- La ministra de Trabajo se manifiesta este primero de mayo. No me digan que no es chulísimo
La esquizofrenia política que vive el gobierno de Sánchez debería ser estudiada por los psiquiatras. Se levantan ministros, a mediodía se vuelven sindicalistas furibundos, por la tarde pasan a ser inquilinos de lujosos áticos y por la noche vayan ustedes a saber. Ellos se lo guisan y se lo comen. Los sindicatos del régimen, regados con millones de dinero público, están carentes de afiliados y sin apenas capacidad de movilización. En Madrid fueron tan solo unos diez mil a la manifestación según la Delegación del Gobierno, que ya sabemos cómo cuenta. Lógico, las clases populares se ven capitidisminuidas por las políticas del social comunismo. En otras capitales de España, igual. La gente que trabaja conoce el pie que calzan esos dos sindicatos que son la correa de transmisión de Moncloa. La ordinary people ve con lejanía cósmica esos discursitos que sueltan unos líderes sindicales de los que nos está vedado conocer cuanto cobran y, citando a Serrat, a quien sirven cuando alzan sus banderas.
Los sindicalistas que conocí hace cuarenta años se morirían de vergüenza si vieran en qué ha ido a parar el sindicato socialista, que apoya a los separatistas catalanes y comparte mesa y mantel con los poderosos
Yolanda Díaz ha hablado de las cosas chulísimas que hace este gobierno transversal y progresista. Pero como no se vive de embustes rebozados en la harina rancia del sectarismo ni tampoco se pagan las facturas yendo a manifestaciones en las que puedes encontrarte entre banderas LGTB o separatistas las de la hoz y el martillo, la gente ha dicho Agur Ben Hur. La ciudadanía entiende que lo que chulo es pagar facturas, llegar a fin de mes, ahorrar, que no se te vaya un ochenta por ciento en impuestos, crear empresas sin tanta burocracia oxidada y sin recibir ni un euro de esos fondos europeos que, a fecha de hoy, no han llegado a nadie. Conozco muy bien una de las dos cabezas de la hidra que es el sindicalismo oficial español. Me refiero a la UGT. Tamaño edificio al servicio del nepotismo no ha sido visto en ningún otro lugar. Los sindicalistas que conocí hace cuarenta años se morirían de vergüenza si vieran en qué ha ido a parar el sindicato socialista, que apoya a los separatistas catalanes y comparte mesa y mantel con los poderosos. Serían los primeros en apostrofar a los que se niegan a desvelar qué les pagamos los españoles, de dónde sacan pa tanto como destacan, igual que la chica del diecisiete, y, no lo duden, ninguno admitiría que lo que hacen con los trabajadores es chulísimo. Recuerdo cuando Pepe Álvarez viajó a Madrid junto con su gran valedor Miquel Iceta para pactar su elección como secretario general de la UGT. Porque, como en cualquier monarquía absoluta, los herederos se pactan. Y recuerdo lo que se acordó, las imposiciones con respecto al fet català y muchas otras cosas que quizás algún día explique, como admitir a las juventudes de Esquerra en el colectivo juvenil Avalot de la UGT catalana. Ni aquello fue chulísimo ni lo que dice Yoli lo es. Todo gira alrededor de conseguir la parcela de poder personal más grande, aumentar la capacidad de comprar voluntades y silenciar críticas, convertirse en un mamotreto repleto de gente abrumadoramente mediocre, incapaz, aprovechategui.
Ya lo ve, ministra. Los trabajadores, desde el peón hasta el mediano empresario -que aquí la cosa va de quien se gana la vida con su esfuerzo y quien se la gana merced a la subvención-, pasan soberanamente de sus voceros sindicales. Tangencialmente, Vox convoca en Cádiz junto al sindicato Solidaridad y llena. Y nadie lo quiere ver.