1. Madrid no es Uagadugú

EL MUNDO – 16/07/15 – ARCADI ESPADA

· Me parece la mejor de las noticias que la alcaldesa Carmena, sus labores, haya decidido poner en marcha la web Versión Original que se ocupará, según la idea explicada por sus portavoces, de establecer la verdad en todo aquello que atañe a la gestión municipal y de corregir, pues, los errores o las mentiras que puedan hacer circular los medios. La iniciativa me alegra por dos razones. La primera porque Carmena ha llegado a gobernar Madrid gracias a las mentiras, incluidas las del concejal Carmona.

No tengo a mano una web para pormenorizarlas, pero ha de bastar el enfoque general. La alcaldesa es lo que es gracias a un movimiento que ha basado su éxito en la sistemática y perversa confusión entre la ciudad de Madrid y la capital de Burkina Faso, que es Uagadugú. Mediante la sistemática repetición de las mentiras populistas referentes, por resumir, a los índices de pobreza (desarmados anteayer en este periódico por el ex presidente Joaquín Leguina), a la desnutrición, a la realidad de los desahucios y a la extensión de la corrupción política, Carmena ganó las elecciones. Sus mentiras afectan también a asuntos propios. No es cierto, por resumir algunas de sus mentiras previas y posteriores a las elecciones, que durante sus años como juez decana no tuviera competencias en los desahucios, no es cierto que no aumentaran los desahucios mientras lo fue y no es cierto que los jueces legitimaran la actuación empresarial de su marido. Es, pues, meritorio el propósito de enmienda radical que supone la iniciativa.

Pero lo que sobre todo me alegra es el significado político de su gesto. La nueva ecología mediática permite que las instituciones puedan escribir sin mediaciones su relato sobre los hechos y esto no hará más que facilitar y aumentar la calidad del trabajo del periodismo, una institución, por decirlo en sentido antropológico, independiente de todos los poderes, incluido el peligrosísimo poder del pueblo. La iniciativa supone también tomar conciencia, local y modesta, pero significativa, de que la verdad es un bien que el Estado democrático debe proteger, y que debe hacerlo más allá de la acción de los jueces. Por último, y desde el aspecto puramente doctrinario, sólo puede haber felicidad también en que la izquierda reconozca, después de sus desdichados derrapes posmodernos, que la verdad existe y que, a diferencia de las mentiras, sólo tiene una versión.

Luego hay un riesgo basado en una cuestión, digamos wikierudita. La famosa Bocca della Verità romana, que pudo ser una cloaca.