Javier Zarzalejos-El Correo

  • La cuestión no es solo la del radicalismo que el avance de EH Bildu imprime a la política vasca sino el desplazamiento de poder

Me señalaba un buen amigo conocedor de la política vasca que los resultados de las últimas elecciones ponen en entredicho el diagnóstico demoscópico que afirma que ahora existe más nacionalismo, pero menos radical. La progresión de EH Bildu valida la primera de estas afirmaciones, pero desmiente la segunda. La cuestión no es solo la del radicalismo que el avance de Bildu imprime a la política vasca sino el desplazamiento de poder. Esta dinámica afecta al conjunto del panorama, pero de manera primordial y directa al Partido Nacionalista Vasco al que los resultados electorales obligan, según confesión propia, a buscar la forma de reconectar con los sectores sociales que se le han enfriado.

Para empezar, el PNV puede temer que la progresión de EH Bildu responda a una quiebra generacional. Es muy posible que la clave generacional se esté exagerando en la interpretación del resultado de los jeltzales, pero sin duda existe un componente de esta naturaleza. Lo de la quiebra generacional tiene malos recuerdos para el PNV -al fin y al cabo, ETA, en su origen, fue eso-. Un partido que se proclama transversal, pero va perdiendo proyección vertical.

El argumento del PNV como dique a EH Bildu, que le ha permitido cosechar cantidades nada despreciables de votos ‘útiles’ en la derecha y la izquierda constitucionalistas queda seriamente cuestionado. Con el PNV hay más Bildu, no menos, y esta evidencia anticipa la posibilidad de que el Partido Popular articule un discurso sólido que reivindique su contribución necesaria, sobradamente útil y visible a la política vasca.

Es posible, también, que una mayoría suficiente del PP en las próximas elecciones generales aconseje al PNV revisar con cierta capacidad crítica lo que ha sido su posición en la ‘coalición frankenstein’ cuyo origen -no hay que olvidarlo- se encuentra en el apoyo determinante que el PNV prestó a la moción de censura con la que Pedro Sánchez desalojó a Mariano Rajoy del Gobierno hace cinco años. Los beneficios que, en términos tácticos, han conseguido extraer los peneuvistas pueden resultar menos sustanciosos si se contrastan con algunos interrogantes estratégicos que este partido está ya afrontando.

Se abren grietas visibles en el relato de la excelencia gestora de los jeltzales. No han salido bien parados del covid, la corrupción se ha hecho visible en el ‘caso De Miguel’ y la gestión municipal adolece de carencias que se alojan en la conciencia de los ciudadanos. Bilbao, precisamente por ser un dominio hegemónico del PNV, es un aviso o algo más.

Se demuestra que todos los partidos que en la coalición liderada por Sánchez han otorgado a EH Bildu un lugar para blanquearse y un discurso complaciente de las pretendidas virtudes democráticas de la coalición abertzale, todos, han pagado un precio no precisamente barato. Las declaraciones delirantes del delegado del Gobierno en Madrid exaltando las vidas de españoles que, según él, EH Bildu habría salvado por su apoyo -que nunca otorgó- a los estados de alarma demuestran la torpeza sin limites de los que aún creen que lo más progresista es elogiar a los que siguen muy lejos de los mínimos éticos que exige una sociedad democrática. Luego, no hay que sorprenderse de las consecuencias. ¿Cómo no votar a un partido que salva miles de vidas de españoles? ¿Cómo no apoyar a aquellos de los que se dice que fueron los que realmente trajeron la paz y lograron que ETA desistiese? Un Bildu pasteurizado en la ‘factoría frankenstein’ ha sido convertido en una opción aceptable para sectores crecientes. En el pecado llevan la penitencia.

A Podemos no hay que explicarle cuál ha sido el resultado de su estrategia fraternal hacia EH Bildu. Los socialistas ahora fingen no conocer a nadie de los de Otegi y niegan el acuerdo estructural, orgánico, que han mantenido con la coalición abertzale durante la legislatura. Y el PNV, que ha solido demostrar una pituitaria sensible a los movimientos que se producen a su alrededor, en este caso ha tardado en ver lo que se le venía.

La progresión de EH Bildu, instalado en la negación ética, política e histórica de la devastación que ha supuesto ETA, es una mala noticia que la sociedad vasca y los partidos verdaderamente democráticos tendrán que gestionar. Los acuerdos para impedir a Bildu alcanzar el poder allí donde se unen PNV, PSOE y PP apuntan a una buena gestión inicial del problema que representa EH Bildu. Esos pactos, además de ser por el momento solo reactivos, ponen de manifiesto hasta qué punto la posición del PNV ha quedado tocada. Dicen que han entendido el mensaje, pero no explican cuál ha sido este.