Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Llevamos un tiempo enfrascados en la disputa jurídica acerca de si la esperada ley de amnistía -quizás al final le den un título más evocador, como Ley de Alivio Penal o similar- encaja o no en la Constitución. Desgraciadamente carezco de los conocimientos necesarios para terciar en la disputa. Pero no me angustio por ello. Yo le creo al Gobierno y lo hago a pies juntillas. Para que luego digan. Bueno, aclaro que creo sin fisuras todo lo que han dicho al respecto ilustres juristas como José Manuel Campo, exministro de Justicia, colocado hoy en el Tribunal Constitucional o Fernando Grande-Marlaska exjuez de la Audiencia Nacional y hoy ministro del Interior, o el propio presidente Sánchez. Y también les creo a menguados juristas como María Jesús Montero, ayer médico y hoy ministra de Hacienda o Salvador Illa, ayer correveydile y hoy ‘correveycalla’. Todos, sin excepción, han asegurado hasta hace tres cuartos de hora que la amnistía no cabe en la Constitución y yo les creo. El hecho de que ahora, todos a la vez en el mismo minuto hayan cambiado su discurso y digan lo contrario es uno de esos misterios con los que convivimos. Como la licuefacción de la sangre de San Genaro o la razón por la que Jordi Pujol pasea en libertad por la calle Letamendi.
Lo que no entiendo es la secuencia de los hechos. Vamos a ver. Los padres de la Constitución diseñaron un esquema asimétrico con comunidades históricas, las de primera, con más y mayores competencias y otras, las de segunda que, como al parecer no tenían historia, disponían de menos y menores competencias. Todo ello con el saludable objetivo de apaciguar los sentimientos independentistas y traer la calma territorial a España. Luego, en 2006, José Luis Rodríguez Zapatero nos presentó el nuevo Estatuto de Cataluña como el remedio capaz de apaciguar a los independentistas catalanes y traer la calma territorial a España. Más tarde, llegó Pedro Sánchez y tras calificar a los protagonistas del procés como reos de rebelión, lo cambió por sedición, para apaciguar a los independentistas catalanes y traer la calma territorial a España. Después indultó a todos ellos, para apaciguar a los independentistas y traer la paz territorial a España. Por último, le resumo para no cansarle, eliminó el delito de sedición y rebajó el de malversación para apaciguar a los independentistas y traer la paz territorial a España.
¿Por último? No, ¡qué va! Ahora viene con la amnistía para apaciguar… etc… ¿En qué quedamos? ¿Cataluña está apaciguada, como asegura siempre el presidente Sánchez? Si no lo está y nos ha vuelto a mentir, ¿por qué supone que ahora sí va a funcionar el mecanismo de la cesión perpetua, cuando no ha funcionado nunca y siguen prometiendo que ‘ho tornarem a fer’ y sin renunciar a la unilateralidad? Y, si es verdad que está apaciguada, ¿a qué viene esto de la amnistía, a apaciguar lo ya apaciguado?
Lo que sucede es que todos, incluidos Manolo el del Bombo y el bufón ‘Calabacillas’, sabemos a qué viene esto. Es el precio exacto de los siete votos necesarios para dormir en La Moncloa. Todo lo demás es farfulla vacía y una obscena insistencia en tomarnos por idiotas. Lo malo es que el tiempo… ¡igual le da la razón!