N de nazareno

EL CORREO 06/01/15
CARLOS LARRINAGA,  HISTORIADOR Y PROFESOR TITULAR DE UNIVERSIDAD

Es conocido por todos que en la Alemania nazi las casas de los judíos fueron señaladas con marcas para distinguirlas de las de los ‘verdaderos’ alemanes. Es más, sus propios dueños fueron obligados a lucir en el pecho el distintivo de la estrella de David para ser reconocidos como hebreos por el resto de la sociedad. Ahondando en estas medidas, después vendrían los tristemente famosos campos de concentración y exterminio, al amparo de la ‘solución final’ para acabar con ellos. Pues bien, en el Irak actual, en pleno siglo XXI, nos encontramos con prácticas parecidas en el territorio controlado por el Estado Islámico (EI). Desde el pasado verano, en las puertas de las casas de los cristianos, en especial en la importante ciudad de Mosul, ha sido pintada una N. La N de nazareno. Pues nazarenos fueron denominados los cristianos por Mahoma en el Corán, en recuerdo de Jesús de Nazaret. De hecho, si se calcula que hasta hace unos años en ese país podía haber 1,4 millones de cristianos, en la actualidad se cree que esa cifra ha podido reducirse a unos 300.000. Podríamos estar, sin duda, ante una de las mayores tragedias religiosas de los últimos tiempos, sobre todo, si tenemos en cuenta que en Irak está una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo. Y no sólo eso, sino que, además, los musulmanes iraquíes han convivido secularmente con otras minorías religiosas sin mayores problemas. Y es que, aun siendo un país de mayoría mahometana, lo cierto es que desde hace siglos alberga a otras minorías religiosas, existiendo la cristiana antes incluso de la llegada del islam.

La implantación del EI en Siria e Irak, en realidad, no ha hecho sino acelerar, de la manera más brutal posible, un proceso de disminución del número de cristianos en prácticamente casi todos los países de predominio musulmán en Oriente Próximo y norte de África. El avance de las propuestas de carácter islamista en la mayoría de estos Estados ha hecho cada vez más difícil la situación de los seguidores de Cristo en una región en la que, por término medio, supondrían aproximadamente el 10% de la población. Pensemos, por ejemplo, en los ataques a los coptos en Egipto por parte de los elementos más extremistas. Las opciones radicales del islam son, pues, percibidas con pavor por las comunidades cristianas de la zona. No es de extrañar, por tanto, que los cristianos sirios manifiesten su apoyo sin reserva al presidente Bashar alAsad. Hay que recordar que todos esos dirigentes políticos puestos en la picota en los últimos tiempos por los gobiernos y los medios de comunicación occidentales se caracterizaron, en la mayoría de los casos, por el respeto a las minorías religiosas. El partido Baaz, de inspiración socialista, y al que pertenecieron diferentes dirigentes de Irak y Siria desde los sesenta, apostó por regímenes relativamente laicos, donde la religión ocupaba un lugar secundario en la vida pública y donde las distintas profesiones de fe eran respetadas. Que eran sistemas dictatoriales, o, quizás mejor, caudillistas, desde luego, pero fueron al mismo tiempo impulsores de un nacionalismo de carácter político y de unas reformas sociales más allá de la identidad religiosa en la que se basan las alternativas islamistas hoy en auge.

Pero tampoco hay que olvidar la convulsión política, cuando no bélica, a la hora de explicar el descenso del número de cristianos en la región. Por ejemplo, en Palestina o en Líbano. En el primer caso las cifras son muy elocuentes. En Gaza, con 1,8 millones de habitantes, se calcula que quedan sólo unos 2.000 cristianos, aunque posiblemente sean menos. La grave situación política vivida en toda la Franja en los últimos años, por el conflicto con Israel y la presión de los islamistas de Hamás, ha hecho descender su número drásticamente. Más aún, según Artemio Vítores, padre de la Custodia Franciscana de Tierra Santa, si en el Jerusalén de 1948 el 19,4% eran cristianos, hoy se han reducido al 1,4. Y en Belén en 1967 la cifra alcanzaba al 70% de sus moradores y ha disminuido actualmente a sólo el 12%. Todas éstas son evidencias claras de que el número de cristianos en Próximo Oriente está disminuyendo de manera inexorable, al tiempo que las opciones más radicales del islam no dejan de crecer.

En tales circunstancias no sorprende que hayan saltado todas las alarmas en el Vaticano y que el Papa Francisco insista una y otra vez en la necesidad de preservar la pervivencia de esas comunidades cristianas de Oriente. Algunas extremadamente antiguas, como la de Malula, en Siria, donde sus pobladores han seguido hablando hasta hoy en día el arameo, la lengua de Jesús.

Qué duda cabe de que la guerra civil está haciendo estragos en el legado cristiano de Siria, pero nada comparado con la situación ya mencionada en Mosul y la provincia de Nínive. Es tal la saña y la brutalidad practicadas por los combatientes del EI que desde el verano existe una campaña en las redes sociales en favor de la N de nazareno. Y es que esa N ya no vendría a significar sólo la condición cristiana del participante, sino también su identificación con la libertad de conciencia y de religión, el pluralismo, la tolerancia y la convivencia. La campaña de la N, aparte de apoyar a los cristianos iraquíes, implica también un No rotundo a la barbarie que representa el Estado Islámico. De ahí la necesidad de tomar medidas para frenar su expansión. Y para ello cada vez resulta más evidente que no habrá más remedio que contar con el presidente sirio si se quiere avanzar en la pacificación de la zona, así como con otros actores que estén dispuestos a poner fin de verdad a una ficción de califato que no hace sino pisotear los valores más nobles del islam. No parece han sido fáciles las Navidades para muchos cristianos no sólo de Mosul, sino de muchas otras localidades de todo el Próximo Oriente.