Cristian Campos-El Español

No hay un solo tuitero en España que no lo recuerde como uno de los momentos más memorables de Twitter. En 2014, un usuario llamado Delfín A$turiano escribió un tuit destinado a Paco Sanz, que por aquel entonces había ganado una pequeña fortuna pidiendo donaciones para el tratamiento de su síndrome de Cowden, un cáncer genético extraordinariamente raro. O eso decía él.

Delfín A$turiano: Eso dl cancer genetiko suena a estafa primo

Paco Sanz: Y a ti yo no te he pedido nada lee lo q es el síndrome de Cowden y luego habla no permito a nadie cuestione mi sufrimiento

Delfín A$turiano: Si he buskao y cuando busco lo dl síndrome d cowden solo apareces tu en l google pidiendo perras

En marzo de 2017, la policía detuvo a Paco Sanz en su domicilio de La Pobla de Vallbona. El Ministerio Fiscal presentó contra él cargos por delitos de estafa, apropiación indebida y blanqueo. En febrero de 2021, Sanz llegó a un acuerdo con la Fiscalía. La Audiencia Provincial de Madrid lo condenó a dos años de prisión y a la devolución de los casi 37.000 euros estafados a aquellos que habían creído en la gravedad de su síndrome de Cowden. En realidad, una enfermedad benigna en una amplia mayoría de los casos.

El síndrome de Cowden de Yolanda Díaz es eso que algunos acólitos de la gallega han llamado «tecnopopulismo», supuesta mezcla de populismo y tecnocracia, de Nicolás Maduro y Mario Draghi. El oxímoron se explica solo. Y dice mucho también de cuáles son los unicornios de la extrema izquierda española de hoy: un demagogo que prescriba las mismas recetas populistas de siempre, pero con el conocimiento técnico necesario para conseguir que estas funcionen en la práctica, a diferencia de lo ocurrido durante los 150 años transcurridos desde la publicación de El capital.

Es decir, alguien que, esta vez sí, aplique el comunismo «bien».

No es el único ditirambo con el que se ha descrito a Yolanda Díaz durante el último año. De ella se ha dicho, por ejemplo, que «la inteligencia le agranda los ojos, le ilumina la frente y le rebosa por todos los poros. Hasta su nombre, como una elegida de los dioses, es una contradicción ejemplar, entre el exotismo de su onomástica y la cotidianidad de su apellido» (Luciano G. Egido en CTXT).

«Es la figura central de una política que no aspira a aniquilar a todas las demás visiones del mundo, sino a discutir con ellas. Admiro que robe horas de sueño para leer mientras lleva adelante las reformas de un país entero» (Elizabeth Duval en Vanity Fair).

«La vicepresidenta y ministra que tuvo que luchar contra lo imposible para sacar adelante la aprobación de la reforma laboral» (de la sinopsis de su biografía Yolanda Díaz. La duquesa roja).

«La ministra de Trabajo no es Rosa Luxemburgo, sino una abogada laboralista que tiene en su cultura política la lucha sindical y el acuerdo en el seno del diálogo social para lograr mejoras concretas de condiciones para la clase trabajadora» (Antonio Maestre en eldiario.es).

«Es una mujer extraordinaria por su capacidad de trabajo y por cómo dice las cosas. Su tono es un logro muy eficaz para mucha gente que está cansada. Demuestra que se pueden hacer de una forma distinta las cosas. Me parece memorable» (Xavier Sardà en La Sexta).

«Yolanda Díaz fue meridiana este jueves en su realismo, y sí, necesitamos realismo. Ni realpolitik de salón, ni diplomacia de ballet, ni susurros de cristal» (Ana Pardo de Vera en Público)

De la realidad del «efecto Yolanda» quedan como testimonio sus tres únicos contactos con las urnas.

En las elecciones gallegas de 2020, a las que Yolanda Díaz no se presentaba, su cara protagonizó muchos de los carteles de Galicia en común/Podemos. El propio partido reconoció que la utilizaba como «gancho electoral» y «para llevar a la comunidad al siglo XXI».

Podemos obtuvo cero escaños.

En las elecciones de Castilla y León, Yolanda Díaz desempeñó un papel menor por voluntad propia para no agravar todavía más su enfrentamiento con Irene Montero e Ione Belarra.

Podemos perdió un escaño de los dos que tenía y 7.500 votantes de los 68.787 que había obtenido en 2019.

En las de Andalucía del pasado 19-J Yolanda Díaz se volcó como no se había volcado en las de Castilla y León, por fin emancipada de Montero y Belarra.

Podemos/Por Andalucía perdió 12 escaños de 17 y más de 300.000 votantes.

Es decir, que cuando Yolanda Díaz no se implica en unas elecciones, Podemos baja. Y cuando Yolanda Díaz se implica, Podemos se estrella.

