enfermedad o un accidente te lo tomas de otra manera. Pero así, de esa forma… Tan duro, tan difícil. Me acuerdo de él todos los días. El asesinato de un hijo no se supera nunca. Prefería haberme ido yo», se sincera.
Winston, que ha sufrido las consecuencias de la crisis económica y lleva tres años sin encontrar trabajo, atesora en su memoria «las largas conversaciones» que mantenía con Diego: la última, durante la cena de Nochebuena de 2006, una semana antes del atentado. Tiene muy claro que «la plata no te devuelve a un hijo» y sólo espera que «Dios dé su castigo» a quienes mataron al suyo. La Audiencia Nacional condenó el pasado mes de mayo a un total de 3.120 años de cárcel (1.040 años para cada uno) a los etarras Mattin Sarasola, Igor Portu y Mikel San Sebastián por volar la terminal T-4 de Barajas.
La familia Estacio ofrecerá una misa hoy en Madrid, ciudad en la que reside, en recuerdo del joven. Su padre no entiende de treguas ni de altos el fuego. Pero sí sabe lo que es el terrorismo. Desde hace cuatro años, más que nunca. «Las bombas no sirven para nada más que para matar a gente y hacer sufrir a familias. Aquella vez fue mi hijo, pero mañana podemos ser cualquiera. Cuando asesinaron a Diego, fue como si mi vida también se acabara», repite.
Los allegados del joven ecuatoriano decidieron permanecer en un segundo plano tras el atentado. Apenas hicieron declaraciones y, aunque agradecieron a la sociedad el apoyo brindado, prefirieron recordar a la víctima en la «intimidad», «como si todavía estuviese aquí y el tiempo se hubiera congelado», manifestó en el primer aniversario la madre de Diego, Jacqueline Sivisapa. Uno de los últimos actos públicos en los que participaron fue el homenaje que la Fundación Fernando Buesa rindió en 2007 en Vitoria al ex dirigente socialista asesinado también a manos de ETA. El cuerpo de Diego Armando Estacio descansa desde el 8 de enero de 2006 en el cementerio de la localidad ecuatoriana de Machala.
«Era el brazo de todos»
Carlos Alonso Palate, al igual que Diego, había acudido aquella mañana a Barajas para acompañar a un amigo de la infancia, que iba a recoger a su esposa, de regreso de una visita a Ecuador. Estaba a punto de sacar el permiso de conducir y aprovechó el trayecto para refrescar los conocimientos de cara al examen. Una vez allí, prefirió quedarse en el coche y recuperar algo de sueño. Palate, de 34 años, trabajaba en una fábrica de plásticos -antes lo había hecho de albañil- y había emigrado a España para mantener a su familia, que vivía entonces en el pequeño poblado andino de San Luis de Picaihua. Ahora, residen en Valencia. «El tiempo no quita el sufrimiento. Tengo un sentimiento de gran dolor. Yo le pedía a Carlos que regresara pronto, pero me lo llevaron a casa para enterrar», expresó su madre, María Basilia Sailema apenas dos meses después del atentado.
La fatalidad se cebó con la familia Palate. María, con una minusvalía en la visión, tenía a su cargo a sus hijos Luis Jaime, de 28 años, que también padece una afección en un ojo a causa de una pedrada, y Luis Giovanni, de 25, quien sufre de epilepsia debido a una paliza propinada dos años antes del atentado por varios desconocidos. «Carlos era el brazo de todos. Nos hubiera gustado venir aquí por nuestro esfuerzo, no por perder a un hermano que fue como un padre», subrayaba Luis Jaime días después del atentado. Su tío, Oswaldo Sailema, que fue el encargado de reconocer el cadáver, tiene grabada una frase de su sobrino: «Si no fuera por mí, ¿qué pasará allá con mi familia?».
Dos placas recuerdan a Diego Armando Estacio y a Carlos Alonso Palate en las mismas parcelas del aparcamiento en las que les sorprendió la explosión de la furgoneta bomba que acabó con sus vidas hace hoy cuatro años.
DIEGO ARMANDO ESTACIO
Natural de la localidad ecuatoriana de Machala, Diego Armando Estacio había acudido ese día a Barajas a acompañar a su novia, cuyos padres viajaban desde Ecuador a Madrid para pasar la Nochevieja. La explosión le sorprendió mientras esperaba, dormido, en el coche. Tenía 19 años y trabajaba en la construcción.
CARLOS ALONSO PALATE
La bomba sorprendió a Carlos Alonso Palate echando una cabezada en el coche de un amigo, con el que había acudido al aeropuerto para recoger a la esposa de éste. A sus 34 años trabajaba en una fábrica de plástico. Había emigrado a España para poder mantener a su familia, que seguía viviendo en San Luis de Picaihua.
EL CORREO, 30/12/2010