El Correo 19/11/12
Tonia Etxarri
Con la amenaza de Jordi Pujol, CiU deja en evidencia el concepto mercantilista que tiene de sus adversarios políticos
Alos dirigentes de Convergencia i Unió se les ve preocupados. Jordi Pujol ha perdido su ‘seny’ al intentar condicionar a los futuros colaboradores del próximo Gobierno dividiéndolos entre incondicionales y ciudadanos a los que, independientemente de su afinidad política, también tendría que servir. Con la publicación de los sondeos en la última semana de campaña catalana, parece que la burbuja soberanista de Artur Mas va pinchando a un ritmo acelerado. Porque la apuesta aventurera de CiU se ha desarrollado en tiempo récord; cuestión de dos meses. El propio expresidente Zapatero, recordaba este fin de semana en un artículo, seguramente para justificar su benevolencia con las negociaciones de la reforma del Estatuto de Cataluña, cuando él gobernaba en La Moncloa, que en el año 2006, Convergencia i Unió todavía no había enseñado su carta independentista. Y, en ese sentido, tiene razón. Entonces CIU, en su oposición a un gobierno tripartito presidido por los socialistas y sustentado por el radicalismo de ERC y la izquierda ecológica y social de ICV defendía una política más pragmática, dejando para un futuro remoto su plan soberanista.
Ha sido ahora, cuando el último presidente de la Generalitat, incapaz de gestionar la crisis económica como era su obligación, ha preferido lanzarse a la aventura de embaucar a los ciudadanos con promesas que han llegado a provocar, en ocasiones, el sonrojo, incluso, entre los más crédulos. Una Cataluña más moderna, próspera, limpia y con mayor éxito en el tratamiento de algunas enfermedades, como si se tratara de un paisaje bucólico, no parece arrancar el entusiasmo de la mayoría absoluta.
Las ensoñaciones independentistas de Mas no logran arrastrar a toda la «excelencia» en la que quiere apoyarse para desengancharse de España en nombre de «todo un pueblo». Los sondeos suelen servir para que los candidatos que no salen favorecidos en ese «retrato preventivo» digan que la verdadera encuesta es la de las urnas. Pero en el caso de CiU, que mezcla, como cualquier nacionalista que se precie, el derecho a decidir que ejercen los ciudadanos cada vez que van a votar para elegir a sus representantes, con el pronunciamiento sobre la soberanía, se percibe la preocupación.
Si finalmente el cuento de Heidi no cuajara, los nacionalistas catalanes tendrían que adaptarse y pronunciar discursos más creíbles y menos crispadores que el alegato del robo y el expolio. No podrán taparse los oídos, como ha hecho en esta campaña, mientras le recuerdan desde Europa (Vivian Reding, el propio comisario Almunia y, ahora, Durao Barroso) que una Cataluña independiente quedaría fuera de la UE. Como táctica electoral le puede valer, pero su recorrido termina el próximo domingo. A CiU se le nota preocupado. Pujol se siente atacado ante las acusaciones de presunta corrupción y es él quien evoca el caso de Banca Catalana para recordar que aquel presunto desvío de más de 500 millones de pesetas de la entidad bancaria, fundada por Jordi Pujol, acabó en agua de borrajas gracias al archivo de la causa por la Audiencia de Barcelona. Pero desempolvar archivos conlleva riesgos. Que una cosa lleva a la otra. Y los guardianes de la memoria recuerdan aquel 24 de febrero de 2005 cuando el presidente Maragall acusó a CiU, en sede parlamentaria, frente a un impertérrito Artur Mas de recibir comisiones ilegales en las adjudicaciones de obra pública. El famoso 3%. Pero la sangre no llego al río porque Mas amenazó con romper la negociación de la reforma del Estatuto y Maragall recogió las velas de su aparatosa nave. Y aquí paz y después, gloria.
En lo que queda de campaña, CiU se teme nuevas situaciones embarazosas. Difíciles de sortear. Por eso, Pujol ha dejado una amenaza, sobre el escenario, nada sutil. Aviso a navegantes para que sus rivales políticos se den por aludidos.
Que sean prudentes a la hora de tomar partido porque, quizás, no salgan en la foto. CiU necesitará «mucha gente», dice el ex honorable, cuando pase el 25-N «pero será de la que se haya comportado dignamente en momentos como éste». La preocupación de los convergentes sobre el uso que sus rivales puedan hacer de la acusación de las presuntas cuentas bancarias en Suiza, es palmaria. Tienen motivos. Porque los socialistas y los de ICV han empezado a hablar de «sombras de duda». Y Ciutadans les recuerda que los juzgados de guardia están abiertos para las querellas. Pero lo más revelador de esta amenaza de Pujol para que sus adversarios no se atrevan a poner en duda su credibilidad, es el concepto mercantilista que tiene el expresident de la clase política que le rodea. No es que crea que pueden venderse por un plato de lentejas. Es que quiere poner precio a su silencio.
Lo grave sería que las elecciones del 25-N encierren un sutil mensaje de segregación en la próxima legislatura catalana: los independentistas, ciudadanos de primera, y los catalanes que se sienten también españoles, a la cola. Que, además de querer dar a las elecciones un cariz de plebiscito frente al Estado, sea un examen de catalanidad segregacionista interior. Mas está dando a esta campaña electoral un tufillo de adhesión inquebrantable, apelando al «momento histórico» y ejerciendo una presión constante sobre los ciudadanos que quieren optar por la normalidad institucional. Los mensajes de Jordi Pujol van en la dirección del premio y el castigo. Esta coacción política inducida no casa con un proceso electoral democrático en donde no debería caber el clientelismo.