Juan Carlos Viloria-El Correo
Conocíamos a ZP por su pírrica, pero suficiente victoria, (ocho votos le sacó a Pepe Bono) en aquellas primarias socialistas. Por su incidental triunfo en las elecciones del 2004 aturdida España por la onda expansiva del 11-M. Por su intrépida reforma del código civil relativa al derecho matrimonial. Por su irreflexiva ley de Memoria Histórica. Por su obcecada negativa a reconocer la mayor crisis económica desde el crack del 29. Y por el lobby de la ceja que le jaleaba. Lector casual de Phillipe Pettit, politólogo irlandés promotor del republicanismo; una especie de ácrata posmoderno, un ‘antisistema blando’ que predica el libre albedrío del individuo frente a toda clase de instituciones. Inolvidable su insensata promesa electoral de bendecir en Madrid cualquier iniciativa política surgida del Parlament de Cataluña. Cheque bebé. El Plan E para salvar el incendio de la economía española con una manguera de jardín. Y un evasiv mutis por el foro recortando gasto público a machete por orden de las potencias internacionales un día de mayo de 2010 con el país a punto de rescate. Adelanto de elecciones. Pasa el marrón a Rubalcaba. Derrota. Punto y final. Hace unos días en una emisora de radio reapareció el otro Zapatero. El mediador.
En unas declaraciones bien medidas sobre el juicio recién finalizado a los activistas del golpe anticonstitucional en Cataluña se mostraba partidario de que el Gobierno estudiase un eventual indulto si se falla en contra de los acusados y sugería que los redactores de la sentencia, en pleno trabajo de estudio, reflexión y fallo, no hiciesen algo que pudiera perjudicar el diálogo con Cataluña. Interpretadas en los medios como un apoyo al indulto y una sentencia suave Zapatero desencadenado se lanzaba a la yugular de los medios negándolo todo pero revelando en el conjunto del episodio una pequeña parte de ese Zapatero desconocido que los etarras de la negociación, ahora desvelada por ellos, llamaban: ‘Gorburu’. Ese presidente que daba instrucciones para alertar de operaciones policiales francesas que podían arriesgar su negociación. Un desconocido para la opinión pública. Que daba luz verde a un ente político vasco-navarro, todo englobado en la ‘sociedad vasca’. Un experto en el trueque político, sin mover la ceja. Luego supimos que al Maduro venezolano le gustaba como mediador porque se movía como pez en el agua en las ambigüedades del lenguaje con su rostro de buena persona que parece de fiar. Pero la oposición en Caracas le caló ligero. No se puede olvidar en su sinuosa carrera política que en la disputa por el liderazgo del PSOE a la marcha de Rubalcaba, apostó por Susana Díaz. Y luego cambió de caballo. Ahora asoma tímidamente, no para hacer de mediador con los separatistas de Cataluña, que lo ha negado con énfasis. Pero algún papel parece querer desempeñar en el desenlace del golpe. Suspense. El otro Zapatero maniobra.