Y los cielos, todavía por asaltar

JORGE BUSTOS – EL MUNDO – 05/03/16

Jorge Bustos
Jorge Bustos

· Es una pena que haya terminado la semana porque los cronistas parlamentarios no volveremos a pasarlo tan bien hasta el próximo golpe de Estado. La HBO está tardando en comprarle los derechos de emisión a Patxi López, porque estas sesiones hispánicas emitidas en bruto iban a dejar las audiencias de Los Soprano a la altura de un docudrama iraní.

Qué espectáculo, qué interpretaciones. Sus señorías le han tomado la medida al pobre Patxi como a un árbitro recién ascendido y le embarran la cancha con desfallecimientos de damisela a la que se le ha cuestionado la virginidad. Y el neófito presidente pica y les abre el micro hasta que su autoridad empieza a evaporarse por los balazos de Tejero. O aprende a imponerse a este parvulario o va a tener que sustituir a los bedeles por geos.

Quien actuó sin convicción fue el galán Sánchez, que leyó su discurso de un modo apresurado y funcionarial, demasiado consciente de protagonizar un trámite. De nuevo fue Rivera el que puso orgullo a lo acordado, esas 200 medidas que son la única política fáctica que han trenzado nuestros representantes desde el 20-D. Don Mariano subió a la tribuna y remató al candidato con el mismo tono vitriólico que destapó el miércoles, aderezado con puyas al voluntarismo de Ciudadanos. Para hacer más verosímil la doctrina de la pinza –que no es más que una confluencia de intereses desde los polos naturales del mapa político, al modo en que el Ártico y el Ántártico resultan igual de fríos aunque se encuentren en las antípodas–, don Mariano ya invoca a «la gente» en el mismo sentido patrimonial que ha puesto en circulación Pablo Iglesias. Al volver al escaño bajo el palmoteo azul, se volvió hacia los suyos y subió ostentosamente el pulgar hacia arriba repetidas veces, en un gesto nada marianista que escamó por su sabor a mutis. Pero calma: es Rajoy.

Los portavoces de PP y PSOE dijeron dos verdades irrefutables: don Mariano, cuando desmintió el espíritu democrático de un PSOE que inauguró su voluntad de acabar con el frentismo acordonando preventivamente al PP; y Sánchez, cuando afirmó que con su investidura suicida «ha puesto en marcha el reloj de la democracia». Sin cursilería: la cuenta atrás para las nuevas elecciones.

Luego subió Iglesias, camisa burdeos y ánimo zumbón, y se confundió de plató. Bajo el pretexto de distender la sesión –¡distender! ¡Él!–, se lió con alusiones flower power de red social hasta que la marea de vergüenza ajena coloreó las mejillas de la última reportera. Luego se puso serio para tenderle la boca, más que la mano, a Sánchez a partir del lunes. El beso de Judas, aunque él lo llama gobierno a la valenciana.

Rivera ganó en agresividad respecto del miércoles, quizá espoleado por el rencor de toda la Cámara y la tibieza de sus socios. Qué tirria despiertan aquí la moderación y el pragmatismo. Acusó a Rajoy de preferir que España se pudra y a Iglesias de desear que se rompa, y a juzgar por los abucheos sus dardos hacían blanco. Debe custodiar ese capital hater con celo, pues puede acabar apropiándose en soledad del papel de oposición constructiva en la próxima legislatura. Si la hay.

Pero el esperpento, el astracán, el guión lisérgico de un becario trans de Almodóvar, el monólogo de Eugenio pasado de pipermint, el relato entre gótico y sacristanesco producido por el charneguismo independentista –ahí tienes esa conjetura para solucionarla, Perelman– corrió a cargo de Gabriel Rufián, que desde ya mismo es el puto ídolo de los periodistas parlamentarios. De toda edad: Miguel Ángel Aguilar, sentado a mi vera, me confirmó que no había visto nada remotamente parecido en su vida. Yo no puedo describir aquí la sonambúlica homilía que expectoró Rufián, coadjutor de Tardà, porque si fuera capaz escribiría la segunda parte de la Biblia. Yo solo digo que la oratoria de todos los que subieron al atril después de él quedó reducida al poso de un chupito de licor de manzana tras la ingesta jubilosa de una garrafa de absenta.

Cuando sus señorías acabaron de mugir, se pusieron a votar. Cuando acabaron de votar, don Patxi anunció el recuento. Cuando el fracaso se hizo aritmética, los cielos inasaltados descargaron un aguacero reprobatorio sobre Madrid, empapándolo de Valle y de Machado, alzando el triunfo de la España que bosteza, zaragatera y triste, que todavía embiste cuando se digna usar de la cabeza.

JORGE BUSTOS – EL MUNDO – 05/03/16