Nacho Cardero-El Confiencial
- Como no hay dos sin tres, el expresidente del Gobierno lleva unas semanas evacuando perlas allá por donde va a cuenta de los indultos, Cataluña y el modelo territorial
José Luis Rodríguez Zapatero lleva días autopostulándose en los medios de comunicación como mediador entre la Generalitat y el Ejecutivo central. Lo hace por un quítame allá esas pajas en tanto en cuanto él, expresidente del Gobierno y hombre de Estado, se debe a su país.
Por suerte, Pedro Sánchez lo conoce demasiado bien como para dejarle meter baza en la mesa de negociación. Por suerte para el país y para el propio Sánchez.
El actual inquilino de la Moncloa es consciente de que, sin Zapatero y su sentada ante la bandera de los EEUU, quizá los 29 segundos con Biden hubieran sido unos cuantos más. Los americanos no se han recuperado de aquel desplante, ni de nuestra espantada en Iraq, ni de cómo Zapatero desde Túnez, ante un abochornado Bernardino León, animaba al resto de miembros de la coalición a hacer lo mismo.
Lo de Aznar en las Azores no pasa de ser una mera fotografía de archivo mientras que el ‘efecto ZP’, macerado con su controvertido papel en Venezuela, permanece en la retina de los norteamericanos. Cosas veredes.
Habla de «alternativas creativas» para saltarse la sentencia del TC, en un nuevo puntapié a nuestro ya de por sí vapuleado Estado de derecho
Como no hay dos sin tres, el expresidente del Gobierno lleva unas semanas evacuando perlas allá por donde va a cuenta de los indultos, Cataluña y el modelo territorial.
Si alguien pretende ejercer de mediador, lo primero que debería hacer es lucir discreción y dejar de conceder entrevistas, por mucho que uno le haya cogido el gusto a lo de Venezuela y esté dispuesto a ofrecerse para lo que sea.
Dice Zapatero que la medida de gracia es un paso “valiente” y “positivo para España”; en la publicación catalana ‘El Temps’, asegura que constituye “la decisión más importante de la legislatura” y que “dará grandes frutos al país”, y se corona en una entrevista en ‘La Razón’, donde, sin que se le caigan los pelos del sombrajo, hace un llamamiento a buscar “alternativas creativas para recuperar partes del Estatut que anuló el Tribunal Constitucional”.
No sabemos a qué se refiere por “alternativas creativas” para saltarse la sentencia del TC; lo que sabemos seguro es que, cuando Zapatero se pone “creativo”, hay que echarse a temblar.
“Puede que muchos ya no se acuerden”, dice, “pero el gran problema que acompañó a esa reforma [la del Estatut], tras la sentencia de 2010 del TC, es que ya había sido aprobada en referéndum por la sociedad catalana. Esto planteó un choque muy serio de legitimidades”.
El expresidente se refiere al Estatut como si fueran las tablas de los 10 mandamientos cuando solo obtuvo el respaldo del 35% de los catalanes con derecho a voto. Además, le otorga una legitimidad absoluta por haber sido bendecida por el Parlament, olvidándose de que dicha legitimidad lo es porque nace de la Constitución.
Poner las leyes aprobadas por encima de la carta magna equivale a decir que cualquier pronunciamiento de inconstitucionalidad puede no ser legítimo, lo cual supone un grave precedente para nuestro ya de por sí vapuleado Estado de derecho.
Con estas declaraciones, Zapatero no le está echando un cable a Pedro Sánchez; lo que le está lanzando es una soga al cuello
Exuda ese aroma populista tan característico de nuestros días, el mismo que con el compadre Maduro, donde los que se saltan las leyes no son tan malos como parecen y, en cambio, los que exigen su respeto se equivocan porque gritan y patalean demasiado. Zapatero, como los obispos, aboga por dialogar y poner la otra mejilla.
Dice el expresidente que no le ofendió la actitud desafiante de los líderes independentistas al salir de la cárcel, que era “lógica y previsible”, y que resulta irresponsable ignorar que hay dos millones de catalanes que quieren la independencia, pues obviarlo solo hace crecer el problema, sin hacer alusión, en cambio, a que hay otros 10 millones de españoles que votan a partidos (PP, Vox y Cs) que llevan en sus respectivos programas la no cesión a las peticiones independentistas.
También dice Zapatero, a modo de provocación, que, “dada su actitud, posiblemente harían falta más horas con el PP que con los independentistas para convencerles de una reforma constitucional”, lo cual no solo supone bendecir el papel de Junqueras, sino que da por hecho que el ofrecimiento que se hará en la mesa de negociación se aproximará muy mucho a las peticiones maximalistas de ERC y Junts.
Con estas declaraciones, en definitiva, Zapatero no le está echando un cable a Pedro Sánchez; lo que le está lanzando es una soga al cuello. Lo mismo ocurre con la entrevista a Junqueras en ‘La Vanguardia’, donde el de ERC asegura que la actitud del Gobierno de Pedro Sánchez para resolver el conflicto catalán “es la mejor” que se ha dado “en la última década”.
Al contrario de lo que se piensa, el mayor coste político para Sánchez no va a venir por los indultos a los presos del ‘procés’, sino por el hecho de tenerlos en la calle explayándose a su gusto, alabando la figura del presidente del Gobierno al tiempo que reclaman la amnistía y la autodeterminación. Con aliados como los independentistas y el expresidente Zapatero, ¿quién quiere enemigos?