Primero fue ‘Bambi‘ (por su ingenua inexperiencia), luego ‘míster Bean‘ (por su parecido), pasó a ‘bombero torero‘ (por sus gansadas) hasta convertirse ahora en ‘Rasputón‘ como le dicen en Moncloa, porque es mucho más que Rasputín. Hace tiempo que desplazó al declinante Tezanos del privilegiado emplazamiento junto a la oreja del gran narciso, y ahora, tras el fallecimiento de Miguel Barroso, se ha convertido en la voz que más se atiende en el centímetro cuadrado del presidente, en el gran gurú hipnotizador, en el puto amo de la Moncloa.
José Luis Rodríguez Zapatero (Valladolid, 64) se ha instalado en el País Vasco para repetir la gesta electoral del 18-F en Galicia, donde consiguió el peor resultado de la historia de sus siglas en esa comunidad. Bajó de 14 a 9 escaños. Ni logró arrebatarle la mayoría absoluta al PP ni redondeó su apuesta de hacer de la independentista Pontón una pasionaria con grelos. Ahora Sánchez lo ha remitido al norte, entre la gabarra y el tabarrón, para hacer de ese Andueza, cuyo nivel cultural apenas alcanza a los imperfectos de subjuntivo, otro campeón de la derrota. Los demóscopos ya le anuncian al PSE un retroceso de dos escaños, de 10 a 8.
Llegó a la Moncloa en 2004 subido en los trenes de la muerte de Atocha y la abandonó a patadas, dos legislaturas después, tras su desastrosa gestión de la crisis de 2008. Apostó por Susana Díaz en las convulsas primarias del PSOE del 17 y se reorientó raudo hacia la corriente del ganador. En principio, se encargó de engrasar las relaciones con Pablo Iglesias, cuando Podemos rozaba los cielos y el líder morado se creía Lenin. También hacía valer sus buenos oficios con los nacionalistas, incluido Bildu, criminal orfeón al que blanqueó sin rubor y elevó a la categoría de fuerza democrática luego de las negociaciones para consumar el ficticio final de ETA.
Tiene Zapatero una imperceptible sonrisa de brujo azteca, desconfiada y maligna. Esa mueca que gastan los malvados y los hipócritas. Hilvana frases disparatadas, que piensa ocurrentes, y que sólo disfrutan los gaznápiros que se acercan a sus mítines, donde alimenta su ego y agranda su parroquia. «La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento». La idea de nación ‘es un concepto discutido y discutible’. «Estamos en la Champions League de la economía» (dos meses después estalló la crisis de la subprime). «Otegi es un hombre de paz». «Quien diga que hemos hecho recortes, miente» (tras congelar pensiones y bajar un cinco por ciento el sueldo a los funcionarios). «Nos conviene que haya tensión». «Me haré supervisor de nubes tumbado en una hamaca» (tras salir del Gobierno). Etc…
Ha desplegado con notable acierto, tanto en China con Huawei, en el norte de África y por supuesto en Iberoamérica, con el Grupo de Puebla de la mano de Maduro, de quien es su edecán para Europa desde hace más muertos que años
No le ha ido mal en su trayectoria como expresidente. Más que jarrón chino, se ha convertido en un cofre de oro, como las minas que supuestamente aparecen a su nombre en Venezuela. Ha desplegado iniciativas políticas y lucrativos negocios en todas direcciones. Miguel Sebastián y Miguel Ángel Moratinos, que fueran sus ministros, aparecen en algunas de las aventuras internacionales que ha desplegado con notable acierto, tanto en China como estandarte de Huawei, en el norte de África y por supuesto en Iberoamérica, con el Grupo de Puebla de la mano de Maduro, de quien es su edecán para Europa desde hace más muertos que años.
Exitoso en los negocios en las covachuelas más inmundas del planeta, ha recuperado brío en la política nacional. Se ha convertido en el imprescindible de Sánchez, a quien ha acompañado en la deriva ultra en la que ahora milita, luego de convencerle con una sola frase: «Yo he pasado a la historia como el pacificador de Euskadi, tu lo serás de Cataluña«. La posteridad es asunto que preocupa mucho al gran líder del progreso, como evidenció en su despedida a Máximo Huerta, el ministro efímero: «¿Qué dirá de mí la Historia»?
