¿Es positivo el programa ‘Dando pasos para la paz’?

El investigador británico Michael Little ha realizado un primer análisis del proyecto de desarrollo de estrategias y programas de educación en Derechos Humanos promovido por el Gobierno vasco, Dando pasos para la paz: “…También he sabido que a pesar de sus éxitos iniciales, el proyecto es dudoso…”

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DOS SOCIEDADES CONSTRUYEN LA PAZ

Blogear ofrece a un cauteloso académico como yo la posibilidad de ofrecer una idea aproximada para un debate y confía en que la retroalimentación y una mejor información nos permitan ser más útiles.

Con los años he tenido una gratificante relación con el País Vasco del norte de España, especialmente con San Sebastián. Me gusta la vida, he conocido la cultura y he hecho unos cuantos buenos amigos.

El País Vasco está entre las más ricas de las 15 regiones autónomas de España. Es una parte importante de la base industrial del país (Bilbao escupía humo como las acerías inglesas) pero también se siente grande, rural y marítima.

Las cosas están mejor de lo que estaban pero, fuera de España, los vascos todavía están muy afectados por la relación con el terrorismo como consecuencia de una larga y tremendamente complicada lucha por la independencia de una parte del nacionalismo.

No pretendo empezar a comprender las ramificaciones del conflicto. Pero hace aproximadamente un año me di cuenta de que el Gobierno vasco estaba interesado por los programas relacionados con los patrones sociales y emocionales. Empecé a buscar signos y nombres conocidos pero no encontraba ninguno hasta que dí con la evaluación de Maite Garaigordobil sobre la iniciativa del Departamento de Educación, la Sociedad que Construye la Paz*.

Esta aplicación vasca del ‘Programa de Desarrollo Positivo de la Juventud’ de Richard Lerner dedica 10 clases de 90 minutos a estudiantes de 15 y 16 años, esa edad en la que pueden ser captados para la lucha armada.

El esfuerzo vasco es impresionante. El ensayo, que implicó a 285 estudiantes de 16 colegios, está produciendo unos resultados muy prometedores.

Los estudiantes del programa comenzaron a pensar de forma diferente sobre cómo se comportarían si se enfrentaran con algún aliciente para participar en el terrorismo.

Hasta aquí lo veo bastante claro. He leído la investigación, la he comentado con Maite Garaigordobil y he estado con los coordinadores del proyecto.

También he sabido que a pesar de sus éxitos iniciales, el proyecto es dudoso. Introducirme en países que me son menos conocidos me permite especular por qué podría ser.

Sorprendentemente, el programa pone al descubierto los desastres de la violencia desde las dos caras del conflicto – no sólo con el testimonio de las víctimas de ETA (Euskadi Ta Askatasuna) sino también con el de las facciones antiterroristas de gobierno anteriores, como los igualmente infames GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación).

Este año, por primera vez en 30 años, el partido socialista de España – el PSOE- obtuvo el control de la mayoría del Gobierno vasco de uno de sus socios en gobiernos anteriores, el nacionalista PNV.

Me pregunto si la nueva administración se siente menos cómoda que su predecesora con la idea de utilizar imágenes de la violencia y el cruel testimonio personal como complementos en el programa de prevención de la violencia.

El poco conocimiento que puedo aportar se basa en mi trabajo en Irlanda del Norte, donde cualquier referencia a las pasadas actividades de los grupos paramilitares o a la violencia antiterrorista habrían sido como el beso de la muerte en cualquier programa de prevención.

Irlanda del Norte y el País Vasco no resisten la comparación. La naturaleza fundamental del conflicto y la prosperidad de las dos regiones son diferentes. Pero no veo por qué las características empleadas en los programas de prevención de las dos deban ser muy distintos.

Tal vez haya una oportunidad en el País Vasco para examinar los méritos de los programas que incluyen o evitan representaciones de la violencia que tratan de impedir.

El problema vasco aviva otra de mis preocupaciones: la relación entre las actividades de prevención y los grandes sistemas administrativos. En este caso, el resultado –menos violencia política- sólo puede conseguirse proporcionando de forma constante e intensa un programa y una política efectivos.

Por una parte, posiblemente por una lectura parcial, el sistema se aleja de un modelo demostrado porque la materia ofende a una sensibilidad política.

A aquellos políticos que perfectamente pueden objetar que los conflictos políticos pueden ser resueltos únicamente mediante medidas políticas, no impartiendo en las escuelas programas de prevención, no dando más para que puedan recurrir al asesinato en las calles.

El problema es que en tales circunstancias el hecho de ofrecer una solución con un programa de prevención de la violencia es, en sí mismo, un acto muy político.


* La traducción inglesa del programa no coincide con su denominación castellana que es ‘Dando Pasos hacia la Paz’.

(Michael Little es el director de la Unidad de Investigación Social de Dartington (Gran Bretaña). También es profesor asociado en la Universidad Chapin Hall de Chicago. Es más conocido por sus trabajos en los que establece relaciones entre la investigación, la política y prácticas en Europa y Estados Unidos)

Michael Little, PREVENTION ACTION, 15/1/2010