Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 12/2/12
No seré yo quien discuta la afirmación con que este miércoles resumió Rajoy en el Congreso la gravísima situación económica que se ha encontrado al llegar a la Moncloa: «Es difícil imaginar un punto de partida peor para esta legislatura». Ni tampoco quien ponga en duda que lo propio de un gobernante responsable es hacer lo que hizo Rajoy -reconocer honestamente que, tal y como están las cosas, este año será muy difícil crear empleo- y no actuar como su predecesor en la presidencia del Gobierno: ver brotes verdes un día sí y otro también y anunciar constantemente que el próximo trimestre crearíamos empleo. Porque fue así, ¡mejora tras mejora!, como llegamos a tener más de cinco millones de parados.
Rajoy tiene razón cuando afirma que la herencia recibida es pavorosa y se comporta como es de esperar de un hombre serio cuando reconoce que en esas condiciones el empleo no va a mejorar a corto plazo. Pero, de quien parte de esos terribles presupuestos es de esperar que sea coherente con ellos y que plantee el amplio programa de reformas estructurales que necesita este país para salir del agujero negro en el que lo ha metido la pasmosa frivolidad de Zapatero y su último Gobierno.
Esta semana hemos conocido las líneas maestras de la llamada reforma laboral, cuya alma, más allá de otras medidas, consiste en flexibilizar el mercado de trabajo mediante el abaratamiento del despido. La idea central en que se basa esa reforma -que un mercado más flexible animará a los empresarios a contratar- está por ver, pero aunque fuera así, que ojalá lo sea, lo cierto es que los paganos de tal cambio serán los que, junto con los desempleados, más han soportado, desde el principio, el peso de la crisis.
Sin embargo, lo cierto es que visto el galopante deterioro de nuestra economía -una tormenta perfecta- la crisis no se resolverá solo con las medidas ensayadas, primero por Zapatero y ahora por Rajoy: apretando el cinturón a pensionistas, funcionarios y trabajadores en general y dejando más o menos como está todo lo demás.
Es verdad: España vive una crisis sin precedentes de la que podríamos tardar años en salir y esa es precisamente la razón que justifica que se repiensen con auténtica valentía las medidas a tomar. Porque si la situación es tal que exige que se limiten los derechos de los que sufren más directamente la crisis en sus carnes, será que ha llegado la hora de acometer reformas pendientes en otra dirección: la drástica reducción del número de municipios, la supresión inmediata de las diputaciones, la proyección de una plan de lucha contra el fraude fiscal que logre reducirlo de forma sustancial, el aumento de la tributación de las rentas del capital, la simplificación de todas nuestras Administraciones, la revisión de las políticas subvencionales clientelares o la eliminación de los órganos autonómicos superfluos que reproducen los ya existentes en el Estado.
No digo yo que con todo ello sea suficiente, pero que nada de eso se toque mientras se sitúa a millones de ciudadanos en el centro de la diana del reajuste es no solo una inmoralidad: es, de hecho, la mejor manera de que jamás se recupere el consumo, ni aumente la tributación, que son las dos claves esenciales para que podamos empezar a ver la luz.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 12/2/12