Kepa Aulestia-El Correo

El partido de Andoni Ortuzar e Imanol Pradales ganó ayer a votos y empató a escaños con EH Bildu. Las elecciones de 2020 tuvieron lugar en el momento que la pandemia ofreció una oportunidad a las urnas. El desgaste del Gobierno Urkullu y de las demás instituciones pilotadas por el PNV también se evidenció a causa del covid-19. Ni Euskadi demostró tener un sistema notablemente más robusto en sanidad y en servicios sociales que el resto de las autonomías, ni las administraciones en manos de los jeltzales pudieron sortear a partir de entonces una ola interminable de protestas para evitar que la contestación alcanzara a Sabin Etxea.

La izquierda abertzale anunciaba el cambio como si respondiese a su destino histórico. Pero EH Bildu no ha hecho oposición estos cuatro años. Si acaso se ha sumado o ha alentado movilizaciones sindicales y de sectores sociales afectados por distintas crisis. Ni ha ofrecido un programa solvente y claramente distinto al representado por Urkullu, ni se ha mostrado como referente desde el gobierno de los ayuntamientos hasta ofrecer políticas distintas a las comunes.

No es fácil hacer oposición desde la izquierda a la socialdemocracia, y casi imposible ofrecer alternativas viables y creíbles para los ciudadanos. Las políticas públicas del PNV son fundamentalmente socialdemócratas. No lo son mucho menos que las que operan en el resto de la Unión, y continúan por encima en intenciones respecto a las demás comunidades. Osakidetza, la vivienda y la calidad del empleo no han pasado de ser meros enunciados del cambio prometido. Un cambio de temario, sublimado por el olvido. Esa otra desmemoria. El olvido de que en los años 80 y en los 90 se discutió, trabajó y acordó muchísimo sobre políticas públicas, a pesar de los atentados de ETA. A pesar de ETA, se establecieron las bases de una Euskadi diferencial. Aunque a día de hoy presente fallas incomprensibles contando con el Concierto y el Cupo. Las carencias no se han debido, en la última década, a que el terrorismo y el pasado acaparasen la agenda.

El cambio electoral se produjo a partir de 2015, cuando inesperadamente Podemos llegó a convertirse en la primera fuerza política de Euskadi, sin que nadie conociera a nadie que dijese ser de Podemos o pudiera identificarse como tal. Ayer Podemos y su derivación Sumar se quedaron en poco más que nada. Casi todo aquel cambio inesperado fue hacia EH Bildu, como receptáculo en aluvión de todo lo que está en contra.

No es contradictorio que se incremente el voto a las formaciones independentistas y soberanistas, cuando el ánimo secesionista de los vascos es el más bajo de las cuatro últimas décadas. Todo lo contrario. Responde a una ley casi física. A cuanto más independentismo, menos territorialidad. Lo que explicaría el comportamiento electoral en Álava. A cuanto más independentismo, menos arraigo social. Los vascos más vascos no necesitan contar con un Estado propio. Les basta con que se sientan representados y gobernados por ‘los de aquí’.