Sólo 15 días después de asumir el cargo de secretario general de Cultura, Xavier Gibert fue ayer destituido por el Govern. El número dos de Cultura se suma así a la lista de ceses y purgas que ha emprendido Carles Puigdemont desde que el 3 de julio echara de forma fulminante a Jordi Baiget, conseller de Empresa, por poner en duda el referéndum.
Puigdemont confió entonces en Santi Vila, conseller de Cultura, para suceder a Baiget y puso al frente de este departamento a Lluís Puig, de perfil más bajo pero sobre quien no hay ninguna duda de su apoyo incondicional al referéndum. Firme y comprometido con el procés. En tan sólo tres semanas, Puig –que fue concejal de Cultura en el Ayuntamiento de Gerona cuando Puigdemont era alcalde– ya ha prescindido de Àlex Susanna, director de la Agencia Catalana del Patrimonio, y ahora del número dos del departamento.
«No es un cese, es un relevo. El conseller tiene derecho a formar su propio equipo, es un proceso habitual cuando hay un cambio de cartera», sostienen desde Cultura. Lo cierto es que Puig ya había advertido de que reestructuraría su departamento. La versión oficial desde Cultura es que el mismo Xavier Gibert habría manifestado su intención de asumir la secretaría de Cultura sólo de manera «temporal», hasta que Puig tuviera claro el nuevo organigrama.
El nuevo conseller ha escogido a una persona de su confianza: Maria Dolors Portús, que ya había trabajado como técnica de Patrimonio y a la que conoce personalmente desde hace varios años. Puig tiene un marcado perfil de tradiciones catalanas: desde 2011 estaba al frente de la dirección general de Cultura Popular, Asociacionismo y Acción Cultural.
Los relevos en Cultura se han sumado a los del resto de nuevos consellers después de que Puigdemont decidiera remodelar el Govern el pasado 14 de julio en una vuelta más a la tuerca del soberanismo dentro del Ejecutivo catalán.
Un giro que ahora los nuevos consellers–Joaquím Forn en Interior, Clara Ponsatí en Enseñanza y Jordi Turull en Presidencia– están amplificando a los altos cargos de sus respectivos departamentos. Puigdemont también incorporó una pieza clave, la del secretario del Govern, que recayó en Víctor Cullell –uno de los impulsores del llamado proceso de transición nacional–, en lugar de Joan Vidal Ciurana.
El cambio más sonado, por las responsabilidades que conlleva el propio cargo, fue el del director de los Mossos d’Esquadra, cuyo quehacer recayó en Pere Soler, un soberanista convencido, en sustitución de Albert Batlle, siempre comprometido con el cumplimiento de la Ley. Con este relevo el conseller Forn se reafirmó en su intención de que la policía autonómica facilite la celebración del referéndum. Cayó también de su departamento a los pocos días el director del servicio de emergencias 112, Frederic Aran.
Otra pieza clave para el Govern de cara al 1-O es disponer de locales públicos donde colocar las urnas. De ahí la importancia de tener un equipo en Enseñanza predispuesto a abrir los centros educativos. Así, el nombramiento de la consellera Ponsatí ha hecho saltar dos piezas clave en el equipo de Irene Rigau: su número dos, Maria Jesús Mier, que guerreó con el ex ministro Wert la defensa de la lengua catalana, y Antoni Llobet, secretario de Políticas Educativas.