EDITORIAL-EL ESPAÑOL

Parece ingenuo pensar que la irrupción por sorpresa este miércoles de Pedro Sánchez en la Feria de Abril de Barcelona (su primer acto tras su anuncio de no dimisión) esté totalmente desvinculada del contexto político nacional de los últimos días.

Que el presidente del Gobierno, en plena campaña de las elecciones catalanas, haya acudido a darse un baño de masas a la caseta del PSC junto a su candidato a la Generalitat, Salvador Illa, reaviva las conjeturas sobre la maniobra política que parecía subyacer a su «periodo de reflexión».

Y es que no deja de resultar sospechoso el acompasamiento entre la publicación de la carta a la ciudadanía de Sánchez y la campaña del 12-M, en el nuevo ciclo electoral junto a las europeas de junio. ¿Se trata de una feliz coincidencia, o cabe hablar de una coordinación gracias al olfato político del presidente para aprovechar el timing?

De hecho, tal y como reveló la encuesta de SocioMétrica para EL ESPAÑOL, la inmesa mayoría de españoles cree que el amago de dimisión de Sánchez respondió únicamente a una operación táctica. El 71,3% considera que, en realidad, nunca pensó en dimitir.

Los recelos se redoblan cuando se advierte, según los datos del sondeo que publica hoy SocioMétrica, que Salvador Illa se mantiene en cabeza en intención de voto, con 42 escaños que serían suficientes para conseguir la mayoría absoluta junto a los 26 escaños de ERC.

Al PSOE no se le oculta que Cataluña es prácticamente el único territorio de España donde sus siglas se mantienen al alza, gracias a la robustez del PSC y al buen candidato con el que cuenta. Ganó las elecciones generales en esta comunidad, en una movilización de última hora de su electorado, gracias a la estrategia del miedo a la ultraderecha, que fue capital para su continuidad en el Gobierno.

En Euskadi, como ha apuntado Unai Sordo en su entrevista en Crónica Vasca, el apoyo a Sánchez «se valora mucho, y eso a EH Bildu le ha ayudado». En Cataluña, donde también cala con fuerza la imagen del PP como una fuerza centralista contraria a ampliar la autofinanciación y el autogobierno (frente a un Sánchez contemporizador y equidistante abierto a seguir haciendo concesiones por la vía negociación), podría establecerse una dinámica análoga, que en este caso capitalizase el PSC.

Por eso, es legítimo preguntarse si con su amago de dimisión Sánchez no pretendía acaso replicar el impulso del 23-J para el 12-M, además de levantar sus malos pronósticos para las europeas.

De hecho, el PSOE, según ha podido saber EL ESPAÑOL, cree que de esta crisis sale un nuevo marco político que permite llevar más lejos el discurso del acoso de la ultraderecha. Un marco que creen que puede beneficiarles, y que invita al optimismo en un partido hasta hace poco paralizado por la zozobra.

Además, Sánchez sabe que tras el rotundo fracaso en las elecciones gallegas y el modesto resultado en el País Vasco, es en Cataluña donde se juega realmente la legislatura, y su futuro. Si se materializase una mayoría alternativa independentista que permitiera volver a investir a Puigdemont, el fracaso de la estrategia del «reencuentro» de Sánchez se demostraría clamoroso, y el ridículo del presidente, inenarrable.

En el PSC saben que las políticas del Gobierno son bien acogidas en Cataluña, incluida la Ley de Amnistía. De ahí que la tesis de una instrumentalización política de los «motivos personales» de Sánchez cobre más fuerza, como palanca emocional para propulsar la imagen de Illa como un freno a la «máquina del fango» de la derecha.

A esto se le añade que Cataluña es una tierra con una cultura política contaminada por las dinámicas del procés, donde la estrategia frentista de Sánchez, que invoca legitimidades populares paralelas y la judicialización de la política, podría granjearle buenos réditos.

No en vano, Carles Puigdemont se ha mostrado visiblemente enfurecido ante el nuevo golpe de efecto de Sánchez.

Desde sus propias coordenadas, se comprende el malestar de los independentistas al ver al PSOE apuntarse tardíamente a la denuncia del lawfare. La pirueta resulta doblemente escandalosa para Junts considerando la sobrerreacción del presidente ante la apertura de una investigación ordinaria a la mujer de Sánchez, mientras al «exiliado» Puigdemont no se le permite ni siquiera asistir al funeral de su madre.

Si el prófugo comenzó robando el protagonismo de la campaña catalana, es ahora Sánchez quien está monopolizando el foco, arrebatándole la retórica de la victimización y el mesianismo.