Kepa Aulestia-El Correo

La única consecuencia cierta del adelanto electoral es que la convocatoria de Pedro Sánchez ha permitido a los partidos hacerse cargo de los resultados del 28 de mayo sin siquiera digerirlos. Ni los grupos que tuvieron reveses ni los que salieron mejor parados se han visto en la necesidad de evaluar lo sucedido. Dirigiéndose de manera atropellada a corregir algunos extremos soslayando otros. Como si todos hubiesen acordado concurrir a ciegas a los comicios del 23 de julio.

Alberto Núñez Feijóo, confiado en que ni el enredo en que su partido se ha metido con Vox parará la ola ascendente de las locales y autonómicas. Pedro Sánchez enmendándose a sí mismo en fondo y forma a cuenta de lo que al parecer le dicen hombres de su edad que ha tomado de lazarillos. Y todas las demás formaciones también con la venda en los ojos, empezando claro está por la de Santiago Abascal, convertido en el fiel de una balanza de pronto inestable. PNV y EH Bildu mirándose más de reojo que hacia el frente. Los unos temerosos de que a partir de ahora deberán enfrentarse a una oposición implacable frente a las diputaciones y el Gobierno Urkullu. Los otros aferrándose a la idea de que su éxito el 23-M forma parte de la «nueva fase histórica» que habría justificado la desaparición de ETA.

Yolanda Díaz simulando que no hay vetos en su cabeza, simulando que hay algo llamado Sumar superior a la adición de los partidos coaligados hasta el punto de afirmar que estos no tienen un programa propio, simulando que lo revolucionario de su propuesta es ella misma como hacedora única. ERC dubitativo sobre si su bajada se debe a deficiencias de gestión –por lo que Aragonés ha cambiado tres consejeros, como si ese fuese el problema de crédito de la Generalitat– o responde al abandono del independentismo, de modo que interesaría templar las relaciones con Junts mientras se alarga la legislatura autonómica. Gobernando con 33 parlamentarios de 135, en la vana esperanza de que el tiempo corra a favor de los republicanos.

El mapa de los acuerdos de gobernabilidad tras el 28-M está ofreciendo resultados que pueden ser desconcertantes para demasiada gente. La fórmula que parece haber encontrado el PP de conceder a Vox la presidencia de legislativos autonómicos, cuando la existencia de estos es precisamente lo distintivo del Estado de las autonomías, deprecia el autogobierno. La izquierda abertzale blanqueada en la Corte madrileña y en la promoción del olvido denunciando la intención del PNV y del PSE por blanquear al PP vasco. La conversión de la orillada Extremadura en la metáfora de todo, del centro-centro, del desembarco ultraderechista, de los consensos básicos, de la resistencia del sanchismo, revela hasta qué punto una campaña estival puede alargar los días en una sucesión insoportable de ocurrencias, vídeos, sobreactuaciones. Preludio de que, sea cual sea el escrutinio de julio, la próxima legislatura se hará muy complicada.