¿Por qué los partidos estatales en el País Vasco no asumen su identidad española sin complejos? ¿No habrán interiorizado el mensaje nacionalista de que todo lo español es franquista?
¿A quién le importa ya que el último comunicado del final de ETA vaya o no en serio? Lo que tenemos que hacer es vivir la libertad y no pensar en sus enemigos (salvo cuando no haya más remedio, claro). Los no nacionalistas en el País Vasco tenemos que empezar por reconocer públicamente que la identidad colectiva también va con nosotros. Cuando se dice que solo hay identidades individuales, cada una formada por múltiples identidades superpuestas, imbricadas inextricablemente y con su propia fórmula cualitativa, yo no lo niego, pero ¿es que por eso no tenemos también identidad colectiva, necesidad de sentirnos próximos a quienes nos puedan entender y con quienes podamos compartir juntos vivencias, experiencias, emociones o ilusiones comunes? ¿Realmente podemos ser mónadas inclasificables e inconmensurables desde un punto de vista identitario? Ya sé que detrás de esto hay una discusión filosófica profunda, pero, por una vez, atengámonos a los hechos.
El escenario actual en el País Vasco gira en torno a dos grandes bloques políticos, el nacionalista vasco y el constitucionalista; aunque se juega en un escenario político común, basado en principios democráticos (a los que una minoría recalcitrante dice estar ya preparada para ser leal), ha estado tensionado durante toda la Transición porque el bloque nacionalista nunca lo ha aceptado como marco ideal y siempre lo quiso superar por motivos identitarios, mientras que los constitucionalistas, por motivos identitarios distintos y aun opuestos, lo quieren mantener como está, desde el momento que, engarzados en sus partidos de referencia en el ámbito estatal, configuraron la España autonómica que conocemos. Y resulta que este bloque constitucionalista se puede permitir no apelar al principio identitario para mantener la situación actual, mientras que el bloque nacionalista le reprocha, y con razón, que ese principio identitario existe y es el español. El Estado español se funda en un principio identitario, como no podría ser de otra manera, y la organización autonómica actual lo incorpora como referencia común de convivencia. Negarlo y exhibir en su lugar principios liberales abstractos es quererse salir por la tangente.
¿Por qué los partidos estatales en el País Vasco no asumen su identidad española sin complejos? ¿No será que al final han interiorizado el mensaje nacionalista de que todo lo español es franquista? Esta razón, que ha estado presente durante toda la Transición en el País Vasco, se podría haber refutado con más información y pedagogía, pero el olmo político españolista vasco, muy mermado, también intelectualmente, durante todo este periodo por el acoso terrorista, no estaba para peras demasiado sofisticadas. El franquismo eliminó todo el liberalismo político español, además de todo el republicanismo histórico y, por supuesto, a socialistas, comunistas y anarquistas. Estos movimientos contaban con culturas políticas densas detrás, españolas todas. El franquismo fue heredero de otra cultura política, la tradicionalista, de la que formaba parte principal el carlismo, que se sumó espontáneamente al golpe de Estado franquista, sobre todo en Navarra, como es sabido, y también el integrismo, facción separada del carlismo en los años ochenta del siglo XIX, del que procede la base misma del primer nacionalismo vasco: su fundador y principales seguidores eran integristas. El primer nacionalismo vasco es heredero directo del tradicionalismo español y no se entiende sin ese origen, el mismo que el del franquismo. Hoy ningún abertzale denuncia la figura de Sabino Arana: contextualizan su racial-integrismo, núcleo de su doctrina, y se quedan con el euskera y el independentismo, meras consecuencias de aquel.
Por lo tanto, cabe que los partidos españolistas en el País Vasco asuman sus respectivas propuestas identitarias y no se regodeen más en un limbo no identitario que además no es real. Los nacionalistas llevan décadas de ventaja en esto sobre los no nacionalistas e incorporan varias culturas políticas refugiadas en los brazos clientelares de los padres fundadores y en el aliento de los primos del zumosol: hay nativos pata negra (auténtica minoría rectora del país, que no pasa del 20% de su población total), inmigrantes ‘integrados’, incluidos sus descendientes, y mestizos que sólo sacan a relucir su lado vasco nativo. Y entre los llamados no nacionalistas hay vascos nativos que se sienten españoles con todo el derecho del mundo; hay inmigrantes enganchados al pueblo de procedencia, allende el Ebro, al que no pueden dejar de ir porque lo necesitan para vivir, tanto como el comer o más. Y luego, formando parte de esa identidad no nacionalista, pero española al fin y al cabo, estamos un montón de perplejos hijos de la inmigración y del baby boom de los sesenta, interesados por todo lo que aquí se cuece, que queremos hablar euskera sin por eso olvidarnos del español, que somos conscientes de que vivimos en una sociedad tremendamente abigarrada y compleja que nos tiene enganchados desde que tenemos uso de razón, que la queremos descifrar, hacer nuestra, sentirnos parte de ella, sufrir por ella, tirar para adelante, hacerla crecer, para crecer nosotros con ella. Y que también nos empeñamos en buscarle un nombre a nuestra identidad, porque sin un nombre, como dicen los del giro lingüístico, no existiríamos. Para mí hablar de los maketos es como pisar lugar sagrado, asumir la responsabilidad histórica de resarcir mínimamente el buen nombre de toda aquella gente que vino la mayoría con lo puesto a un sitio inhóspito donde ha habido mucho desamor. Cuando empecemos a darnos cuenta de la brutalidad generada de este auténtico choque de identidades con el que se ha construido el País Vasco contemporáneo, entonces sí que ETA habrá pasado definitivamente a la historia.
(Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad del País Vasco)
Pedro José Chacón, EL DIARIO VASCO, 15/1/2011