El martes 17 de marzo de 1992, un atentado terrorista destruyó la embajada de Israel en Buenos Aires causando la muerte de 22 personas y heridas graves a 242 más. Dos años después, lunes 18 de julio de 1994, un coche bomba redujo a escombros la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en la capital, con un saldo de 85 muertos y 300 heridos. Casi 300.000 personas de ascendencia judía viven en Argentina, el 80% de las cuales en Buenos Aires. Después de 12 años de investigación, la justicia argentina, con aportaciones de los servicios de inteligencia americanos e israelíes, acusó formalmente al gobierno de Irán de planificar un atentado que, como mano de obra, fue llevado a cabo por la organización terrorista libanesa Hezbollah, que alienta y financia Irán. Argentina había sido elegida como blanco del ataque tras la decisión de su Gobierno de suspender toda transferencia de tecnología nuclear a Irán. Todos los Gobiernos argentinos desde entonces han tratado de entorpecer la labor judicial. El 13 de enero de 2015, el fiscal Alberto Nisman tuvo los santos redaños de presentar una denuncia contra la entonces presidenta Cristina Kirchner como supuesta encubridora de los atentados, pero 5 días después, horas antes de presentar su informe al Congreso, Nisman apareció muerto de un disparo en la cabeza en su apartamento de Buenos Aires. Tan cerca como el pasado jueves 11 de abril, casi 30 años después de aquella masacre, la Cámara Federal de Casación Penal, máximo tribunal penal argentino, dictaminó que ambos atentados “respondieron a un designio político y estratégico de la República Islámica de Irán y fueron ejecutados por la organización terrorista Hezbollah”. El fallo sostiene que la voladura de la AMIA fue, además, un crimen de “lesa humanidad”, abriendo la puerta para que Argentina demande formalmente a Irán. El presidente Javier Milei aplaudió el fallo judicial, y su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, afirmó que el Estado argentino, que ha cursado órdenes de detención a la Interpol contra miembros del Gobierno iraní, promoverá el enjuiciamiento criminal de los prófugos por el atentado.
Prácticamente hay que buscar con lupa en internet para encontrar en la gran prensa occidental, esa que ahora derrama ríos de tinta hablando del “genocidio” israelí en Gaza, la noticia del trascendental fallo de la justicia argentina condenando a Irán como autor intelectual de esas matanzas. Ni una línea en los medios españoles. Estuve en ese país de vacaciones hace pocos años. Me impresionó su gente, su amabilidad, su ansia por conocer de primera mano el mundo exterior, su cordialidad para invitarte a tomar un té en su casa por cualquiera que manejara cuatro palabras de inglés; me maravilló, sobre todo, su ansia de libertad, hasta el punto de considerar imposible el mantenimiento en tiempo de la dictadura de los Ayatollahs. El iraní es un pueblo excepcional, mayoritariamente laico, que sufre la represión tiránica de una odiosa casta religiosa. La República Islámica se ha fijado como objetivo la destrucción del Estado judío, la única democracia plena existente en Oriente Medio. Y desde su fundación martillea las defensas de Israel por mano interpuesta desde Iraq, Siria, Líbano (Hezbollah), Yemen (Hutíes) y Gaza (Hamás). Asombra ver cómo la izquierda y una mayoría de medios toleran una tiranía sanguinaria que cuelga a los homosexuales de las grúas y reprime a las mujeres que se arriesgan a salir a la calle sin velo, mientras condena duramente a un país plenamente democrático cuyo Constitucional acaba de tumbar la pretensión del Gobierno Netanyahu de recortar la independencia de su poder judicial. Sobrecoge comprobar cómo el odio a Israel lleva a la izquierda española y mundial y a buena parte de los medios a apoyar a una dictadura atroz como la iraní.
Asombra ver cómo la izquierda y una mayoría de medios toleran una tiranía sanguinaria que cuelga a los homosexuales de las grúas y reprime a las mujeres
Porque, según esa izquierda y esos medios, Israel no tiene derecho a defenderse. No solo eso, sino que debería dejarse conducir mansamente hasta ahogarse en el mar, como reza el eslogan de moda que estos días corea el perroflautismo internacional. Como escribiera el judío lituano Wladimir Rabi, luego nacionalizado francés, “nosotros nunca olvidaremos. No podemos olvidar porque hemos sido los arrastrados del mundo. Contra nosotros todos han tenido licencia”. No había ninguna razón, ninguna provocación previa, para la masacre del 7 de octubre, el mayor pogromo de judíos ocurrido en un solo día desde el final de la II Guerra Mundial. La razón, como días atrás escribía Alain Finkielkraut, es que “para Hamás, la organización que gobierna Gaza con mano de hierro, no hay diferencia entre soldados y civiles: cada israelí, hombre o mujer, niño o anciano, es un enemigo, un criminal que debe ser eliminado”. No hay Estado que pueda permitir la existencia en su puerta trasera de una organización terrorista dispuesta a eliminarlo por la fuerza. ¿Cómo no entender, entonces, la represalia en Gaza tras lo ocurrido el 7 de octubre? Y, naturalmente, en toda guerra mueren inocentes, aunque los muertos en el “genocidio” gazatí han sido fundamentalmente terroristas de Hamás, gente que suele utilizar a civiles como escudos humanos. Lo explica el también galo Gilles-William Goldnadel: “Deploro sinceramente la muerte de niños en Gaza. Pero me niego a confundir a un terrorista que masacra voluntariamente a un civil, con un soldado que involuntariamente mata a un civil para alcanzar al terrorista que se protege detrás de su cuerpo”.
