Zapatero ha preferido ignorar las declaraciones amenazantes de ETA, y ha optado por eludir cuidadosamente todas las palabras comprometidas: mesas de partidos, nuevo Estatuto, Navarra… ¿Qué nos dijo ayer Zapatero en el BEC?: que ya se ha visto, que ya se verá y que ya iremos viendo. Todo un programa de gobierno.
El PSOE echó ayer los restos para llenar el BEC de Baracaldo en uno de esos fervorosos actos de masas unánimes tan caros a los partidos. No hay duda de que los socialistas han pasado con sobresaliente la prueba de la foto, pero naturalmente necesitamos tiempos para saber si la ocasión será tan histórica como la pintaban. De momento, el PSOE ha dejado absolutamente claro que en sus filas no hay divisiones ni dudas sobre el «proceso», y también que, a diferencia de Cataluña, esta vez no habrá delegación alguna de la dirección del «proceso». Los dirigentes vascos han tenido un papel absolutamente menor en un acto concebido a mayor gloria de su único e indiscutible líder, algo que tampoco puede preocupar a quien conozca a los líderes actuales del socialismo vasco. Si la manera de hacer las cosas de Zapatero es motivo de franca preocupación, aquí conviene recordar que todo es susceptible de empeorar.
Cuentan la crónicas que hubo palabras de reconocimiento para Eguiguren y es de justicia que las hubiera, ya que la estrategia socialista actual consagra sus antiguas previsiones acerca de la imposibilidad de vencer al nacionalismo y de la inversa necesidad histórica de negociar con ETA el abandono de las armas a cambio de una asociación que sustituya al PNV en el monopolio de la tarta. No obstante, se nota el paso del tiempo. Los «tripartitos de izquierda» ya no molan, y es muy posible que el llamado a compartir la Casa del Padre no sea ese invento que puedan engendrar Otegi y compañía para ganar la legalidad, sino el PNV de Imaz. Y, a diferencia de la imprudente promesa hecha en Barcelona antes de las elecciones autonómicas, Zapatero no se comprometió a que Madrid apruebe o enmiende un poquito lo que decidan los partidos en el País Vasco, porque resulta bastante claro que sólo será «Madrid», y en concreto la sinécdoque geográfica llamada La Moncloa, quien llevará las riendas del proceso, y quien las soltará si no hay otro remedio y comienzan a quemarle.
El presidente del Gobierno aprovechó la cita para anunciar que en junio anunciará el inicio del diálogo con ETA tras verificar que los terroristas cumplen con el alto el fuego, así que ya habrá algo que recordar de la «Fiesta de la Rosa» del año 2006: inauguró oficialmente el Diálogo. Lo del cumplimiento es una apreciación bastante ajustada si -pero sólo si y nada mas qué si- se descuentan del «alto el fuego» los atentados de Barañain y Getxo, los agresivos asedios de Segi -ilegal, ¿recuerdan?- a las sedes socialistas y batzokis, y el ataque contra la casa de Manoli Uranga, concejal socialista de Azpeitia. Ciertamente, casi nada si se compara con la epidemia de kale borroka de la anterior tregua. Y poca cosa si se recuerdan los asesinatos y atentados de otras épocas no tan lejanas. El problema es que hay demasiados «si» condicionales en todo esto. Podemos creer que hay un proceso de paz en marcha si aceptamos que esto es un proceso de paz, aunque se pueda comprender que haya dudas razonables -Zapatero dixit- para aceptar esto si se toman en cuenta los datos de la realidad.
Además de anunciar una decisión que se daba por prácticamente tomada y que sólo pareció frenar el publireportaje de los etarras que sacó Gara -no vamos a llamar periodismo a esa basura-, Rodríguez Zapatero hizo otros cuantos anuncios notables no menos erizados de más «síes» condicionales, aderezados con alguna frase enigmática.
Enigmático es, me parece, anunciar que el Ejecutivo tiene el objetivo de conseguir la paz «por razones de pasado, pero, ante todo, por razones de futuro»: ¿nueva alusión a la foto del pasado (Rosa Díez con Pilar Elías en Basta Ya) y a la foto del futuro (la otra, la «buena», con Juana Goirizelaya)? El código da Vinci ha vuelto a poner de moda la cosa críptica, y ahora todo se vende codificado para que nos entretengamos descifrando lo que el cifrador quizás no sabía que cifraba. De manera que estas declaraciones pueden tomarse en un sentido y en el estrictamente contrario. En ese mismo estilo leo que, según el redactor de Europa Press, Zapatero «también quiso dejar claro que «la paz no tiene precio político» porque «no es el fin de la política», sino «más bien la mejor condición para la política de verdad». Lo que puede captarse como que no habrá precio político para la paz porque sólo hay política cuando hay paz, de modo que antes de que haya política no es posible pagar precios políticos, claro, o también que cualquier concesión previa por la paz no debe tomarse como un precio político porque no podría serlo, algo así como cuando José Blanco se quita de encima las actividades ilegales de Batasuna diciendo que no pueden tomarse en cuenta porque Batasuna, por ilegal, no existe. Cosas de fantasmas, vaya.
Siguiendo con los condicionales, Zapatero dijo: «Y si aquellos que han abrazado, defendido, apoyado la violencia dan un paso, la democracia sabrá dar sus pasos». Y también: todas las ideas se podrán «defender, expresar y mantener» si se abordan «con la palabra y el respeto democrático».
