La eternidad

ABC 04/10/14
IGNACIO CAMACHO

· La eternidad, el infinito de la Historia, es el concepto en que se proyecta el nacionalismo. La metafísica del poder

EL alcalde de Barcelona, Xavier Trias, pasa por ser un independentista moderado, aparente oxímoron porque en materia de independencia poca moderación cabe: o estás dentro o estás fuera. No hay modo de estar medio dentro o medio fuera, por más que ese umbral relativista e impreciso sea en el fondo el sueño confederal de gran parte del soberanismo catalán: un sí pero no, un me voy pero me quedo. De cualquier forma a Trias parece gustarle ese perfil templado y tolerante que debe pensar idóneo para su jerarquía institucional y que tiende a confundir con la simple ambigüedad tan propia de los nacionalistas, que en Cataluña representan al poder pero siempre parecen aspirar a disimularlo. El poder, y su responsabilidad, tampoco admite medias tintas: se tiene o no se tiene. Y si se tiene hay que ejercerlo.

Claro que ejercerlo implica ciertos compromisos. Por ejemplo, el de decidir si se permite o no una acampada en una plaza pública. No en cualquier plaza: en la de Cataluña, centro neurálgico y simbólico de la vida barcelonesa que los radicales independentistas comenzaron la otra noche a ocupar con entusiasmo quincemayista. Resulta que Convergencia i Unió manda en el Ayuntamiento y en la Generalitat y algo tenía que hacer y decir al respecto. Pues he aquí lo que dijo el moderado Trias con buen talante: que se podían quedar siempre que no sea eternamente. Ah, la eternidad, esa metafísica.

La eternidad, el infinito de la Historia, es el concepto en que se proyecta el nacionalismo. El subconsciente de los nacionalistas cree que su nación, por lo general inventada alrededor no de una idea sino de un sentimiento, estaba ahí desde el principio de los tiempos y lo seguirá estando para siempre jamás. Y que a ellos corresponde en exclusiva la administración no menos eterna de esta entidad perpetua y milenaria; los demás son compañeros de aventura, el paisaje de fondo, útiles mientras no aspiren a eternizarse en su papel. Eso es lo que ha sugerido el permisivo Trias a los okupas callejeros del independentismo perrofláutico: que no fueran a venirse arriba más allá de su condición de comparsas y se creyesen agentes del proceso de emancipación del pueblo cautivo. La causa de la secesión los puede necesitar como decorado intermitente de su victimismo reivindicativo, pero sólo por un rato; más o menos hasta el 9 de noviembre, el tiempo suficiente para armar algo de ruido y salir con su rebelde fotogenia en los telediarios. Por eso luego los mossos los desalojaron: el partido gobernante ha de mostrar a la gente respetable que sabe mantener el orden y que la prometida independencia no será un caos. El rol de la protesta es el de atrezzo, efímera tramoya telonera, coros de extras en la superproducción del referéndum. El secreto de la política consiste en el manejo de los tiempos. Y ahora la eternidad, con su solemne horizonte, ha de quedar para Mas…