Seis meses después del 7 de octubre, de aquella matanza apenas se habla. Los muertos de Gaza han enterrado a los del kibutz en la tumba de una memoria colectiva manipulada por unos medios de comunicación dispuestos a infligir a Israel una doble derrota: la evidencia de su vulnerabilidad, no obstante el prestigio de que siempre han gozado su ejército y sus servicios de inteligencia, y la de verse hoy en el banquillo de los acusados por “genocida”. Impresiona la satisfacción con la que la prensa zurda utiliza impunemente el término “genocidio” contra el Estado judío. Los bombardeos occidentales sobre Mosul y Raqqa en 2017, con miles de víctimas, o los conflictos de Sudán o Congo, con millones de muertos y desplazados, por citar solo dos tragedias recientes, no han merecido ni la décima parte de crítica que ahora ha concentrado la ofensiva israelí en Gaza. Todo vale contra un pequeño pueblo de apenas 15 millones en un mundo habitado por 8.000 millones de almas.
Los bombardeos occidentales sobre Mosul y Raqqa en 2017, con miles de víctimas, o los conflictos de Sudán o Congo, con millones de muertos y desplazados, por citar solo dos tragedias recientes
Es la vieja retórica antisemita del totalitarismo soviético que no solo no desapareció con la caida del muro de Berlín, sino que, como al olmo seco del soneto de Machado, las lluvias de abril y el sol de mayo del suicidio de las elites occidentales han hecho brotar una poderosa rama de hojas nuevas dispuesta a reñir la vieja y singular batalla entre la libertad y la tiranía. Es el inconsciente judeofóbico siempre latente en un progresismo que, puesto que no puede con el “gran Satán”, Estados Unidos, destila todo su odio contra el “pequeño Satán”, Israel, travestido así en espejo o encarnación del Estado-nación occidental. Hablamos de un Israel convertido en doble víctima en su condición de blanco y judío, modelo involuntario de ese colonialismo occidental que esclaviza a los pueblos (puro pensamiento woke), en este caso a una Autoridad Palestina (no digamos ya a Hamás) que ha rechazado todos los acuerdos (paz por territorios) que le fueron ofrecidos en el pasado reciente. Es ese nuevo fascismo que se hace llamar a sí mismo “antifascista”, aderezado con el viejo antisemistismo de raíz nazi del que nunca ha abdicado la izquierda comunista y alrededores porque nunca tuvo su merecido Nuremberg.
Todos los medios que hablan de “genocidio” en Gaza y exigen la inmediata retirada del ejército israelí ponen un cuidado exiquito a la hora de ocultar la existencia de más de cien rehenes todavía en manos de Hamás, cuando a la organización terrorista, empeñada en la destruicción de Israel, objetivo al que ha sacrificado cualquier intento de proporcionar una vida digna a los habitantes del enclave, le resultaría muy fácil desmontar la estrategia israelí poniéndolos en libertad. ¿Cómo después de la masacre del 7 de octubre podría el Gobierno, ahora de concentración nacional, que preside Netanyahun retirarse de Cisjordania y aceptar la creación de un Estado palestino que pondría a todo Israel dentro del alcance de sus misiles? La República Islámica de Irán y sus brazos armados, Hamás entre ellos, no quieren la coexistencia con Israel, sino su exterminio, una situación igualmente desastrosa tanto para israelíes como para palestinos, que nos sitúa ante la abrasadora evidencia de que la única posibilidad de solución duradera capaz de hacer posible la coexistencia entre ambos pasa por la derrota definitiva del Islam radical y su incapacidad para causar daño. Pasa por derrocar la dictadura de los Ayatollas de Teherán.
En este avispero se ha metido un mediocre con ínfulas que responde al nombre de Pedro Sánchez, el Mélenchon hispano, el líder de esa Francia Insumisa, para quien el pogromo del 7 de octubre fue “una ofensiva armada de las fuerzas palestinas lideradas por Hamás”. Pedir la creación de un Estado palestino sin, al mismo tiempo, exigir el reconocimiento al derecho a existir del Estado hebreo, es de un cinismo sólo concebible en la barahúnda argumental de este pigmeo intelectual y moral, un cero a la izquierda en el plano internacional, experto en abordar problemas que no puede resolver. No deja de tener su gracia, por lo demás, que quien con saña persigue la destrucción de España y su ordenamiento constitucional pretenda arreglar un embrollo como el de Oriente Próximo. Sabemos lo que a este pájaro le importan palestinos y/o israelíes. Lo que trata, ha tratado, es de esparcir de nuevo tinta de calamar con la que ocultar durante unos días, lo que dure dura, su desastrosa posición interior, la situación de debilidad extrema de un Gobierno sin presupuestos que no puede gobernar, sumido en una aguda crisis institucional, con un delincuente en el exilio por socio preferente, rehén en el País Vasco -como hoy volverá a quedar en evidencia-, de los nacionalistas del PNV y de los filoterroristas de Bildu, y ahogado por la corrupción, corrupción que empieza por la que directamente afecta a la señora con la que, un suponer, se mete en la cama. Lo único genuinamente verídico que el conflicto palestino ha aflorado en él es su evidente antisemitismo. No le falta de nada. Todo lo tiene bonito mi María Antonia. Por lo demás, la gente decente siempre estará al lado de la civilización y en contra de la barbarie. Junto a Israel y contra Hamás.