Miquel Giménez-Vozpópuli
Aprovechando que el Gobierno ha enviado a su majestad a Cuba, Sánchez se ha saltado el protocolo y ha aparecido para anunciarnos la buena nueva: habemus gobierno. Que el rey no haya iniciado la preceptiva ronda de consultas o que él no cuente todavía con los apoyos parlamentarios suficientes para poder gobernar, es un decir, no parece importarle. El ansia viva de este hombre deberá ser estudiada en el futuro por los psiquiatras, porque lo suyo es pura monomanía, una idée fixe que lo empuja inexorablemente, como al gran visir Iznogud, a querer ser califa en lugar del califa.
Sánchez quiere ocupar el cargo como sea, al precio que sea y destruyendo lo que sea, porque para el todo eso son precios ínfimos comparados con el ego tryp que ansía. Es dependiente de la droga del poder, del cargo, de la moqueta. Ahora bien, uno se pregunta, en medio de tanta desinformación y de tantas noticias que hoy son blancas para mañana ser negras, ¿y si no consigue los apoyos de, básicamente, Esquerra, Junts per Catalunya, Bildu o PNV? ¿Y si el reparto de ministerios y vicepresidencias acaba por no satisfacer a Pablo Iglesias? Porque son cosas perfectamente factibles, más allá de pre acuerdos redactados desde la banalidad y el vacío mental absoluto.
De hecho, en la primera reunión entre esas inteligencias privilegiadas del mundo moderno que son Adriana Lastra y Gabriel Rufián, los de Esquerra han salido diciendo que nanay. Sienten en su nuca el aliento del de Waterloo y han vuelto a caer en la trampa saducea del pánico escénico: no quieren que los tilden de botiflers. Es el mismo miedo que tuvieron en su día Mas o Ponsatí, que sabían perfectamente cómo iba a acabar todo el tinglado de cartón piedra procesista y se callaron como muertos, por aquello del qué dirán.
El separatismo catalán, en plena guerra civil entre ellos, no puede acordar nada conjuntamente y menos con las CUP, auténtico monstruo engendrado por aquella Convergencia que creyó poder controlar a su gólem. Ahora solo les queda la bronca, y cuanta más mejor, para poder posicionarse de cara a las autonómicas catalanas con la bandera del patriota impoluto. Iceta está multiplicándose estos días en reuniones clandestinas con gente del partido de Junqueras y, ¡oh, sorpresa!, con gente de Puigdemont y Torra, básicamente pertenecientes al mundo municipal estos últimos. Sabemos que les promete el oro y el moro, pero ellos se mantienen firmes porque ya conocen la canción. El primero que aparezca en la foto con un líder socialista, aunque sea para decir que se abstiene, será una diana ambulante para el separatismo radical. Rufián ya se lo dijo a uno de los suyos cuando tuvo que abandonar un acto entre los abucheos de los CDR: “A mí esto no me pasará nunca más”. De hecho, dijo: “A mí estos no me joden más”, pero vamos, se entiende.
Por eso creemos que, en lo que respecta al bando separatista, no están las cosas tan fáciles como se las cuentan a Sánchez, que no tiene más dioses que Iván Redondo y Miquel Iceta en lo que respecta a la cuestión catalana. No es ese el único flanco descubierto. En Podemos está Ada Colau, si bien a su manera y mirando siempre a ver qué es lo que hace su máximo rival: Pablo Iglesias. Colau ha dejado muy claro que quiere, por lo menos, a uno de los suyos en el Gobierno, Jaume Asens, más separatista que los propios separatistas. El de la coleta le ha dicho que tiene que mantener muchos equilibrios en una formación que ha perdido en escaños y en líderes, pero Colau hace valer su amenaza: o ponen a Asens o ella se retira de Podemos, con la subsiguiente crisis que eso supondría en la formación morada.
Como ven, hay todavía mucho partido y, aun en el caso de poder formar ese puzle imposible, ¿alguien nos garantiza que el Gobierno surgido de tal bullabesa duraría mucho? Si acaso hasta las catalanas, que todo indica han de celebrarse en la primavera del próximo año. En resumen, España vive en la provisionalidad del estúpido ¿y si sí, y si no?
Que Dios nos coja confesados.