La Yihad negrera

ABC 23/04/15
IGNACIO CAMACHO

· Mafias neoesclavistas aliadas con el islamismo radical; eso es lo que hay detrás de la gran estampida del Mediterráneo

ENTRE Somalia y Libia media un azaroso trayecto de miseria en el que el desierto de la naturaleza simboliza también el del Estado. Un territorio sin leyes ni estructuras por el que se expande el yihadismo entre una corrupta jerarquía tribal y feudal de señores de la guerra. De ese fracaso abismal proceden los inmigrantes y refugiados que encuentran en la travesía a Europa una aventura menos aleatoria que la de permanecer en sus países fallidos, y a los que los nuevos negreros arrean hacia las costas como si fuesen cabezas de ganado. No se trata sólo del hambre y la pobreza, ni siquiera de conflictos religiosos y étnicos. Mafias neoesclavistas aliadas con el islamismo radical; eso es lo que hay detrás de la gran estampida del Mediterráneo.

El biempensante buenismo europeo tiende a creer, sin embargo, que la culpa es nuestra, del Occidente capaz de crear una izquierda dolorida, como decía Gil de Biedma, por los golpes que la vida no le ha dado. Y acuciado por ese falso remordimiento abre los brazos a la consecuencia sin abrir los ojos a la causa. De lo que Europa es responsable, o al menos corresponsable, es de haber permitido por dejadez o cobardía que el virus de la barbarie arrase gran parte del paisaje africano. De haber jaleado alegres primaveras convertidas en infernales otoños de brutalidad inhumana. De su incapacidad o apocamiento para ayudar a articular estructuras políticas donde hasta no hace mucho había estados.

Por eso la primera prioridad ante la catástrofe migratoria es desde luego el socorro de las vidas náufragas, pero la segunda ha de ser el compromiso de atajar el problema en sus raíces. Europa se juega su supervivencia como sistema social, cultural, demográfico, político, de convivencia y de seguridad, amenazado como nunca por la presión del éxodo que azuzan los yihadistas. Ante este desafío estratégico la tolerancia fronteriza es un suicidio, y la simple política de rechazo, un paliativo. Hay que pensar, decidir y actuar. Pensar con talento, decidir pronto y actuar con determinación.

La respuesta de dignidad humanitaria, imprescindible, se queda en aliviadero de conciencia si no va acompañada de estrategia política, diplomática y tal vez militar. Toda la piedad para los infortunados, ninguna para sus traficantes. La Europa que ha cañoneado barcos de piratas en el Índico no puede titubear para hundir –obviamente vacíos de su carga humana– los de los nuevos mercaderes de personas. Pero eso es una réplica circunstancial y provisoria que de nada servirá si no se estabiliza como mínimo Libia. Y estabilizar implica intervenir, salvo que los buenistas de corazón limpio encuentren mejor alternativa. Esas masas desesperadas son el ariete involuntario de una amenaza tan desaprensiva y tan cruel que utiliza la compasión ajena como arma expansiva. Una amenaza inmune a la retórica y a los sentimientos. Se llama islamismo.