FERNANDO REINARES-EL PAÍS

  • Cinco años después de los atentados de Barcelona y Cambrils, la amenaza del terrorismo islamista sigue presente entre nosotros, aunque en estos momentos se nos olvide con facilidad

A inicios de este mes de agosto, en el que se cumplen cinco años desde los atentados de 2017 en Barcelona y Cambrils, quedó por enésima vez de manifiesto que el yihadismo persiste en España. Un combatiente terrorista extranjero fue detenido en Mataró (Barcelona) a su retorno de Siria a través de la ruta de los Balcanes. Aquellos atentados en Cataluña tuvieron lugar en el contexto de un insólito ciclo de movilización yihadista en Europa Occidental que duró desde 2012 hasta 2019 y fue promovido desde Siria e Irak sobre todo por Estado Islámico, pero también por entidades relacionadas con Al Qaeda. Uno de los corolarios diferidos de este ciclo de movilización yihadista es ahora el retorno de una parte de los varios miles de individuos que durante ese periodo se desplazaron desde numerosos países europeos a Siria para incorporarse a esas organizaciones, recibir entrenamiento y combatir en sus filas.

Estos retornados son solo una parte del rango de actores que en la actualidad configuran la realidad del yihadismo dentro de España. Porque, a pesar del tiempo transcurrido desde los actos de terrorismo perpetrados por miembros de la célula de Ripoll y cuando otros importantes problemas públicos más manifiestos preocupan a los ciudadanos españoles, los yihadistas continúan pertinaces entre nosotros, aunque en estos momentos se nos olvide con facilidad. El yihadismo ha persistido en España durante tres décadas, con notables fluctuaciones y cambios, pero sin solución de continuidad. Su penetración ocurrió a mediados de los noventa, con el establecimiento en Madrid y en Valencia de sendas células de, respectivamente, Al Qaeda y el Grupo Islámico Armado argelino. Y aquí sigue desde entonces con mayor o menor intensidad, por lo que con mayor o menor intensidad sigue su amenaza terrorista.

Ahora bien, los combatientes terroristas extranjeros son uno de los varios exponentes de esta amenaza, aunque uno perturbador. Por una parte, se trata de individuos con habilidades especiales como agentes de radicalización. Por otra, pueden emprender células o redes dispuestas a atentar, así como vincularlas con los mandos centrales de organizaciones yihadistas en zonas de conflicto. Esto lo conocemos bien en España. Entre los implicados en la red del 11-M hubo al menos tres —pero es muy posible que fueran cuatro— que habían sido combatientes terroristas extranjeros en Bosnia y Afganistán, incluyendo al propio cerebro de los atentados. El enlace de la célula de Ripoll con la división de operaciones externas de Estado Islámico se canalizó, a través de un epicentro en Bélgica, mediante combatientes terroristas extranjeros facultados para guiar y supervisar la preparación de atentados.

Otro exponente de la amenaza yihadista que continúa en España es el de los llamados actores solitarios. Estos son individuos que intentan atentar por su propia cuenta, únicamente instigados por las proclamas de los líderes de Estado Islámico o Al Qaeda. En lo que va de 2022, cuatro individuos con ese perfil, en algún caso pertrechados de armas blancas o de fuego, han sido detenidos en Ceuta, Las Rozas (Madrid), Vespella de Gaia y Móra d’Ebre (Tarragona) y Roquetas de Mar (Almería). No han pasado por procedimientos selectivos de reclutamiento, y los problemas de salud mental son frecuentes entre ellos, por lo que a veces se recela de su radicalización efectiva. Por eso pasó inadvertido para buena parte de la opinión pública el último atentado yihadista en España, cometido por un actor solitario de nacionalidad marroquí en septiembre del pasado año en Torre Pacheco, que causó un muerto y cuatro heridos.

Ahora bien, no todos los individuos radicalizados y sin embargo no afiliados a una determinada entidad yihadista se mueven en solitario. Hay quienes lo hacen en compañía de otros de su misma mentalidad, aunque en el seno de células o grupos sólo inspirados por las actividades y la propaganda de entidades yihadistas en Oriente Próximo, el sur de Asia y el norte de África. En este supuesto encajarían los seis paquistaníes detenidos en febrero y junio —siempre del año en curso— en Barcelona, L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona), Girona, Granada y Úbeda (Jaén). Tenían relación con otros paquistaníes residentes en Italia y colaboraban en promover entre las comunidades de origen paquistaní en España la narrativa yihadista y las prácticas de vigilancia religiosa propias de Tehreek-e-Labbaik Pakistan. Seguidores de este movimiento han planeado y ejecutado actos de terrorismo en Pakistán y en Francia.

¿Significa esto que en el panorama actual del yihadismo en España no se aprecian militantes activos en células o redes pertenecientes a organizaciones yihadistas con base en regiones inestables del mundo islámico y dirigidas jerárquicamente desde sus directorios? En modo alguno, como también ha quedado de manifiesto este mismo año. En febrero, dos libios y una marroquí fueron detenidos en Barcelona, Girona y Valencia por su pertenencia a una célula especializada en métodos complejos de financiación que era parte integrante de una milicia asentada en el noroeste de Libia y desde 2016 entremezclada en esa región del país norteafricano con una rama local de Estado Islámico. Además, tanto esta organización como Al Qaeda, estructuras globales descentralizadas que rivalizan entre sí, están interesadas en recuperar capacidades y proyectar su amenaza sobre Europa Occidental.

Entre tanto, la reproducción del yihadismo global en nuestro país continúa a través de la difusión de los procesos de radicalización. A modo de ilustración, este 2022 han sido detenidos bastantes individuos, en Algeciras (Cádiz), Murcia, Melilla, Madrid, Elche (Alicante), Tarragona o San Antonio de Benafeger (Valencia), que actuaban como agentes de radicalización recurriendo a encuentros cara a cara, plataformas online o una combinación de ambas modalidades. Pero en España hay entre varios centenares y algunos miles de adolescentes y jóvenes musulmanes influenciados por agentes de radicalización yihadista situados en otros países. Incluso el pasado mes de julio pudo rescatarse en Verviers (Bélgica) a una menor que había abandonado su domicilio familiar en España tras ser adoctrinada y captada por yihadistas que actuaban desde allí. Además, ocurre que España está entre los países europeos más afectados por la radicalización y el reclutamiento yihadista en prisiones.

A menudo se nos olvida que estos yihadistas pertinaces no dejan de desarrollar en España iniciativas de radicalización, financiación y terrorismo. Ello es comprensible porque atentados como los de Barcelona y Cambrils que hoy recordamos van quedando atrás y la historia reciente ha traído serios problemas internos e internacionales añadidos a los que nos eran familiares. Quepa aducir, como buena noticia, que las detenciones durante 2022 en las cuales me he centrado muestran cómo las unidades especializadas del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil están cumpliendo en el conjunto del territorio nacional con su misión contra el terrorismo yihadista y que lo hacen colaborando a menudo entre sí, con otros cuerpos policiales como los Mossos d’Esquadra, con el Centro Nacional de Inteligencia, haciendo uso de los instrumentos de la cooperación internacional e incorporando a Europol.

Pero cuando lo que acabo de describir como buena noticia –aun si esta se refiere a rendimientos por su propia naturaleza optimizables— alude a resultados de una secuencia inacabable de actuaciones antiterroristas que, paradójicamente, están advirtiendo sobre la continuidad del yihadismo y de su inherente amenaza en España, para ser resilientes como sociedad hemos de tener en cuenta que lo inesperado puede ocurrir.