- Sánchez no tenía bastante con humillarse ante Puigdemont y ahora lo hace con Mohamed VI, no sea que se enfade y revele lo de su teléfono
El presidente del Gobierno habrá regresado ya a La Moncloa, con un despliegue aéreo que valdría para invadir Ucrania: uno o dos Falcon, un helicóptero como el de «Black Hawk derribado» y un coche de gran cilindrada, todos con la correspondiente tripulación y los consabidos escoltas.
Se diría que ha ido él solo a Moscú a hacer entrar en razones a Putin, o a Gaza a poner en su sitio a Netanyahu o, en el peor de los casos, a recoger a Greta Thunberg al Ártico para preparar juntos la próxima Cumbre del Clima, a la que acudirán decenas de líderes de todo el mundo a quemar queroseno y a proponer que usted viaje en una diligencia tirada por burros, siempre y cuando los burros no hagan jornadas de trabajo de más de cinco horas y coman alfalfa ecológica aprobada por la Agenda 2030.
Pero no. En realidad volvía de Las Marismillas, el palacio arreglado con Fondos Europeos destinados a cambiar el «modelo productivo» de España, que en realidad ha servido para pagar gasto corriente, cautivar a jubilados y tal vez concederle a Begoña Gómez una oportunidad comercial con la que poner a prueba los conocimientos aprendidos en su Curso CCC por correspondencia.
La estampa lúdica de Sánchez, al que le gustan más unas vacaciones que al Tito Berni un chiste de gangosos en una cumbre con meretrices, contrasta con la bélica de Mohamed VI, que ha aprovechado la Semana Santa de todos los políticos aconfesionales que viven como Dios para invadir un poco Canarias.
Allí ha movilizado a la flota marroquí, en una lección impagable a Sánchez: mientras uno utiliza los recursos del Estado para anexionarse cosas, el otro la malgasta en ponerse tibio de langostinos de Sanlúcar, lo que ofrece un anticipo del futuro desenlace: la duda ya no es si Ceuta, Melilla, el Sáhara y Canarias serán de Rabat, sino si Covadonga y Santo Domingo de Silos no acabarán también rezando a La Meca con este Boabdil que tenemos por presidente.
Lo cierto es que Sánchez no ha dejado de bajarse la chilaba con Mohamed hasta el astrágalo desde que le descargaron toda la información que guardaba en su teléfono móvil, lo que parece sugerir una relación de causa y efecto entre el espionaje y su rendición.
Desde ese instante, Marruecos ha llenado Canarias de inmigrantes, ha colocado en España a sus camioneros pese a desconocer las más elementales normas de circulación, ha mantenido cerradas las fronteras comerciales con Ceuta y Melilla, se ha quedado con el Sáhara y, entre otras lindezas, ha redoblado sus mensajes bélicos hacia los territorios españoles ubicados en África.
Toda la respuesta de Sánchez ha consistido en hacerse el orejas o, peor, aceptar casi que Rabat acoja la final de un supuesto Mundial de España y Marruecos gestionado por Luis Rubiales, el socialista hoy caído en desgracia que cualquier día nos sorprende tirando de la manta desde Punta Cana, un destino playero que no necesita de tanto abrigo.
Ya sabíamos que a España la podían humillar los separatistas catalanes o vascos, pero hemos descubierto que también lo pueden hacer los moros si de ellos depende que Sánchez sea presidente.
El tipo se cree Adenauer refundando, en su caso, una España confederal, pero es el triste general Pétain aceptando que España se convierta en el régimen ocupado de Vichy: al enemigo, lo que haga falta, no sea que las próximas vacaciones de Sánchez tengan que ser en un resort de Benidorm con media pensión y un menú de arroz recocido en el chiringuito.