Del golpe de estado a la ETA, España se consolida como una democracia

 

La única mancha: el terrorismo de la ETA. El reciente anuncio de un enésimo alto el fuego y las dificultades que vive la banda terrorista podrían cambiar esto.

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España celebró el 23 de febrero los treinta años de la tentativa del golpe de estado que alejó definitivamente la dictadura. Tres décadas en las que la democracia se ha asentado definitivamente y que para ser completa no espera más que el final de la ETA.

Mucho antes del 11-S, mucho antes del 11-M, hay una fecha en España cuyo significado e importancia han quedado grabadas en el imaginario colectivo de cada uno: el 23-F.

Esta cifra seguida de una letra ya no es un simple día y un mes, es el símbolo y la imagen del momento en el que la joven democracia española hubiera podido terminar justo cuando acababa de nacer. Todos los españoles conocen la escena en la que se ve al teniente – coronel Antonio Tejero entrar en la cámara de los diputados y gritar, fusil en mano: “Quieto todo el mundo, al suelo”.

“La vida pública del teniente – coronel golpista se reduce a unos pocos segundos repetidos cada año en la televisión”, explica e escritor Javier Cercas en Anatomía de un instante, su magnífico libro sobre este tema. Una imagen que persigue el imaginario colectivo de la democracia en España junto con la del, hoy convertida en grotesca, anuncio televisado de la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975.

Un asunto delicado

La tentativa del golpe de estado se produjo el 23 de febrero de 1981, poco después de las 18h00, durante la elección de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del gobierno español.

Muchos guardias civiles (gendarmes), dirigidos por Tejero, entraron en el hemiciclo parlamentario para tratar de instaurar un nuevo poder surgido de las armas.

Al mismo tiempo, el general Jaime Milans del Bosch, capitán de la III Región Militar desplegaba los tanques de la armada en Valencia y declaraba el estado de excepción. Comenzaba entonces lo que se ha llamado más tarde “la noche de los transistores”, horas de negociaciones, presiones y discusiones secretas cuyo momento culminante fue la alocución televisada del rey defendiendo la Constitución y oponiéndose al golpe de estado, que concluyó la mañana siguiente con la rendición de los golpistas.

De este “fruto de una neurosis colectiva. O de una paranoia colectiva”, como la describe Cercas, queda el símbolo de la instauración real de la democracia en España para esta generación que no ha conocido la dictadura y la transición. Pero, como todo lo que concierne a la memoria histórica de cualquier país del mundo, las cosas son mucho menos claras para los expertos, periodistas y comentaristas.

Contrariamente a lo que se podría pensar, las heridas no están completamente cerradas ni siquiera treinta años después de los hechos.

23-F:¿comienzo del fin?

Matices y precisiones que José Luis Martínez Sanz, profesor de historia contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid, nos explica cuando le preguntamos sobe la importancia del 23-F.

“Yo creo que, como mucha gente y los mismos españoles, hay una percepción errónea de la realidad española. La verdad real y objetiva es que la democracia fue instaurada por los españoles en el momento de votar la Ley para la Reforma Política y más tarde la Constitución de 1978. Se construyó en ese momento y no a partir del 23-F”.

Un punto de vista compartido por Joan Olivier Puigdomènech, director del departamento de historia de la Universidad de Barcelona (UB), que precisa que ese no es el verdadero momento “de la llegada de la democracia a España, pero significa el final de la veleidades golpistas, que desaparecieron definitivamente con la entrada de España en la OTAN, la modernización y el relevo generacional de la armada española”.

Los dos expertos coinciden en afirmar que la tentativa de golpe de estado “sirvió para demostrar el rechazo social y la débil receptividad que provocaba la actitud involutiva y para sancionar la monarquía parlamentaria que, con la reacción del rey, se hizo perdonar el pecado original de su procedencia”, como explica Puigdomènech, mientras que según Martínez Sanz“ marca una reafirmación pública y evidente de una democracia que ya existía”.

Movida, turismo, inmobiliario…

Una democracia que ha cambiado mucho en treinta años. Está lejos de la imagen de país atrasado, pobre y anárquico de finales de los 70.

Entretanto, España se ha transformado en el mayor destino turístico de Europa, con todas las infraestructuras, servicios y beneficios económicos que esto supone, y ahora trata de convertirse en algo más que eso.

A nivel social y político, durante esas tres décadas el país ha vivido una verdadera revolución, sobrepasando rápidamente todos los obstáculos necesarios para convertirse en una verdadera democracia occidental.

La alternancia política, la entrada en la Unión Europea, el boom (y la crisis) inmobiliaria, los casos de corrupción política o el atentado del 11-M, por poner unos ejemplos, finalmente han cambiado completamente la mentalidad de la sociedad española.

Hoy, el país se encuentra incluso en la vanguardia de varios temas sociales (la visibilidad y los derechos de los homosexuales, la ley anti-tabaco, la violencia machista…) y trata de reconstruir su economía sobre bases más seguras después del desmoronamiento de la burbuja de la “Economía del ladrillo”.

ETA, ¿el final del trayecto?

La única mancha: el terrorismo de la ETA. El reciente anuncio de un enésimo alto el fuego y las dificultades que vive la banda terrorista podrían cambiar esto.

Pero todavía ahí, no haría falta unir esquemáticamente los dos factores. “El posible fin de la ETA no es más que el fracaso de una forma de hacer política: el terrorismo”, explica Martínez Sanz. “No es la ETA, ni su desaparición, lo que decide la democracia en España” concluye Puigdomènech.

Una forma de decir que este cambio de mentalidad y de espíritu de la sociedad española no es más que el fruto de un hecho concreto y que no depende de un acto político es tan importante como el final del terrorismo. “Lo que es verdaderamente significativo queda que la democracia no se ha cuestionado, al contario, que se exige un buen funcionamiento y que se quiere que sus instituciones sirvan a los intereses y las necesidades de los ciudadanos”, afirma Puigdomènech.

“El peor de los regímenes salvo todos los demás”

Esto no quiere decir que los españoles piensen que la democracia sea el paraíso. Y seguramente esto es lo que finalmente les hace verdaderamente demócratas.

Parecen haber aprendido la lección de Winston Churchill que afirmaba que “la democracia es el peor de los regímenes salvo todos los demás”. “La democracia no es un estado sagrado o sublime donde todo va bien, remarca Martínez Sanz. Ningún estado es perfecto ni en sus actos ni en su manera de conducir la democracia, (ya que) la democracia, como la vida, evoluciona cada día y todos tratamos de mejorarla”.

España todavía tiene muchos desafíos y problemas que superar. Según se coloque en un lado o en el otro de estas famosas “Dos Españas” (las dos Españas del poeta Antonio Machado) se hablará de reactivar la participación popular, democratizar el sistema judicial, desacralizar la Constitución de 1978 o, por el contrario, de pensar en el bien común de todos los españoles. Lo que importa finalmente, en todos los casos, quiere decir ir hacia delante.

Aunque el 23-F no marca la instauración de la democracia y el reciente “golpe de ETA” no significa su base definitiva, la democracia sale reforzada como única solución posible. No hay alternativa violenta al sistema, hay que cambiar las cosas del interior para continuar actualizando y mejorando. En los dos casos esta es la lección que empuja al país. Y es que España hace desde hace más de treinta años.

Aurélien Le Genissel, SLATE (Francia), 24/2/2011