Grave y trascendental

Con los símbolos democráticos no se juega porque esos símbolos encarnan las instituciones que garantizan las libertades y los derechos individuales de todos. En los símbolos democráticos están las instituciones democráticas, y en éstas nuestra libertad y nuestro derecho ciudadano. Eso es lo que rechazan el diputado general de Guipúzcoa y la propia Diputación que preside.

Este título está tomado del que se usa en un artículo publicado en los primeros años del desarrollo del nacionalismo vasco, sin firma, pero atribuido desde el principio a Sabino Arana. Quien se denominaba a sí mismo apóstol del nacionalismo y que recogió sus escritos en un libro titulado ‘Ereintza-Siembra’, Kizkitza o Engracio de Aranzadi, defiende al fundador del nacionalismo de todos aquellos que le criticaban por el contenido de ese artículo.

Algunos historiadores se refieren a ese escrito llamándolo el giro españolista de Sabino Arana. En ese escrito, el fundador del nacionalismo aconseja a sus seguidores y al partido que él fundó que adoptaran como programa político la defensa de la autonomía vasca en una España federal, afirmando que él mismo, en su esfera privada, seguiría manteniendo la fe nacionalista en toda su radicalidad.

La lectura ortodoxa en el PNV de este texto afirma que se debe a su condición de preso cuando lo redactara y a la persecución que sufría su partido por parte de las autoridades estatales. Sea como fuere, en ese escrito aparece lo que podía haber sido la conversión a la modernidad del fundador del nacionalismo, quien sí puso en marcha prácticas modernas instrumentales -partido de masas, medios de comunicación, recurso a los sentimientos por medio de la poesía y el canto-, pero que estaban al servicio de un proyecto aferrado al Antiguo Régimen. La conversión a la modernidad viene de la mano de la diferencia que plantea entre lo que pertenece a la esfera privada, las propias creencias de cada uno, aunque sean convicciones políticas, y el programa político destinado al espacio público.

La forma de actuar de la Diputación Foral de Guipúzcoa y de su diputado general en la cuestión del cumplimiento de la sentencia que obliga a colocar la enseña de España en el palacio foral puede tildarse también de grave y transcendental tomando prestado el título del artículo de Sabino Arana, pero en paralelo de contenido con el mismo. Es grave que un órgano institucional juegue con el cumplimiento de una sentencia, que reclama simplemente el cumplimiento de la ley, como lo ha hecho la Diputación y su diputado general. Y es transcendental lo que han hecho porque es inadmisible en democracia, ya que el cumplimiento de la ley debiera darse por supuesto.

Por su forma de actuar, parece que el diputado general de Guipúzcoa vuelve a los tiempos en los que los gobernantes y los mandatarios no lo eran por la legitimidad de los procesos electorales democráticos, sino por la Gracia de Dios. El diputado general ejerce el poder en y con la legitimidad del entramado institucional en el que está enmarcada la Diputación Foral. El diputado general ejerce su poder gracias a un proceso electoral que a su vez está legitimado por ser pieza de un entramado de leyes cuya legitimidad deriva de la Constitución y el Estatuto. No posee ninguna legitimidad fuera de esos marcos y de esos contextos. En ninguna democracia existe legitimidad de poder fuera del marco constitucional -y en nuestro caso estatutario- y de las leyes positivas que de él se derivan.

La excusa de poseer otra legitimación porque la Constitución española no obtuvo la mayoría de los votos en Guipúzcoa no se sostiene. Primero porque el Estatuto de Gernika, que deriva su legitimidad de la Constitución, sí la obtuvo. Y en segundo lugar porque también en Guipúzcoa los votos afirmativos fueron más que los votos negativos. Y si quiere apoderarse del número de abstencionistas debiera, aparte de recordar la frase atribuida a Juan de Ajuriaguerra de que ‘el que calla, calla’, y nada más, hacer bien los cálculos: debe restar del número de abstencionistas en Guipúzcoa la media de abstencionistas en el conjunto de España, y a lo que resulte de la resta aplicar la tendencia a que en Euskadi la abstención siempre es en algo superior al resto. Sólo entonces podrá hablar del valor político de la abstención en el referéndum de la Constitución que de ninguna manera permite extraer las conclusiones que al señor Olano le gustarían.

Es llamativo, en cualquier caso, que decisiones políticas del calado de la que ha adoptado la Diputación Foral de Guipúzcoa se apoyen en la abstención: indica la tendencia de un determinado nacionalismo de ejercer el poder, y gozar de las prebendas del poder, en un limbo sin legitimidad, como si la única legitimidad que necesitara el señor Olano para ejercer el poder fuera la de que el nacionalismo, su nacionalismo, es el único con derecho a ejercer el poder, se encuadre o no en un marco de legitimidad.

Pero el paralelo con las reflexiones de Sabino Arana va más allá. En su artículo ‘Grave y transcendental’ vislumbra uno de los pilares de la política democrática, la diferenciación de la esfera privada del ámbito público en el que sucede la política, un pilar fundamental para entender el significado de la libertad de conciencia y de la aconfesionalidad del Estado. El cumplimiento de la ley al que obliga la sentencia del Supremo significa que la bandera de España es la constitucional, lo que, a su vez, significa que no puede estar sola, sino acompañada de las banderas de las autonomías, en nuestro caso de la ikurriña, reconociendo así el sentimiento diferenciado de muchos vascos.

Pero el diputado general quiere que la ikurriña esté sola, que en la institución foral impere sólo uno de los distintos sentimientos que conforman la sociedad guipuzcoana: impone en el espacio público su sentimiento privado, que no deja de ser privado y particular por mucho que sea el de muchos. Justo lo contrario de lo que Sabino Arana, en un momento de dificultades y sufrimientos personales, fue capaz de vislumbrar y que le acercó a las puertas de la modernidad.

Habrá muchos que opinen que estas cuestiones no tienen mayor importancia, y que es mejor dejarlas reposar. Pero creo que se equivocan: no es cuestión de rebajar el valor de los símbolos diciendo que a uno no le importan, ni le deben importar, aunque, eso sí, sea necesario reconocer que detrás de los símbolos hay personas. Hay mucho más: con los símbolos democráticos no se juega porque esos símbolos encarnan las instituciones que garantizan las libertades y los derechos individuales de todos.

En los símbolos democráticos están las instituciones democráticas, y en éstas nuestra libertad y nuestro derecho ciudadano. Eso es lo que rechazan el diputado general de Guipúzcoa y la propia Diputación que preside.

Joseba Arregi, EL CORREO, 6/3/2010