POLISEMIA

ABC-IGNACIO CAMACHO

Impreso sobre la cara del candidato, el lema «haz que pase» sugiere una involuntaria invitación a echarlo

COMO se supone que habrá pasado por cientos de creativos, asesores, gurús demoscópicos y expertos publicitarios cuyos servicios no habrán sido baratos, el lema electoral de Sánchez debe de ser todo un hallazgo. Seguro que se trata de un mensaje meticulosamente diseñado, una maravilla conceptual, un acierto semántico, una síntesis argumental capaz de obrar prodigios extraordinarios, una palanca para movilizar al electorado y una eficacísima fórmula que concitará la adhesión popular en torno a la figura del candidato. Para eso lo han hecho y es imposible que de una tormenta de cerebros tan sabios, de decenas de pruebas comparativas y de los correspondientes estudios de mercado haya podido surgir la más mínima sospecha de fallo. Si los estrategas socialistas lo han elegido es porque están seguros de su efecto práctico, convencidos de lograr con él los objetivos deseados. Pero desde la perspectiva peatonal de un simple ciudadano, de una persona corriente que apenas esté al tanto de las complejas variables sociológicas que en unas elecciones deciden el éxito o el fracaso, resulta inevitable atisbar en el cartel un reverso involuntario que sugiere, con ese «Haz que pase» impreso sobre el rostro del presidente, una imperativa invitación a echarlo.

Porque de eso va esta campaña, que el propio Sánchez plantea en términos de consulta plebiscitaria. Las redes sociales dictaron en seguida su implacable veredicto de guasa, aunque los entendidos sostienen que esos debates de burla espontánea no sólo no perjudican el proyecto que atacan sino que lo difunden y apuntalan. En realidad es improbable que la influencia de un afiche adquiera relevancia más allá de su función de estímulo de propaganda; los factores de decisión del voto se mueven en otras coordenadas. Lo que revela el pasquín es que el presidente quiere centrar la contienda sobre sí mismo ofreciéndose al tiempo como escudo y como diana. El narcisismo de los líderes es una de las características más acusadas de la política contemporánea; raro es que no se haya atrevido, como Pablo Iglesias en 2014, a sustituir en las papeletas el emblema del partido por su cara.

Así planteada la cuestión, los partidos de la derecha, que no están demostrando excesivo talento, tienen el argumentario resuelto. En lenguaje coloquial, se lo han puesto a huevo. El verbo clave, «pasar», tan machadiano, posee un registro polisémico en el que la diferencia entre ocurrir y transcurrir cambia por completo el planteamiento. Es un eslogan de ida y vuelta, perfecto para dirigirse a los votantes con un llamado enérgico a cerrar el paréntesis sanchista como un mal sueño, a alejar al país del horizonte incierto de un Gobierno aliado con los separatistas y con Podemos. El adversario les ha regalado el libreto, quizá porque como aventurero está más acostumbrado al riesgo. Ése es el duelo que quería: todos contra su ego.