Contra la identidad

EL MUNDO 09/12/14
ARCADI ESPADA

FINLANDIA, que es un país estadísticamente interesante, da los mejores resultados en Pisa y el mayor número de suicidios, va a quitar de su sistema escolar la enseñanza obligatoria de la caligrafía, de la letra ligada, por así decirlo. A partir de ahora letra de palo y mecanografía. Se trata de una buena noticia y solo espero que cunda la emulación. Respecto a la realidad, la mayor distancia gremial de nuestro tiempo no es la de los políticos, sino la de los maestros. Como era de esperar la noticia finlandesa ha provocado el despertar de la siempre atenta reacción. Yo me mondo. Para empezar el grito contra la tecnología: como si el teclado fuera una tecnología y no lo fuera el lápiz. Luego la grafología dominante, que va mucho más allá de los dedicados a ese fructífero negocio: la creencia de que la letra revela algo del hombre. Más tarde los jeremías del tipo poético. Aún no se habían enjugado las lágrimas por la decadencia del libro de papel, su olor, su color y su sabor, que ya están argumentando sobre la desaparición del slow writing y sacando sus ruborizantes conclusiones sobre la consecuencia: la desaparición del slow thinking. Ayer leí un suelto, muy suelto, donde se decía textualmente que «las personas escriben para pensar» (¡y no por dinero!) «o dicho en términos poéticos [poéticos] para expresar con claridad los pensamientos que el escribidor no sabe que tiene». Ciertamente se notaba que el suelto no estaba escrito a mano. Por último, pero solo porque se me come el espacio, los apocalípticos, que siempre comparecen. ¿Cuando todo se funda, ante el gran apagón general, qué mano trémula acertará a escribir sos?

La letra ligada, personal e intransferible, ha sido el imprescindible paso evolutivo de la letra común y perfectamente transferible. Del mismo modo que los idiomas globalmente intransferibles deberían ser el imprescindible paso evolutivo hasta el idioma global y transferible, un paso intelectualmente lógico y humanamente necesario que solo la política y sus formas más míseras están obstaculizando.

En el mundo, grosso modo, hay dos tipos de hombre. A unos le quitan la caligrafía y se ponen a pensar en su señorita María (ah, también yo la tuve) y en aquel olor macerado a sudor, grafito y goma de borrar, mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón. A otros, pura sal de la tierra, les quitan la caligrafía y salen de inmediato a la calle a festejar la era maravillosa del OCR, reconocimiento y comunión.