Bambas

JON JUARISTI – ABC – 31/05/15

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Las pitadas rituales al himno nacional en los estadios catalanes y vascos son reacciones pavlovianas.

El presidente del PNV, Andoni Ortúzar, afirma que podría evitarse el abucheo de los hinchas del Barça y del Athlétic al himno nacional si al comienzo de las finales de Copa entre ambos equipos se interpretasen además los himnos de Euskadi y Cataluña. No parece probable. La intención de Ortúzar al sugerir tal medida podrá ser todo lo benevolente que puede permitirse un dirigente jeltzale, es decir, alguien decidido a que no se le confunda en Madrid con un nacionalista catalán y a fomentar en casa el olvido de medio siglo de persecución y acoso a los vascos no nacionalistas.

Aun sospechando que responde a ambos intereses tácitos, estoy dispuesto a conceder que su propuesta brota de una abundancia de corazón. Pero no funcionaría. Mejor dicho, sólo funcionaría si los tres himnos se interpretaran simultáneamente, lo que resultaría absurdo y cacofónico. Si la interpretación fuera sucesiva, como lo sería fatalmente, las masas nacionalistas abuchearían al himno nacional y aplaudirían al catalán y al vasco. Sobra decir que si el partido se jugase en Madrid, se pitaría a estos últimos.

El fútbol, en efecto, sigue siendo el contexto preferido de lo que Michael Billig, en un interesante ensayo de hace veinte años, definió como «nacionalismo banal», un magma difuso de costumbres, rutinas y creencias que afectan de modo no enteramente consciente a ese tipo de masa inestable que llamamos «público» o «públicos». Los movimientos nacionalistas, sobra decirlo, alientan estos conglomerados sentimentales.

Un no nacionalista no ve la necesidad de que suenen los himnos vascos y catalán en una final de la Copa del Rey entre el Athlétic y el Barça, equipos que no representan a Euskadi ni a Cataluña salvo en el sentir de los nacionalistas de ambas comunidades. La Copa del Rey se juega entre equipos españoles, y no habría por qué tocar el himno andaluz ni el gallego en un hipotético encuentro entre el Betis y el Celta. Ni siquiera estoy seguro de que Ortúzar reclamase que sonaran Els Segadors y el Gora ta gora en un partido amistoso entre el Alavés y el Espanyol al que asistiera el Rey.

Porque es la presencia del Rey lo que impone la ejecución del himno nacional en los encuentros entre equipos españoles. Con independencia de su mayor o menor encanto y de su tardía confirmación como himno nacional por el Real Decreto 1560/1997 de 10 de octubre, la Marcha-Granadera o Marcha-Real está más vinculada históricamente a la monarquía que a la nación. Nunca ha suscitado gran emoción patriótica pero no parece molestar ni a los nacionalistas catalanes cuando suena en los encuentros internacionales. Por otra parte, el himno vasco sólo lo saben cantar los militantes del PNV, partido para el que lo compuso su fundador –Sabino Arana Goiri– uniendo una letra inspirada en la del himno de San Ignacio con una diana militar española.

Aunque se conoce como el Goratagora («Arriba y arriba») tiene poco que ver con la Bamba. Hay una larguísima tradición de compositores vascos de música castrense (española) y de himnos nacionalistas (españoles) que recurrían a ritmos arcaicos con más marcha. Sin ir más lejos, mi pariente el jesuita Nemesio Otaño y Eguino, que arregló la Granadera de acuerdo con lo que él creía que eran sus raíces tradicionales vascónicas, o el también guipuzcoano Juan de Tellería, que se inspiró en una ezpatadantza para la melodía del Caraalsol.

El «nacionalismo banal» funciona al nivel del estímulo y de las respuestas prerreflexivas, como los experimentos de Pavlov con la famosa perra siberiana. Por eso, lo de los abucheos a los himnos no tiene una solución fácil. Quizá, si probásemos con la Bamba…

JON JUARISTI – ABC – 31/05/15