El Estado no da razón

EL MUNDO – 26/01/16 – ARCADI ESPADA

· Aquí, el gran momento de la discusión política se da cuando alguien saca a relucir a fines de equidistancia el nacionalismo español. Yo me lo quedo mirando de hito en hito, como un personaje de Pérez y Pérez. Nunca sé bien a qué se refieren. Y cuando les pido ejemplos, se bloquean. Trato de ayudarles por si fuera la Constitución de 1978, que nos hizo a los españoles libres e iguales, el ejemplo. Pero no les convence.

Prefieren otros, vinculados con el crimen, del tipo Atocha o Blanquerna. Estos días apenas vivo deseando cruzarme otra vez con el equidistante. Ahora que se cumple medio milenio de la muerte de Fernando II, el Rey Católico, y que unos 80 españoles particulares le rindieron recuerdo el fin de semana en Granada.

Fernando II hizo algunas cosas de interés. Participó decisivamente en la confederación de los reinos españoles. Acabó la llamada Reconquista. Impulsó el descubrimiento de América. Y se acepta que encarnó El Príncipe de Maquiavelo, lo que significa que encarnó, por vez primera, la razón de Estado. Tanto monta monta tanto el medio, si bueno es el fin.

No extraña que el sistema cultural español haya ignorado este hombre y este grueso número redondo, porque el sistema cultural español está muerto y sólo obedece a lo que se celebra en las redes sociales, que es el cumpleaños de cada uno. Más rara, aunque solo en apariencia, es la actitud del sistema político. Me abstendré, desde luego, de responsabilizar a José María Lassalle.

No porque el secretario de Cultura esté en funciones, sino porque siempre lo ha estado. Peor aspecto tiene la exculpación del presidente del Gobierno, con las veces que ha llegado a decir que los españoles pueden estar tranquilos. Y aún más injustificable es la del Rey. Se trata de un Trastámara, bien sûr; pero hay que elevarse, majestad, hay que elevarse. En cuanto a la leal oposición, tampoco hay disculpa. ¡Ni siquiera un coloquio con José Amedo!

Creo que se trata con dureza demasiado particularizada, y yo el primero, a la izquierda indigente. La alcaldesa Colau, por ejemplo, que quiere eliminar de la ciudad de Barcelona todo rastro monárquico. Una obstinada ignorante, desde luego. ¿Pero qué diferencia profunda hay entre ella y las élites estrábicas de un Estado que ni sabe ni contesta? El populismo nacionalista y antisistema confiesa, sin mayor problema, que quiere destruir el Estado. Si su programa ha alcanzado un relativo éxito es porque otros lo han vaciado antes de función, de memoria y de sentido.