- La izquierda no suma, advierte la acorazada mediática de Moncloa. El invento de Yolanda Díaz no despega y Pablo Iglesias se enfurece. Ruido de sables en la banda del progreso
Esta semana se nos apareció en los altares, junto al padre Ángel. Presentaba una hagiografía sobre su amigo Francisco. El Pontífice «me cambió la vida», confesó envuelta en flashes y sacristanes. «Cuando le escuchaba, me estaba oyendo a mí misma». Si pensara antes de hablar apenas se notaría.
Yolanda Díaz quiere ser una chica Almodóvar. Un cruce entre Rossy de Palma y Loles León. Dicharachera, inquieta, chismosa, extrovertida, agitada (no mezclada), con ese punto de poligonera sofisticada tan valorado en las portadas del feminologio. Tiende a exhibirse con una tenue overdressed, hiperpeinada, de maquillaje intenso y el pintalabios tan extremo como el de Nora Gregor en La regla del juego. Es la reina del outfit deslumbrante, la envidia de sus compañeras de Gabinete, el rencor de sus camaradas de partido. Porque, a no olvidar, Díaz es militante activa y eufórica del PC, comunista de cuna y quizás de convicción, lo uno no quita lo otro. En página alguna de El capital, que ella prologó y presentó (una vela a Dios…), se sentencia que una comunista no pueda pasearse con un look de princesita vanity-red.
La vicepresidenta y titular de Trabajo anunció mucho tiempo atrás la puesta en marcha de un artefacto, bautizado Sumar con el encargo de ocupar ese ‘espacio a la izquierda del PSOE’ necesario para que Pedro Sánchez sume en las urnas. Un cometido ambicioso que apenas ha logrado concretarse en unos cuantos titulares, un ascenso de Yolanda en las encuestas. No se presentó a las andaluzas. Tampoco lo hará a las autonómicas y municipales del supermayo. Lo de Sumar se reserva para las generales, según confiesa su promotora, en un tono misterioso y hermético que suena a pinchazo. Es un proyecto que hay que madurar, trabajar, aquilatar. O sea, que no hay nada, salvo la reacción rabiosa de Pablo Iglesias, el pato de la boda condenado al sacrificio.
Tan mal lo ven en Moncloa que han desplegado su acorazada mediática, con El País y la Ser a la cabeza, para advertirle al líder morado que sin el engendro de Yolanda, el trastazo de la izquierda en los comicios será pavoroso
«Sumar va a ser el secreto de la nueva coalición progresista», declaraba la promotora de la ultraizquierda cool hace apenas unas horas. Suena lo de ‘secreto’ a la flor de Almodóvar, un trapantojo con el que ocultar un patinazo, una engañifa para camuflar el trastazo. Tan mal lo ven en Moncloa que han desplegado su acorazada mediática, con El País y la Ser al frente, para advertirle al líder morado que sin ese engendro de Yolanda, tan en mantillas, el trastazo de la izquierda en los comicios del año próximo será pavoroso. Ni diez escaños para Irene Montero, auguraba la fake-encuesta con la que adornaban su portada, ora pestilente, ora golpista.
Pedro Sánchez, mientras dinamita el Código Penal y vuela el edificio de la Constitución (este jueves dio un paso definitivo), urge a su vicepresidenta a que acelere con su invento, a que ponga en marcha de una maldita vez su maquinaria para sumar, totalmente atascada. La dama interpelada, que abunda en colmillo pero carece de luces, ha recurrido a algunas estratagemas pedestres. Viaje a la Feria del Libro de México para apadrinar a un escritor amigo y pasear con alguna fámula de AMLO, ese virtuoso representante de la calaña de los caudillotes de la izquierda iberoamericana. Viaje a Buenos Aires para apoyar a Cristina Kirchner, la magna ladrona de la Pampa, condenada a seis años de cárcel por malversar bienes públicos, algo que en la España del progreso ya no es delito sino mérito.
Este es el rastro del gobierno Sánchez, un territorio devastado, un prontuario que amenaza su continuidad, de acuerdo con los preocupados análisis de los 800 asesores de la Moncloa
En el entretanto, Yolanda recupera grandes ideas, como el tope en la cesta de la compra -otro montaje interruptus-, congelar las hipotecas, o pactar con Bildu la reforma de las pensiones, ideas todas que huelen como el sobaco de una aspiradora. «Donde no está el Gobierno siempre hay problemas», ha aseverado con esa prosapia de vicetiple espumosa que tanto encocora a los medios. Basta echar un vistazo a la ardiente realidad para comprobarlo. Inseguridad jurídica, asfixia fiscal, cuchilladas al poder legislativo, arremetida al equilibrio territorial, mordaza a los medios, acoso a la independencia judicial, retroceso de las libertades, angustia económica, deuda disparada, desempleo camuflado y, en suma, el Estado de derecho dinamitado. Este es el rastro del gobierno Sánchez, un territorio devastado, un prontuario que amenaza su continuidad, de acuerdo con los preocupados análisis de los 800 asesores de la Moncloa.
Se acabó, princesa
El ‘efecto Feijóo’, luego de un leve bache otoñal, quizás artificioso, se recupera. El sanchismo, sin contar aún las réplicas de su zarpazo a las instituciones, con su rosario de afrentas letales como el definitivo asalto a la cúpula judicial o el borrado de la sedición y malversación para hacer felices a sus ocios golpistas, atraviesa un estado de inquietud. La demoscopia anuncia retrocesos. Los cantos de sirena progresistas ya no movilizan ni a los cabales. De ahí los gritos gorilas del diputado Sicilia, un cermeño sin agallas, o las intensas presiones sobre Yo-yo-yolanda, para active su invento, desvele su ‘secreto’ y aclare de una puñetera vez su oferta antes de que se concrete el cataclismo. Cada mañana, Yoli de Palma, rojita de Chanel, ciega de rimmel, se plantará ante el espejo y se preguntará qué narices he hecho yo para merecer esto. Quizás no le agrade la respuesta. Aspira a ser presidenta del Gobierno y como mucho logrará un papelito en la próxima de Almodóvar.