ABC 29/06/17
DAVID GISTAU
· Fue inaudito que la celebración de la Transición prescindiera de su máximo creador
Mientras el Parlamento aguardaba a los supervivientes fundacionales, un equipo del SAMUR introdujo desfibriladores y equipos de reanimación por lo que pudiera pasar. Parecía una alegoría política de las fatigas del ciclo, como si fuera un momento histórico, y no una serie de personas entre las cuales nos costaba discernir al dinámico orador de antaño, el que esperara la aplicación de descargas «regeneradoras». Luego tardaron tanto en entregar las condecoraciones que no nos quedó más remedio que congratularnos por esta comprobación de que en verdad la esperanza de vida en España está entre las más optimistas de la UE. Pareció que se pasaba a recoger su llaverito cada uno de los españoles que votaron entonces.
Ayer se trataba de crear sentido de pertenencia a la España de la Transición, la que ha perdido prestigio y capacidad integradora. Para compensar su decadencia, los oradores estuvieron algo hiperbólicos. Así Ana Pastor, que adjudicó al advenimiento de la democracia el hito mayor alcanzado nunca en España. Hombre, así, a botepronto, se me ocurren minucias como el descubrimiento del Pacífico, Lepanto o la entrada cesárea de Carlos en Italia que a lo mejor tampoco son moco de pavo, señora mía. Que nuestra historia no comienza con la Transición, sosieguen semejante entusiasmo oficialista. Pero la nostalgia de un momento no tan lejano que se nos envejeció de repente era tal que aparcado fuera, a modo de magdalena de Proust, había un 600 que llevaba pegada la cartelería electoral del 77. Arriba, Ana Pastor; abajo, el Rey se dirige a García Escudero, González y Rajoy
Hecho inaudito fue que esta celebración onanista y algo desesperada del régimen prescindiera de su máximo creador vivo, el Rey Juan Carlos. Se diría que Felipe VI, así como su esposa, cada vez más desdeñosa y fruncida, no querían recibir en herencia el legado, sino quedárselo, asociarse ellos al hito fundacional. Fue un auténtico golpe bajo lleno de ingratitud, más allá de las incompatibilidades protocolarias. Pareció que el Rey Juan Carlos molesta vivo, que no saben dónde colocarlo cuando no hay toros. Además, como los Reyes actuales están precintados en frialdad y colocan a su alrededor cada vez más distancias y compartimentos estancos, se añora el carisma del anterior, el borboneo, la personalidad, todo aquello por cuya carencia la Monarquía actual parece compuesta por funcionarios con horario de trabajo y cautelosos hasta la falta de compromiso en la cancha. ¡Que vuelva el Emérito! O que al menos hubiera estado ayer recibiendo, en el desenlace de su tiempo, el homenaje que acapararon sus descendientes que aún tienen los actos de servicio por delante. Luego habrá fútbol o la inauguración de una fábrica de yogures o algo así y le pasarán a él el marrón.
Luego estuvo el off-Broadway, el offTransición, de Podemos y sus colgajos. Ya saben ustedes que esta Transición no vale, que es franquismo lampedusiano, que la fetén la harán ellos y por ello impugnan ésta. Fue revelador que la figura referencial elegida por Podemos fuera Pasionaria, la que en el Hemiciclo espetó a Calvo Sotelo «Usted ha hablado aquí por última vez» unas horas antes de que lo asesinaran. La que, a pesar de su entraña chequista, participó en la reconciliación refutada por Podemos con su célebre entrada en el parlamento del brazo de Alberti. Al buscarse una genealogía comunista con la que legitimarse como bando aún no rendido de la Guerra Civil, a quien Podemos no puede usar es a Carrillo, uno de los grandes actores de la Transición que implicó en ella al PCE –toma ya franquismo lampedusiano– y que por ello ya fue demolido en los discursos parlamentarios de Garzón e Iglesias como si se tratara de un cobarde que se entregó a las elites franquistas. La camiseta adecuada habría sido la de El Campesino, cuyo retorno autoparódico es Cañamero.