La mesa de partidos no puede servir para expresar como un hecho indiscutible una insatisfacción con nuestro régimen de autogobierno que no existe en la sociedad vasca, sino sólo en algunos sectores de ésta. Si la mesa se utiliza con este objetivo, aunque sólo sea simbólicamente, sí estaríamos traicionándonos.
Cómo está de cerca la constitución de la mesa de partidos?», preguntaba Lourdes Pérez a Josu Jon Imaz el domingo pasado. La respuesta del presidente del PNV era esta: «Bueno, estamos en el camino para que un acuerdo político en Euskadi sea posible. Creo que en el próximo año y medio vamos a ser capaces de alcanzarlo. Y dentro de este proceso, las mesas son instrumentales. El acuerdo tendrá una serie de fotografías en el camino, necesarias para la sociedad y que deberán ser pactadas. Posiblemente la mesa no sea el principio del camino, sino una visualización de ese principio de acuerdo».
Tres días antes era David Guadilla quien, citando a «fuentes conocedoras del proceso», informaba de conversaciones entre interlocutores del PSE, PNV y la izquier- da abertzale con el fin de encontrar una fórmula sobre el «respeto a la decisión de los vascos» que pueda ser aceptada por todas las partes, fórmula que sería objeto de discusión en una mesa de partidos cuya constitución, en todo caso, parece descartada a corto plazo.
Habrá mesa, pero acaso no sea la que algunos esperan y otros temen. Imaz parece ser más partidario de las mesas de Ikea, instrumentales por encima de todo, que de las mesas de Alsasua: muebles de una sola pieza absolutamente inútiles para la vida diaria pero plenas de simbolismo, heredadas de nuestros antepasados muertos y ellas mismas un muerto imposible de ubicar en una casa normal.
El pragmatismo y la voluntad consensual expresadas en tantas ocasiones por Imaz permiten relativizar el temor hoy por hoy infundado de quienes sostienen que un foro de partidos exterior al Parlamento sería el mayor triunfo político de ETA. Lo que sí puede ocurrir es que, por mor de esas fotografías en el camino a las que se refiere Imaz, se tenga que utilizar una mesa de pino que imite al roble. Es en este punto en el que sí expreso alguna preocupación.
¿Quién necesita esas fotografías? No la sociedad, sino la izquierda abertzale. Y pudiera ocurrir que, con el fin de ayudar a quienes quieren más de lo que pueden hacer, acabemos haciendo más de lo que queremos. La mesa no puede servir para expresar como un hecho indiscutible una insatisfacción con nuestro régimen de autogobierno que no existe en la sociedad vasca (al Euskobarómetro me remito), sino sólo en algunos sectores de esta. Si la mesa se utiliza con este objetivo, aunque sólo sea simbólicamente, sí estaríamos traicionándonos. Esta puede ser la consecuencia perversa de la estrategia del tripartito -decidamos nuestro futuro y luego pactemos su aceptación-, que nos aboca a decidir unos contra otros, haciendo imposible cualquier pacto posterior.
En la entrevista, Imaz reivindicaba como «deber generacional» el logro de un acuerdo que permita encauzar el contencioso político vasco y nos dé una estabilidad «para 15 ó 20 años». En estos tiempos en los que las hipotecas se firman ya a 50 años, dos décadas de estabilidad de nuestro marco político me resultan demasiado poco. Lo deseable sería que fuésemos capaces de pactar para no tener que decidir. Decidir pactar, en principio, sin límites temporales. Revisando sólo aquello que de verdad queremos.
Imanol Zubero, EL CORREO, 15/10/2006