En fin, el futuro vasco deberá cimentarse en «tres principios irrenunciables: la paz, la legalidad y la convivencia». ¿Y la libertad?: pues como va siendo habitual, no fue el concepto más mentado. No está de moda en los partidos que cultivan la unanimidad interna y transversal. La convivencia, que sí resulta fashion, requerirá de «generosidad y capacidad de reconciliación», a lo que están muy bien dispuestos los socialistas. En estas condiciones, «tendremos diálogo político» con quienes deseen «dialogar en términos políticos», para «renovar un gran acuerdo de convivencia, un acuerdo de convivencia fruto del reconocimiento a lo que es Euskadi y a su pluralidad, del acuerdo y del pacto». Puede que el presidente sepa lo que es Euskadi y esté a punto de reconocerlo para hacérnoslo ver (¿realidad nacional, nación, nación confederada de naciones vascas como quería Sabino al inventarse el palabro Euzkadi?), pero probablemente aludía a una reforma del Estatuto de autonomía. Abunda en esta dirección que vea el sitio del País Vasco en «la España Constitucional, democrática, avanzada y libre que reconoce todas las identidades, todos los pueblos y que deja decidir a todos los ciudadanos». Lo que Maragall -¿le citó alguien?- llama «la España plural».
En su publireportaje, los encapuchados dejaron muy claro que no habrá «proceso» si su finalidad es otra distinta a la autodeterminación-y-territorialidad. Para Zapatero no van por ahí las cosas, lo que es de agradecer. Los vascos «decidirán su futuro» pero, «como ocurre en democracia», «dentro de las leyes y respetando cada uno de los principios del ordenamiento». Nada de saltarse la Constitución, aunque sí -sólo si…- de interpretarla libérrimamente. ¿Cuánto tiempo será necesario para ello? Según el presidente, tres o cuatro años como mínimo, indicio elocuente de que aspira a la reelección y de que pedirá el voto ciudadano para culminar su misión histórica. Es muy probable que lo consiga si, entre tanto, la cosa no salta por los aires. Pero hasta pasadas las elecciones municipales del 2007, es altamente improbable que la banda haga mucho más que publireportajes. Esto, el tiempo, es la principal baza con la que juega Zapatero y la que demanda la mayoría de la sociedad: tiempo sin sobresaltos y tiempo al tiempo, que todo lo cura.
A las víctimas, Zapatero les ha prometido esforzarse por incluirlas nada menos que en el preámbulo de la Constitución: «Es mi propósito proponer el reconocimiento del dolor de las víctimas en el mejor homenaje que podemos hacer, recordarlas en el libro de la convivencia, la memoria de las víctimas en la Constitución, y así lo propondré al resto de las fuerzas políticas». Parece un modo simbólico de sustituir la demanda de Justicia, que tiene poco futuro, por un plus compensatorio de Memoria. Pero, además de algo bastante discutible como fundamentación constituyente, la ocurrencia puede desencadenar una cascada de peticiones similares de todos los colectivos de víctimas existentes o por constituir. Izquierda Unida se ha adelantado a reclamar que también se incluyan en la mención a las víctimas de la guerra civil, a las que sin duda seguirán pronto las de la represión franquista y la llamada violencia de género. A juzgar por los dislates de los textos de reforma de los Estatutos de Cataluña y Andalucía -sin olvidar el Plan Ibarretxe-, los preámbulos de las grandes leyes, que se suponen fundamentan su finalidad, parecen condenados a convertirse en escaparates de la memoria creativa y campos de batalla del ajuste de cuentas.
Zapatero, pues, ha preferido ignorar las declaraciones amenazantes de ETA, las advertencias entre alarmistas y alarmadas de Otegi -que esta semana vuelve a vérselas con el juez Grande-Marlaska- y, sobre todo, ha optado por eludir cuidadosamente todas las palabras comprometidas por tener implicaciones prácticas: mesas de partidos, nuevo Estatuto (esto se comprende mejor en vísperas del incierto cáliz catalán) o Navarra, por ejemplo. Y sobre la autodeterminación, eufemísticamente «derecho a decidir», una elipsis no carente de elegancia: los vascos decidirán, pero como lo hace todo el mundo, esto es, según lo establecen las leyes. ¿Qué nos dijo ayer Zapatero en el BEC?: que ya se ha visto, que ya se verá y que ya iremos viendo. Todo un programa de gobierno. Claro que también podemos entenderlo como una astucia retórica frente a la lunática declaración etarra y las salidas de tono de la oposición. Contra el dogmatismo inflexible, monomaníaco y megalómano de los terroristas, el gobierno opone un discurso moralista, benevolente, inclusivo, amnésico, voluntarioso, vaporoso, estilizado y cuidadosamente borroso. No porque esté muy seguro de lo que van a hacer los de la boina encapuchada a pesar de tanta verificación como se presume tener, sino porque parece interesado en dejar muy claro que por ellos no va a quedar, que intentarán absolutamente todo lo intentable y que, si finalmente sale mal la cosa, la responsabilidad será de los otros. «Si» en vez de sí o no: esa es la cuestión.
Carlos Martínez Gorriarán, 21/5/2006