Pedro Ibarra-El Correo

  • En el País Vasco, la extensión y peso de los movimientos sociales influye en las instituciones y aporta criterios a los ciudadanos

Los movimientos sociales -sindicalismo, nacionalismo, feminismo, ecologismo, pensionistas, vivienda- tienden a mantener una relación mayoritariamente confrontativa con las instituciones políticas, dirigida a que las mismas tomen decisiones que favorezcan o atiendan sus demandas y objetivos. Ello implica que los miembros de esos grupos y los que les apoyan votan a los partidos que tienen programas de acción similares a los del correspondiente movimiento.

Por otro lado, en las redes de diferentes organizaciones sociales con muy diversos objetivos -grupos urbanos, culturales, ONG de solidaridad con distintos sectores, defensores de derechos humanos, entre otros- su relación con la política es algo distinta a la anterior. Muchas de estas organizaciones tienen un vínculo menos confrontativo y más de frecuente colaboración con las instituciones políticas. Esta práctica más colaborativa genera a su vez una posición más difusa a la hora del apoyo electoral a un determinado partido. Sus experiencias no definen contenidos claros, contundentes y excluyentes en la relación política, lo que les puede llevar -les lleva- a opciones dudosas, en muchos casos solo personales, entre las propuestas políticas en juego.

Un tercer conjunto podríamos denominarlo como grupos de vida. Colectivos que ciertamente tienen objetivos de cambio social pero limitados en el espacio (grupos agrícolas, de barrio…). Como dice Amador F. Savater, son grupos que habitan su propia vida, viviendo lo común en lo común. Grupos abstractos suspendidos en un mundo configurado y dominado por el neoliberalismo, donde sin embargo hay momentos, situaciones que les recuerdan que deben luchar, vivir el deseo de penetrar y romper ese mundo abstracto.

Son experiencias que tienden a ser autosuficientes, a no relacionarse con situaciones políticas colocándose más allá de la política. Sin duda tienen una posición crítica frente a las decisiones políticas existentes. Pero eso no les conduce inevitablemente a luchar a favor -directa o electoralmente- de uno u otro partido de izquierdas. Más allá de la opción estratégica de proponer un cambio sustancial en el sistema político, su posición es la de la distancia.

Así, en este conjunto de experiencias colectivas puede haber una mayoría cuya relación implique un apoyo consciente a una determinada acción política, en concreto a la política de izquierdas. Sin embargo, no todas las organizaciones y grupos muestran una posición positiva hacia la participación política. Son muchos los que tienen una actitud de indiferencia, de ausencia o de dudas que no conducen a opciones políticas claras. En cualquier caso, todas ellas al menos, a través de su acción colectiva, tratan de ‘rellenar’ el vacío democrático.

En nuestras elecciones afortunadamente las cosas son distintas a las opciones dominantes en España

El resto -el gran resto- es la inmensa mayoría. Son aquellos que no participan en los diversos tipos de movimientos o grupos descritos que tienen presencia en diversas instituciones o en el análisis político para el correspondiente voto. Viven en una huelga de nuevo tipo existencial que no encuentra su forma, su modo, de compartir la política. Viven en la incertidumbre sistemática y la distancia radical frente al sistema, sobreviviendo con la interiorización de las lógicas de rendimiento y competitividad; las únicas que dan sentido a su vida cotidiana. Son muchos más que los que votan desde un movimiento o un grupo. Y cada vez más.

La única relación que esta mayoría tiene con la política es el momento electoral. La relación ha evolucionado. Desde los que votan siempre a su partido y consideran los programas y propuestas de esa formación, a otros cuyo voto, cada vez más, está centrado en alguna política muy concreta de un partido (que a lo mejor conocen en el momento de las elecciones). Y, finalmente, la opción mayoritaria, los que votan por razones de desprecio o afecto al candidato que se presenta. No por sus programas, que desconocen absolutamente, sino porque han sido convencidos de que el candidato es un sinvergüenza, o un santo. No hay más. Y así… crece de forma espectacular esta ‘razón’ de voto.

En nuestras elecciones del País Vasco afortunadamente las cosas son distintas a las opciones dominantes en España. La extensión y peso creciente de los distintos movimientos sociales aumenta la presión sobre las instituciones y, al mismo tiempo, se produce una transmisión de criterios y problemas políticos al conjunto de la población, lo que -con una preexistente mayor cultura política- implica un crecimiento en politización de los contenidos.

En el País Vasco está mucho más presente el discurso político temático y asimismo, en un proceso de retroalimentación, esta política de contenidos también está más presente en la sociedad. Es lo que hay. No hay vacío democrático. Menos mal.