- Tenemos un sector público, espejo fiel del nacionalismo, al que a sus trabajadores no les gusta ir
Pedro Chacón-El Correo
Escribo este artículo el día 12, cuando se está llevando a cabo una más de las huelgas que vienen convocando en el País Vasco los sindicatos nacionalistas acompañados de otros no nacionalistas, pero igualmente solidarios con sus reivindicaciones. Y concentradas en el sector público. A mí y a muchos más nos resulta sorprendente esta cuestión, pero por razones radicalmente distintas a las que siempre ha manifestado el Gobierno saliente, que nunca ha visto motivaciones objetivas para estas huelgas y que siempre las ha achacado a causas puramente políticas, de desgaste partidista, alentadas por EH Bildu en la sombra.
El lehendakari, para responder a estas huelgas, ya publicó en su día un análisis de lo que él consideraba que era la realidad socio-económica vasca, donde había algunos defectos a corregir, pero que en líneas generales se podía considerar razonablemente aceptable, situando nuestro nivel de bienestar por encima de la media europea. Urkullu no entendía cómo se podían convocar tantas huelgas, disfrutando de unos ratios a todos los niveles sensiblemente superiores a los de la media estatal. Y lo atribuía todo, como decimos, a intereses políticos, inconfesables pero ciertos, de los sindicatos convocantes.
Recordemos que el País Vasco es la única comunidad española con sindicatos propios, de sesgo nacionalista, creados -el primero de ellos, ELA-STV en 1911-, recordémoslo, para que los trabajadores autóctonos no tuvieran que confundirse con los sobrevenidos, que estaban en su mayoría afiliados a UGT. Que UGT sea el único sindicato de todos los vascos que no se suma a estas huelgas también es un dato a considerar.
Pero al lehendakari, en su análisis, se le escapaban dos claves: que tenemos además el mayor índice de absentismo laboral y que los huelguistas también piden que se euskaldunice más el sector público. Yo estoy en que es precisamente la ideología nacionalista vasca la que nos ha llevado a esta situación. En Euskadi se baten récords estatales de absentismo laboral y también de huelgas en el sector público, y no puede ser que ambas cuestiones no tengan un fondo de causalidad común: el de la identidad nacionalista vasca.
El nacionalismo ha convertido la identidad entre nosotros en un asunto voluntarista cuyo paradigma supremo lo representa la proclamación de Imanol Pradales Gil como candidato del PNV a lehendakari para las elecciones autonómicas del 21 de abril. Un señor que dice que se siente solo vasco, sabiendo como sabemos que toda su familia es de Burgos. Algún rastro de identidad castellana le podría quedar, pero no: él ha decidido, junto con su familia, que solo son vascos. Lo cual quiere decir que la identidad vasca, esa que aquí se daba por supuesta sin necesidad de proclamarla, ahora hay que ganársela, ya no viene dada. ¿Y cómo se gana? Pues con gestos de afección, con pasos decididos; en definitiva, con la voluntad de cada uno.
Lo del absentismo laboral vasco, lo de preferir quedarse en casa que ir a trabajar, puestos a pensar en las razones de dicha tendencia con la que también superamos la media estatal, no quiero creer que sea porque nuestra capacidad de trabajo sea menor que en otras latitudes. Pienso más bien que es porque el trabajo no nos satisface, o más específicamente el ámbito laboral, la socialización que rodea al puesto de trabajo, el tener que trabajar con otros y tener que generar con otros un ambiente. Creo, en definitiva, que ahí se ve la hipocresía de fondo que caracteriza a la sociedad vasca construida por el nacionalismo, donde reivindicamos cosas en las que, en el fondo, no creemos. Tenemos un sector público, espejo fiel del nacionalismo, al que a sus trabajadores no les gusta ir.
Ya sé que cada uno vivirá todo esto a su propia y peculiar manera, pero no me negarán que, tomando huelgas y absentismo como un todo, el resultado es que vivimos en una sociedad cansada, insatisfecha, inapetente, desnortada, por supuesto envejecida, y que al mismo tiempo reclama singularidad al precio que sea. A mí me da por pensar que el nacionalismo ha construido un sector público absolutamente endogámico y cerrado en sí mismo, sin la más mínima competitividad exterior y que, al mismo tiempo, no resulta agradable a sus trabajadores.
De modo que si sumamos absentismo laboral, huelgas y reivindicación de más euskera para el sector público nos encontraremos con un cóctel infumable que se explica porque esta sociedad ha asumido la identidad como argamasa social, pero solo de puertas para afuera. Podemos ser lo que nos dé la gana, pero justo eso que nos da la gana no nos gusta. No niego que en esta historia haya algún lado positivo. Lo que me pregunto, como Josep Pla mirando los rascacielos iluminados de Manhattan, es: y todo esto ¿quién lo paga?