- Será en Andalucía y tendrá una dimensión demoledora. El principio de la cuesta abajo. El primer paso hacia el adiós al colchón de la Moncloa
Veinticuatro bofetadas cantaba Lorca en su romancero. Sánchez va a por la tercera. A recibirla. Y otra vez en tierras lorquianas, en Andalucía, allí donde recibió la primera. Apenas llevaba seis meses en su mullido colchón de Moncloa cuando ocurrió el hundimiento de uno de los símbolos más lustrosos del socialismo nacional. El granero de votos, reserva viva de la izquierda, la llave de la Moncloa, el estandarte de la rosa pasaba a manos de la derecha… Nada se desvanece con mayor estruendo que la realidad y los tópicos.
La popularidad del actual presidente del Gobierno está hecha hecha jirones, como el sayal de los figurantes de El gran duelo, una piltrafa andrajosa. Por donde pasa le chiflan o lo rehúyen
El presidente andaluz, superada la fase de las dudas, se muestra decidido a dar el paso. Le avala una gestión pulcra y prudente, una notable aceptación popular y un favorable escenario. Ha consumado, contra pronóstico, lo que por allí llaman «el trienio del milagro». Además, ha de darse prisa porque las mareas blancas del sindicalismo sanitario, tan activo cuando gobierna el PP y tan mustio y silente donde lo hace el PSOE, agita las calles y los ánimos con una ferocidad desmedida. Un griterío que desgasta.
Cuenta a su favor, además, con un elemento sobrevenido. Dado que su rival directo, Juan Espadas, mediocre alcalde de Sevilla, apenas es conocido y menos aún, valorado fuera de su ciudad, Pedro Sánchez ha decidido asumir el protagonismo de la futura campaña andaluza, con lo que, a decir de los estrategas de San Telmo, es garantía del gran trompazo. La popularidad del actual presidente del Gobierno está hecha hecha jirones, como el sayal de los figurantes de El gran duelo, una piltrafa andrajosa. Por donde pasa le chiflan o le huyen. Resulta más antipático que rebuzno de Xavi Hernández, catarí que te vi, y más odioso que politólogo con verborrea.
Considera que estas fanfarrias regionales suenan demasiado paletas salvo cuando se trata del los segadores de Puigdemont y los matones de la CUP, con los que camina codo con codo en Badalona
Estuvo en Torremolinos, en el 14 congreso del PSOE andaluz. Le aplaudieron cuatro y le ovacionaron tres. Poca gente, menos entusiasmo. ‘La pandemia, ya sabes’, se decían unos a otros, entre codazos, hartos de la incómoda visita. Se abrazó un poquito con Susana Díaz, que, naturalmente, lo quería degollar, y desterró el himno de Andalucía en el cierre del cónclave sin mayores explicaciones. No pisó la calle, no saludó a la gente, apenas se dejó ver. Blindado, protegido y custodiado como una reliquia frágil y temerosa, soltó su discurso y volvió raudo al colchón del despacho.
Sánchez espanta votos. Su Gobierno aniquila a los votantes. Todas las medidas que emanan de la Moncloa dan pavor. Al precio de la luz y del gas, que no sólo colea sino que aún estremece, se ha sumado ahora una cascada imparable de subida de tributos, tasas, cargas discales de todo tipo. La titular de Hacienda, con ese verbo insensible y atragantado, que ni la ideología ni la causa justifican, se cachondeó de los contribuyentes con su famosa frase de «el lunes arreglo lo de la plusvalía, hombre claro, dicho y hecho», que ha pasado ya a la antología del disparate cantinflesco. Así piensan, así hacen. El bolsillo privado no es nadie salvo de ellos.
Castigo al ahorro, a la inversión, a los planes de pensiones, sin entrar en el monstruo de la inflación y sus derivados en forma de aumento de precios de bienes de primera necesidad, como alimentación y transporte
Plusvalía municipal -ese impuesto reincidente, redundante, alevoso e inconstitucional-, autopistas, diésel, autónomos, tasa Google, cotizaciones de empresarios y trabajadores, castigo al ahorro, a la inversión, a los planes de pensiones, sin entrar en el monstruo de la inflación y sus derivados en forma de aumento de precios de bienes de primera necesidad, como alimentación y transporte. Un menú desbordado de espantos que se antoja indigesto. Nadie, ni siquiera Kennedy redivivo, sería capaz de un triunfo electoral con semejante decorado.
Los demóscopos auguran un triunfo claro del PP, que pasaría de los 26 escaños actuales al medio centenar, a apenas cinco tan sólo de la mayoría absoluta. Ciudadanos retrocederá, está escrito y sentenciado, pero retendrá los respaldos suficientes para ser decisivo en el cambalache de formación de Gobierno. Esta vez no hará falta el apoyo externo de Vox, de acuerdo con todos los pronósticos, que aún no evalúan el efecto que pudiera tener una posible candidatura de Macarena Olona. No gozará Espadas de ese deprimente consuelo de ganar pero no gobernar, que si logró Susana Díaz antes de convertirse en senadora y mártir.
El serio aviso de Bruselas
Será la tercera bofetada electoral que acogerán las graníticas mejillas de Sánchez. Andalucía hace tres años. Madrid, hace seis meses. Y otra vez Andalucía. Vendrá pronto Castilla la Vieja, que también. Y Valencia, que quizás. No llegará Sánchez hasta las 24 bofetadas del poema lorquiano. Quizás ni siquiera alcance a las uvas del año próximo. Este Gobierno, de una ineptitud prodigiosa, parece empeñado en precipitar su extinción. El PP pugna ahora por evitarlo, por mantenerlo más tiempo en el poder. Casado y Teodoro se afanan en ello, un jugueteo que se antoja incomprensible.
Cuando se concrete la cuarta bofetada electoral, que llegará, y con los primeros trompetazos que retumben desde Bruselas, que los habrá y bien sonoros, el señorito fatuo y feliz empezará a empaquetar su colchón de la Moncloa y el sanchismo se habrá evaporado con más entusiasmo popular que cuando llegó. Aunque ya tenga Presupuestos. Aunque siga medio Frankenstein. Al tiempo. Andalucía la sultana habrá propiciado el anhelado prodigio.