ANDONI UNZALU, EL CORREO – 14/01/15
· He venido a París para decirme que yo estuve allí, porque nunca he podido estar en Euskadi en una igual.
Es lunes, 12 de enero, estoy en Montparnasse. París ha vuelto a la normalidad. Las calles se han llenado de coches. Acaba de pasar un coche escoltado con bandera de un país que no he reconocido. Los que vinieron ayer ya se van. Yo también dentro de un rato. Vine a la ‘marcha republicana’ como muchos otros. Cinco horas caminando apretado entre miles de personas. París estaba ayer vacío de coches y lleno de gente. Sin ruidos, solo voces y los aplausos repetidos. Si hubiera sido una manifestación contra el terrorismo yihadista no habría venido, pero era otra cosa. Y me gustaría contar mis impresiones, pero debo empezar por el jueves en Euskadi. Por el día siguiente del asesinato brutal de los periodistas de ‘Charlie Hebdo’ y una policía municipal. En Euskadi, a pesar de que ETA ya sólo habita las sombras, el terrorismo sigue siendo un problema, un problema moral.
Y comenzó el juego de espejos: el PSE propuso a la Mesa del Parlamento aprobar un texto como declaración institucional, que decía que «por haber sufrido durante muchos años los efectos criminales del fanatismo, el País Vasco siente de forma especial la agresión perpetrada en París». A todos los grupos les pareció bien, menos a Bildu, que lo vetó. No le gustaba esa frase que le recordaba su propia responsabilidad en el terror.
Al no poder aprobar una declaración institucional la presidenta optó por una nota de presidencia. Seguramente la mayoría pensamos que si tenía un texto acordado por todos los grupos menos Bildu lo lógico era que lo hiciera suyo. Pues no, porque a la presidenta tampoco le gusta esa frase y puso otra: «La violencia, proceda de donde proceda, siempre resulta injustificable». Un lema mil veces repetido entre nosotros y que busca deslegitimar indistintamente al Estado de Derecho y ETA. El invento procede de los primeros ochenta, cuando la Iglesia vasca, buscando una salida para escaquearse de su responsabilidad ética frente al terrorismo, inventó la frase, eso sí, con una castellano algo más clásico: «Contra la violencia, venga de donde viniere».
En Euskadi hemos sido incapaces de ponernos de acuerdo sobre nada de fundamento. Hemos llegado de la mano del PNV a convencernos a nosotros mismos de que estamos «a favor de la paz y de la convivencia». ‘La paz’ como máscara para ocultar el rostro verdadero del terrorismo y ‘la convivencia’ como afirmación buenista de la nada. No se puede estar a favor de la convivencia si no definimos los valores fundantes que hacen posible esa convivencia.
Por eso he venido a París a la ‘marcha republicana’. Porque no era una marcha contra el terrorismo, ni siquiera por la convivencia, sino una marcha en defensa de los valores republicanos de la libertad y el pluralismo. He venido con envidia y pesar por no poder haber ido nunca en Bilbao a una manifestación ‘a favor de la libertad y de la diversidad identitaria’, esos valores, los únicos, que pueden ser la base de la convivencia.
Y vuelvo a la marcha republicana de ayer. Un par de horas antes de las tres mareas de gente comenzaron a llenar los entornos de la plaza de la República. Fue una marcha extraña para mí. Nunca había asistido a una igual. Es la primera vez que asisto a una manifestación de individuos, de ciudadanos. Me explicaré. Fue una marcha sin organización. Nada, absolutamente nada de organización. Sólo dos puntos definidos: la salida en la plaza de la Republica y la llegada en la plaza de la Nación. Nada más. Sólo dos puntos y un objetivo, defender los valores republicanos. Y la gente se juntó, uno a uno, por parejas, por familias y pequeños grupos.
No había ni partidos, ni sindicatos y menos grupos organizados, solo personas, como mucho pequeños grupos de amigos. Y eso se notaba, y mucho. Nada de grandes pancartas que requieren colectivos organizados. Nada de consignas. Nada. Sólo personas individuales y cada uno, por su cuenta, aportaba su pequeña pancarta, normalmente una hoja de papel, que reforzaban con cartón y pegaban a un palito de caña con cinta artesanal. Muchos ni eso, miles y miles iban con los brazos levantados con un pequeño papel escrito a mano.
Muchos habían dibujado viñetas, otros dibujos diversos, y muchos lápices, de todos los tamaños. Un joven llevaba un pequeño cartel en el que había dibujado un lápiz entero, luego uno roto sangrante, y, después, de esos dos trozos surgían dos nuevos lápices de punta afilada.
Una chica muy joven, que me arrancó media sonrisa, llevaba orgullosa con sus manos levantadas un papel en el que había escrito «Aux arts citoyens», obviamente parafraseando el «aux armes citoyens» de ‘La Marsellesa’.
No había nada organizado, eran los ciudadanos en su estado más puro y solitario, los que reivindicaban su propia libertad. Y qué quieren que les diga, me sorprendió, nunca había visto algo así.
Cinco horas dan para mucho. Cinco horas entre andar y pararse, entre apretones y pasos. Por eso, de vez en cuando, la gente gritaba consignas, bueno, consignas sólo dos, «Charlie», mil veces repetido, y «liberté». En cinco horas no oí ni una sola frase diferente. Siempre lo mismo «Charlie» y «liberté».
En una marcha tan grande estás inmerso entre la masa, no tienes ni idea de dónde comienza la marcha ni dónde termina, en todas direcciones que puedes ver sólo hay miles de personas. Y cada cierto tiempo se acerca una ola que se va haciendo grande, más grande. Comienza como un susurro lejano que va cogiendo fuerza, cuando llega a donde estás, todos gritan «Charlie» o «Liberté» seguido de unos aplausos, y luego la ola se aleja y es un susurro que se apaga. Así hasta la siguiente ola. Pero algunas veces una voz se pone a cantar ‘La Marsellesa’, y todos comienzan en coro a seguirle. Al final más aplausos.
He venido a París para decirme que yo estuve allí, porque nunca he podido estar, aquí en Euskadi, en una marcha igual. En una manifestación en defensa de los valores republicanos, con orgullo y sin miedos a dejar fuera a los que se niegan a defender esos valores, como fuera ha quedado Marine Le Pen.
ANDONI UNZALU, EL CORREO – 14/01/15