Cristian Campos-El Español

Ni siquiera la opción más benevolente posible, la de que Pedro Sánchez no llamó piolines a los agentes de la Policía Nacional enviados a Cataluña para luchar contra el golpe de Estado independentista de 2017, sino al barco en el que esos agentes fueron alojados, es buena para él.

Porque piolines es el insulto que el independentismo catalán usa con los agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, de la misma forma que txakurra («perro») es el insulto que utiliza para ellos el entorno de ETA.

Y Pedro Sánchez no utilizaría jamás el término txakurra en el Congreso porque es consciente, se presume, de la carga ideológica de la palabra y de la distancia que separa las Cortes de una herriko taberna de Alsasua.

Aunque ni de eso podemos estar seguros ya. ¡Es tan difícil saber dónde tiene el límite Sánchez! Si le dio el pésame a EH Bildu por la muerte de un etarra (¿por qué, me pregunto, si habíamos quedado en que EH Bildu no era ETA?), lo de arrancarse a hablar como habla el separatismo catalán tampoco debería sorprendernos tanto.

Guiño a ERC

Es de suponer, eso sí, que ERC habrá pillado el guiño. Porque eso es lo que probablemente eran los piolines de Sánchez. Un guiño a ERC.

Que las palabras de Sánchez son bastante menos anecdóticas de lo que pretenden los sanchistas lo demuestra el hecho de que Félix Bolaños, que parece dedicar ya la mayor parte de su jornada laboral a apagar las hogueras generadas con fervor estajanovista por su propio Gobierno, se viera obligado a negar la mayor.

Lo demuestra también el hecho de que varios medios de prensa afines se vieran obligados este miércoles a manipular las palabras del presidente vendiendo la idea de que este había dicho que «el PP envió policías en el [barco] Piolín» en vez de lo que había dicho en realidad: que el PP envió a Cataluña piolines. En plural.

Y lo demuestra, finalmente, el hecho de que la cortina de humo cuidadosamente programada por Pedro Sánchez para tapar el escándalo de Pegasus (la de la nueva ocurrencia hemoglobínica de Irene Montero, brumóloga de guardia de este Gobierno) pasara ayer a un segundo plano frente a sus palabras en el Congreso.

Es el problema de vagar como pollo sin cabeza por el Congreso de los Diputados. ¿Que te preguntan por la ofrenda a ERC de la cabeza de Paz Esteban? Pues le echas en cara al PP el golpe de Estado de 2017, como si la culpa de ese golpe hubiera sido de Mariano Rajoy y no, precisamente, de tus compañeros de viaje en el Parlamento.

Remontada arriesgada

Pero lo haces de mala manera y sin calcular las consecuencias. Porque cuando uno está lanzando desesperadamente melonazos al área del contrario, a ver si hay suerte y remontas el 5-0 en el último minuto, la probabilidad del 6-0 en un contraataque está ahí.

Y eso es exactamente lo que ocurrió el miércoles.

Ocurrió que la situación del presidente es tan desesperada que el PP sólo tuvo que esperar sentado a que este metiera la pata, como la metió, hasta el corvejón. El trasfondo es evidente. La legislatura ha muerto y Sánchez es ya poco más que un pato cojo en el tiempo de descuento.

Y no ya de la legislatura, sino probablemente de su presidencia. Hasta el CIS se ve ya incapaz de ocultarlo por más tiempo.

Quizá el único logro del presidente, más allá del aplauso de ERC y de EH Bildu, sea el de haber conseguido que pasara desapercibida la segunda parte de su frase. Esa en la que oponía al envío de piolines por parte del PP el supuesto éxito abrumador del PSOE en Cataluña: la celebración en la región de un partido de fútbol de la selección española.

Porque si ese, un partido amistoso, es el baremo del triunfo de Pedro Sánchez en Cataluña, una comunidad donde se incumplen sentencias judiciales a placer, donde los niños son apedreados por sus vecinos por pedir su escolarización en español, o donde los nacionalistas amenazan con dar un segundo golpe de Estado unilateral si no se cumplen sus exigencias de un golpe de Estado bilateral pactado con el Gobierno, entonces es que España cometió un grave error en 2017.

Porque habría bastado con entregar a los nacionalistas catalanes la independencia de la región a cambio de la celebración de un partido amistoso entre la selección española y la catalana en la futura capital de la república catalana independiente para pacificar la convivencia para los restos.

Habría bastado, en fin, con dejar el asunto en manos de Luis Rubiales y Gerard Piqué, vivo ejemplo de la concordia a la que pueden llegar los catalanes y algunos españoles avispados si ambos se lo llevan crudo por el camino. A fin de cuentas, no ha habido mayor pegamento histórico en Cataluña que el trinque de sus elites burguesas a costa del lomo de las clases trabajadoras del resto del país.

Recordatorios a Sánchez

Convendría en cualquier caso que Bolaños le explicara a Sánchez que si los agentes destinados en 2017 a Cataluña se alojaron en el famoso barco fue por la negativa de los nacionalistas a facilitar su alojamiento en cualquier otro lugar.

El caso es que fueron los nacionalistas, actuales socios de este Gobierno, los que, por uno de esos misterios, no deseaban policías en Cataluña por aquellas fechas. Policías leales a la democracia, claro. De los otros había 17.000 en la región, descontando a las unidades BRIMO y la ARRO de los Mossos d’Esquadra, donde todavía quedaban y siguen quedando hoy algunos demócratas.

Convendría que Bolaños le recordara también a Sánchez que algún que otro cargo local del PSC está pendiente de juicio en la Audiencia de Barcelona por presionar a los propietarios de un hotel de Pineda de Mar para que expulsara a los agentes alojados en él. Un delito de odio castigado con tres años de cárcel.

«Si no echas a los policías te voy a cerrar el hotel mañana mismo y vas a estar cerrado cinco años», le dijo al gerente del hotel el mencionado cargo local del PSC, acompañado por otro cargo socialista y por el jefe de policía de la villa.

Que un cargo municipal socialista de cuarta regional, y nunca mejor dicho, se creyera con la impunidad suficiente como para poner a un empresario entre la espada de una ilegalidad y la pared de la ruina económica debe de ser uno más de esos ejemplos de concordia y pacificación de los que tanto presume el presidente en Cataluña.

La concordia que el presidente dice haber logrado en Cataluña se parece mucho, en fin, a la que pretende Podemos con su estrategia «pacifista» y «dialogante» en Ucrania: «Tú déjate matar por los rusos y ya verás como pronto dejan de matarte los rusos». Así también pacifico yo Cataluña. Y Birmania, Yemen, Afganistán y Tigray.

Convendría que Bolaños le recordara también a Sánchez que si en Cataluña reina hoy la calma chicha hoy no es por la acción de su Gobierno, sino por las condenas del Tribunal Supremo a Oriol Junqueras y compañía. Porque, reconozcámoslo, las mesas de diálogo no son nada al lado del innegable poder pedagógico de la celda de una prisión, capaz de amansar al más fiero de nuestros cantonalistas del Santo Chantaje Perpetuo.

Así que llueve sobre mojado y lo de menos ya es si Sánchez se refería al barco o a los policías.

Lo que debería preocuparle al Gobierno, y mucho, es que la posibilidad de que el presidente haya insultado a esos policías a conciencia no suena ya a ciencia ficción en la cabeza de casi ningún español. Lo que debería preocuparle es que los españoles se esperen ya cualquier cosa de él.

Literalmente, cualquiera.