Zapatero arrancó su campaña de convivencia y concordia macerando la idea de los indultos, el borrado de la malversación, la prevaricación, el trágala de la amnistía, para llegar a la apoteosis de una pacificación casi evangélica, «mira Pedro, ya sin violencia en ningún territorio», como si España acabara de salir de los Balcanes. Desarrolló frente a los de la estrellada la misma fórmula que había aplicado en el País Vasco, vender como paz social la rendición ante los terroristas. «Ya no matan, ETA no existe«, canturrean las cacatúas sin mencionar que ya no lo hacen porque no lo necesitan, porque han conseguido cuanto reclaman. Así ahora, reedita el guion con los golpistas catalanes. «La crispación ha desaparecido de las calles, todo es reencuentro y progreso», precisa en sus monólogos en cuanto tiene oportunidad. En ambas regiones ‘históricas’, Zapatero ha recurrido a la figura de Conde Pumpido, primero en la Fiscalía General y ahora en el Constitucional, una pieza clave para redondear su estrategia. Tan sólo le falta ultimar el asalto al CGPJ y domeñar al valeroso Marchena y a unos cuantos jueces y fiscales que aún resisten.
El expresidente se subió a esa desesperada apuesta de montar las urnas en pleno verano y se erigió en el gran refuerzo de campaña de un Sánchez todavía conmocionado por el trastazo y aterido por el negro panorama que anunciaban las encuestas
No fue Zapatero, sino Barroso, quien convenció a Sánchez de adelantar las generales del pasado 23-J, cuando ya lo tenía todo perdido, luego del batacazo descomunal en las urnas de mayo. Oportunista como pocos y dotado de un fino olfato para vislumbrar la ocasión, el expresidente se subió a esa desesperada apuesta del voto en pleno verano y se erigió en el gran refuerzo de un Sánchez todavía conmocionado por el trastazo y aterido por el negro panorama que anunciaban las encuestas. La torpeza de un PP, todavía abiertos los costurones de su guerra de sucesión, sumado a la inexperiencia de Feijóo en el tablero nacional, redondearon un resultado en el que nadie creía.
Ni siquiera el propio Zapatero, que por aquellos días se prodigaba con algunos fieles en elaborar un croquis sobre el relevo en el partido, una vez consumado el fallecimiento del sanchismo. Escrutaba alternativas, sondeaba familias, susurraba a barones, avanzaba escenarios para proceder al gran relevo. Algunos lo veían ya como el diseñador del proceso sucesorio, el guardián de la esencias socialistas ante la nueva era que ya se anunciaba. Respaldado por una militancia mayoritariamente radical, unas bases catequizadas en el odio cerval a la derecha, una entendimiento privilegiado con los liliputienses periféricos y una relación de afinidad, o simpatía, con los medios de todos los bandos, desde Ferreras y Contreras a comunicadores y empresarios mediáticos de la derecha, incluso llegó a acariciar la idea de su posible retorno a la cúspide del mando, a lo Trump. «Las abruptas circunstancias de mi salida no volverían a repetirse», comentaba en privado.
Sumo predicador de la paz
Ahora está enfrascado en hacer de Sánchez ese Obama con el que sueña, en conseguirle el Nobel de la Paz, en transformarlo en el mago de la concordia nacional y en el sumo hacedor de la armonía mundial. Su improvisada y algo desprolija gira actual por distintas capitales europeas persigue, con la excusa palestina, poner en órbita su imagen de gran predicador de la fraternidad universal en una Europa que se prepara para la guerra.
Quizás no alcance su objetivo, quién sabe, pero tanto trabajo habrá servido para hacerle un hueco en alguna poltrona internacional donde asentar sus hirsutas posaderas para cuando tenga que abandonar el colchón de la Moncloa, lo que algunos piensan (incluido ZP) que ocurrirá antes de que concluya el año.