ABC 29/08/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· ¿Apoya Iglesias a Otegui por amor verdadero al terror o por ver quién saca más tajada?
POR dignidad democrática un individuo como Arnaldo Otegui jamás debería haber llegado a encabezar la lista de un partido político, dado que la Ley de Partidos, vigente aunque sistemáticamente incumplida, prohíbe a una formación «fomentar, propiciar o legitimar la violencia como método para la consecución de objetivos políticos». Por dignidad democrática Otegui, alias «Gordo», titular de un largo historial delictivo que incluye el secuestro y la pertenencia a banda armada, debería estar apartado de cualquier actividad financiada con dinero público. Claro que esta democracia perdió todo vestigio de decoro cuando aceptó negociar de tu a tu con terroristas y nunca lo ha recuperado. De aquellos polvos inmundos vienen estos lodos infames.
La Junta Electoral guipuzcoana y el Tribunal Constitucional tienen que determinar estos días si consienten a ese personaje presentarse a las autonómicas al frente de EH Bildu, remedo de Batasuna, Herri Batasuna, Euskal Herritarrok y demás tentáculos etarras. En condiciones de normalidad democrática la resolución de ambos órganos sería evidente de antemano, toda vez que sobre «Gordo» pesa una sentencia firme de inhabilitación para el ejercicio del sufragio pasivo hasta 2021. En condiciones de normalidad democrática, de hecho, EH Bildu no habría pasado el corte de la legislación en vigor, ya que ni Otegui ni cualquier otro de sus dirigentes ha condenado nunca la trayectoria sanguinaria de la organización criminal. Antes al contrario, su presencia en las instituciones, donde jamás han lamentado la sangre derramada, constituye por sí misma una legitimación flagrante de la violencia etarra. Decenas de concejales de UCD, PP y PSOE fueron alevosamente asesinados por defender la libertad y el Estado de Derecho de sus pretensiones sediciosas. Cientos de policías, militares y guardias civiles cayeron por idéntico motivo. Cerca de doscientos mil vascos han abandonado definitivamente el censo, obligados a marchar de su tierra ante las amenazas explícitas contra sus vidas o haciendas. Pero ellos siguen ahí, impertérritos, burlándose de nuestros miedos y falta de convicción. En todo lo concerniente a ETA no nos movemos por tanto en el terreno de la lógica, la normalidad y mucho menos la dignidad, sino en el de ese pragmatismo primario recogido en el refranero español con descarnada elocuencia: «El muerto al hoyo, el vivo al bollo». Los muertos, muchos de los cuales se revuelven en sus tumbas en espera de que alguien les haga justicia, han dejado de ser un problema para esta nación ingrata. Los vivos, ansiosos por sacar tajada, se disputan la cosecha de nueces o miran hacia otro lado una vez pasada la página. Por eso es imposible prever con un grado de certeza absoluto si el candidato de la serpiente obtendrá o verá rechazado el plácet de la democracia. Solo cabe encomendarse a la decencia moral de esos jueces.
Con el fin de inclinar la balanza del lado de la ignominia, se multiplican las voces empeñadas en retorcer la verdad hasta el punto de presentar a Otegui no como el verdugo que fue, sino en el papel de víctima. Firman un manifiesto en su favor el aspirante a golpista Ibarretxe, el terrorista reconvertido Gerry Adams y la dizque socialista Zabaleta, entre otras «celebrities». Pero el respaldo más sólido, la solidaridad más vehemente procede de ese defensor ardiente de asesinos etarras presos que es Pablo Iglesias, convencido de que solo ETA acertó a comprender en su momento las limitaciones de nuestra Constitución (y actuar en consecuencia, se infiere de sus palabras). Sus mensajes y los de su escudero Garzón resultan conmovedores. ¿Amor verdadero al terror o simple competición por ver quién saca más tajada?