A nivel nacional, el publicitado «efecto Yolanda» ha llevado al partido desde el 17,8% de las elecciones generales de noviembre de 2019 al 11,7% que le da el último sondeo de Sociométrica para EL ESPAÑOL.

El CIS es todavía más contundente. Según Tezanos, Podemos ni siquiera llegaría hoy al 10% de intención de voto (9,8%, concretamente).

[Yolanda Díaz anuncia durante la campaña electoral andaluza su disposición a presidir el país: «Estoy dispuesta a dar un paso para gobernar España»]

Yolanda Díaz, evidentemente, no es la culpable de la decadencia de Podemos, cuyas causas van mucho más allá de ella y tienen que ver más con la levedad intelectual, profesional y personal de sus líderes. Pero la ministra, tan venerada por sus amanuenses que estos necesitan recordarle cada pocas frases a los lectores que la gallega no es Rosa Luxemburgo aunque por lo visto lo parezca, tampoco ha servido como revulsivo y ni siquiera ha logrado ralentizar la caída de la formación morada.

La ministra de Trabajo, en definitiva, no carbura electoralmente y nada hace pensar que su proyecto, personalista y al mismo tiempo una réplica de la vieja IU, pueda llegar siquiera a acercarse al 20% de los votos que Podemos consiguió en 2015.

Y por eso el dato más citado en las odas a Yolanda Díaz no son sus resultados electorales, sino su índice de popularidad. Una popularidad que rellena horas de televisión, pero que resulta inane en la práctica. Y sólo hay que recordar aquí aquello que respondió Adolfo Suárez cuando le informaron de que era el político más querido por los españoles: «Que me quieran menos y me voten más».

Basta con saber, además, que nada le gusta más a un español que un fracaso y que por eso los perdedores suelen liderar con autoridad todos los rankings de popularidad en España. Véase Alberto Garzón, también muy querido por los españoles. O Íñigo Errejón, otro que atesora más enamorados que votantes. O Albert Rivera, asimismo muy querido durante las semanas previas a la hecatombe de Ciudadanos de 2019.

Pero más allá de los datos está su labor estrictamente política.

1. Una reforma laboral que es idéntica a la del PP, «salvo alguna cosa».

2. O el título de ministra de Trabajo con más parados de la Unión Europea. Por delante, incluso, de Grecia, ejemplo de libro de mercado laboral estructuralmente disfuncional.

3. O el maquillaje de las cifras del paro con la artimaña de los «contratos fijos discontinuos». Artimaña que pretende cambiar la realidad cambiando el nombre de esa realidad, como si los parados se convirtieran en ocupados por llamarlos «discontinuos».

4. O la pésima elección de sus compañeras de viaje. Una imputada por prevaricación y coacciones (Ada Colau), una imputada y dimitida por el presunto encubrimiento de los abusos sexuales a una menor (Mónica Oltra), una defensora del velo (Fátima Hamed Hossain) y una Mónica García que, tras hacerse la foto junto a las anteriores en noviembre del año pasado, se ha restado a sí misma del proyecto Sumar de Díaz.

[Yolanda Díaz en su acto con Ada Colau, Mónica García y Mónica Oltra: «Tenemos un proyecto de país]

Queda, finalmente, ese intangible que suele denominarse de tantas maneras distintas como líderes políticos existen: carisma, personalidad, carácter, talante.

En el caso de Yolanda Díaz, ese talante se sostiene sobre una chocante tendencia a la egolatría (justificó su plantón a un acto de la OTAN con un «ausenté mi presencia»), una vacuidad retórica alarmante («os pido en nombre de los represaliados franquistas que vayáis a votar» o «estamos todas en política por la sonrisa de una niña afgana») y una soberbia inexplicable que ha causado ya no pocas mofas en el mundo de la empresa y las finanzas españolas (Díaz llegó a acusar al gobernador del Banco de España de «profundo desconocimiento» del mercado laboral y de las pensiones).

Nadie sabe hoy en qué consiste el proyecto de Yolanda Díaz. Nadie sabe si será Podemos con otro nombre, si confluirá con Más País o con IU, quién acompañará a Díaz, cómo se financiará y de dónde saldrá su estructura. Nadie sabe cuál es su espacio o adónde pretende llegar la ministra con él. Nadie sabe qué lo distingue de Podemos o qué aporta Yolanda Díaz más allá de su índice de popularidad en los sondeos.

Todos parecen intuir, en cualquier caso, que el combustible de ese proyecto no es otro que las lisonjas de los admiradores de Díaz. Una gasolina de tan bajo contenido energético que es improbable que la ministra logre siquiera salir del garaje con ella.

¿Se ha creído la ministra, en resumen, su propio síndrome de Cowden?

El problema con la «esperanzadora» Yolanda Díaz es que buscas en Google y sólo aparece ella estrellándose en las urnas y viendo cómo se le caen las imputadas de los bolsillos.