Yo también quiero decidir

EL CORREO 05/04/14
ANDONI UNZALU GARAIGORDOBIL

· La identidad vasca es la suma de las diferentes identidades de los vascos

Es curioso lo que ha pasado con el derecho a decidir y más asombroso la capacidad de los nacionalistas para coger una cosa y convertirla exactamente en su contrario. Me explicaré. El derecho a decidir surge en los años 70 en EE UU, en torno al derecho de la mujer para abortar. El derecho a decidir reivindica la soberanía de la mujer sobre su propia vida y cuerpo. Y los que defendían este derecho más comúnmente se definían a sí mismos como movimiento proelección. Defendían, y siguen defendiendo, que cada mujer pueda tomar su propia decisión y que, por tanto, el Estado no pueda decidir por ella qué hacer.

Esta forma de entender el derecho a decidir encarna de forma literal la esencia de las democracias liberales: mi libertad crece en los espacios donde los demás no pueden decidir por mí. Cuanto mayor es el ámbito donde los demás, el Estado, la familia, la comunidad no pueden decidir por mí, por mucha mayoría que tengan, mayor es mi libertad. Es la libertad ‘negativa’ de Isaiah Berlin. El Estado no puede legislar los comportamientos de las personas, lo que tiene que regular es el derecho a libre elección. Por eso la mal llamada ley del aborto no regula que las mujeres tengan que abortar, sino el derecho de las mujeres a elegir entre abortar o no abortar. Esto choca con la frase manita y tonta, tan repetida por los nacionalistas, de que «cualquier cosa se puede decidir» si es de forma democrática. Pues va a ser que no. Que eso muy democrático no es. Que la esencia de la democracia son las cosas que no se puede votar. Ningún parlamento vasco, por mucha mayoría que tenga, puede decidir que todos somos católicos. Y una vez decido qué cosas no se pueden votar viene la libertad positiva: yo también quiero participar en las decisiones colectivas que me van a afectar. No siempre las cosas no votables han sido las mismas. La Constitución liberal por excelencia, la de 1812, imponía como única religión el catolicismo. El derecho a poder elegir separarse o seguir siempre dentro del mismo matrimonio, es muy reciente.

El progreso de la democracia y de la libertad está unido, siempre, a la ampliación de las cosas, de los temas, en los que el Estado no puede decidir y se deja en manos de los ciudadanos la soberanía de poder elegir.

Lo que los nacionalistas hacen con el derecho a decidir es exactamente lo contrario, porque su pretensión no es que cada ciudadano pueda decidir su propia identidad, sino que lo que quieren es prohibir la capacidad de elección personal. El derecho a decidir nacionalista quiere votar unos contra otros cuál es la identidad común y el que gana impone al resto su forma de entender la identidad, esa que dicen que es del «pueblo vasco». «Queremos decidir entre todos cuál es nuestro futuro», esa afirmación no es verdad, lo que quieren es que unos decidan contra otros (y ya veremos, además, si son tan mayoritarios. ¿Quiénes vamos a votar? ¿Están dispuestos a decidir ‘entre todos’, incluyendo la parte francesa, y a los navarros les dejamos que decidan con nosotros ‘todos juntos’? ¿O primero lo decidimos aquí, y luego los vamos conquistando?

Los que defendemos más libertad y una sociedad abierta nos negamos a que otros decidan por nosotros nuestra identidad. Y por eso, frente al derecho a decidir nacionalista defendemos el derecho a la libre identidad que es la forma de derecho a decidir original, esa que fue un avance democrático y propugna el derecho a elegir libremente cada uno su vida.

«Pero es que el pueblo vasco tiene su propia identidad diferenciada», me contestará el nacionalista. Pues va a ser que no, yo al menos no lo he visto. ¿Cuál es la identidad vasca? ¿Y, sobre todo, quién decide cuál es? La respuesta es obvia: la identidad vasca la han decidido los nacionalistas. Pero, en realidad, la identidad vasca es la suma de las diferentes identidades de los vascos, no hay otra ¿Y los españoles qué? me dirá el nacionalista. Ya. Claro que hay nacionalistas españoles, pero yo no les defiendo. Yo no defiendo el viejo estado nacionalista, aquí ni en España.

Los que defendemos las sociedades abiertas defendemos el autogobierno, pero no para imponer a todos una identidad común. Yo defiendo el autogobierno, precisamente para poner fin al Estado nacional, y garantizar la libre elección de identidad. El autogobierno para regular la convivencia de diferentes identidades. Pero hay identidades colectivas, me dice el nacionalista. Pues no. Lo que hay son prácticas colectivas de entender la identidad, que es cosa diferente, y eso lo queremos reconocer y regular con el autogobierno. Pero no sólo hay una. Hay más. Aunque entre nosotros, las prácticas colectivas de identidad no nacionalista están prácticamente silenciadas. Por eso los nacionalistas se enfadan tanto cuando ciudadanos vascos, con la bufanda rojigualda, se atreven a salir a la calle a celebrar el triunfo de la selección española. Otra forma de practicar de forma colectiva una identidad no nacionalista (vasca).

En todas las sociedades hay más de una identidad, y decidir por mayoría o por violencia, cuál es la común margina a los que no son de esa ‘identidad’, se pongan como se pongan los nacionalistas. Y hay que mirar al pasado para no repetirlo. La Europa del siglo XX es de terror. No hay ni un solo Estado nacional nuevo, ni uno solo, que no haya marginado a sus propias minorías. Y yo al menos, me niego a pedir el olvido después de ejercer la violencia, como decía Renan. En Euskadi estamos a tiempo de no ejercer nuevas violencias para construir nación y luego pedir el olvido.

El derecho a decidir nacionalista reduce la libertad de los ciudadanos, la defensa de la libre identidad amplía la libertad de los vascos para decidir el futuro de su propia vida.