Miquel Escudero-El Correo

En sus ‘Reflexiones sobre la guillotina’, Albert Camus señalaba en 1957 que la afirmación de que un hombre debe «ser eliminado de la sociedad de forma absoluta porque es absolutamente malo equivale a decir que ella es absolutamente buena», lo cual nunca es verdad. La última ejecución pública de la pena de muerte en Francia ocurrió en 1939, de madrugada, y congregó a numerosa gente que abucheó e insultó al condenado; un espectáculo humillante, a partir de entonces se cerraron al público. En esas fechas, Franco dominaba toda España y dictaba su ley. Al año siguiente, políticos como Zugazagoitia, Cruz Salido, Companys y Juan Peiró fueron capturados en Francia por los nazis y, extraditados, murieron ajusticiados por el nuevo Estado español.

Con 41 años, «Julián Zugazagoitia fue fusilado en el cementerio del Este, de Madrid, a las seis y veinticinco de la mañana del día 9 de noviembre de 1940, uno entre los catorce ejecutados ese mismo día, uno entre los 953 ejecutados ese mismo año, uno entre los 2.663 ejecutados en ese mismo lugar desde mayo de 1939 hasta febrero de 1944», concluía así Santos Juliá su prólogo al libro de Zugazagoitia ‘Guerra y vicisitudes de los españoles’; una crónica escrita con voluntad de ecuanimidad

‘Zuga’ fue amigo de Indalecio Prieto y lo acompañó en el Consejo de Ministros, entre 1937 y 1938. Era un socialista liberal y humanista, firme partidario de restablecer la ley y el orden; a diferencia de Lluís Companys, nunca autorizó ejecuciones sumarias. Lejos de mentir en su provecho al mencionar el nombre de España en vano, escribió: «No hay peor enemigo del español -y de lo español- que el español mismo».