¿1º de Mayo?

EL ECONOMISTA 01/05/13
NICOLÁS REDONDO TERREROS

· En una época en la que cada día del año se celebra un día internacional que recuerda una idea, conmemora una efemérides o defiende alguna idea minoritaria o a un sector oprimido, parece pertinente preguntarnos por el sentido del 1º de Mayo.
Inevitablemente la reflexión nos obliga a repasar, a volver a pensar sobre la función de los sindicatos occidentales en el siglo XXI. Claro que las dudas disminuyen o aumentan drásticamente, según se mire, si tenemos en cuenta que en España por ejemplo nos encontramos con la escalofriante cifra de seis millones de parados, con una precarización de la vida laboral que impide la organización de un futuro seguro a una inmensa cantidad de jóvenes y, al mismo tiempo, destruye el presente de muchos ciudadanos que a estas alturas de sus vidas ya habían construido el suyo y el de su familia con mucho esfuerzo y sacrificio.

¡Sí! El 1º de Mayo adquiere todo su sentido para los que necesitan mucho y piden algo, para los que careciendo de futuro defienden una esperanza tenue, para los que sienten el peligro de vivir peor que sus padres rompiendo la línea de progreso ininterrumpido durante generaciones, perdiendo esta fecha la costra festivalera que había adquirido durante los periodos de prosperidad, durante los «días de vino y rosas».

La aguda crisis que nos atenaza otorga también un claro contenido a los sindicatos, un definido papel que perdieron durante el periodo de bonanza económica, enlazados en una relación incomprendida con los sucesivos gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero, que pudo ser inconsciente, pero que ha servido para lastrar una parte de su crédito y conceder un argumentario a sus adversarios tan primitivo como eficaz. Pero se equivocarán gravemente si para salir de su difícil situación, se postran ante los movimientos asamblearios que hoy proliferan al socaire de las consecuencias lamentables de la crisis y debilitan su capacidad de llegar a grandes acuerdos en las empresas o con la Administración en sus diferentes ámbitos, fortaleciendo en cambio la confrontación sobre el consenso.

Hoy, con las cifras de paro golpeando las conciencias de los que todavía tenemos trabajo, la necesidad de grandes acuerdos es más imperativa que nunca. Acuerdos de naturaleza política y económica que fortalezcan el debilitado crédito de las instituciones, que disminuyan las obligaciones del Estado -ayuntamientos, diputaciones y administración central- ganando en eficacia y adaptando su magnitud a nuestra capacidad económica.

El gobierno y su partido se juegan la confianza que una mayoría de votantes les otorgó hace poco más de un año, el primer partido de la oposición corre el peligro de convertirse en una oposición sin vocación de alternativa y ambas formaciones pueden terminar siendo prescindibles para una gran parte de la sociedad española, imponiéndose en nuestra sociedad un esquema político italianizado.

Y en ese imprescindible marco de acuerdos, que hoy parecen tan lejanos, los dos grandes sindicatos estarían obligados a jugar un papel determinante. Es más, los sindicatos recobrarían el prestigio perdido si fueran ellos los que actuaran como expresión adelantada de la clara voluntad de la mayoría de la sociedad española, que intensamente pide que aparezca la política de los grandes acuerdos y nos olvidemos del gallinero actual, que irrumpa la política con mayúsculas y quede en el pasado el extenuante espectáculo de patio de vecindad en el que se ha convertido la política española.

Los sindicatos pueden hoy desempeñar el papel que desarrollaron durante la Transición: defendieron a los trabajadores con movilizaciones, huelgas, pero también con negociaciones y numerosos acuerdos… De los propios sindicatos depende su futuro, pero también gran parte del nuestro.