ABC- JAVIER RUPÉREZ. JAVIER RUPÉREZ ES EMBAJADOR DE ESPAÑA Y LO FUE ANTE LA OTAN ENTRE 1982 Y 1983
«La Alianza Atlántica ha constituido y sigue constituyendo una importante garantía de seguridad para sus miembros y mostrado su capacidad para ofrecer la estabilidad en las relaciones internacionales. Ha prestado, en fin, un espectacular servicio a la paz y a la estabilidad mundiales. De torpes o de necios mal intencionados sería no reconocerlo en este su setenta aniversario».
FUE el 4 de abril de 1949 cuando los Estados Unidos, Canadá, Francia, Inglaterra, Italia, Holanda, Luxemburgo, Bélgica, Dinamarca, Islandia, Noruega y Portugal firmaron en Washington el Tratado constitutivo de la Organización del Atlántico Norte. Se trataba de una organización defensiva concebida con el propósito de utilizar si necesario fuera la fuerza militar para «salvaguardar su libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos, basadas en los principios de democracia, libertad individual y el Estado de Derecho», y vertebrada por el compromiso de la ayuda mutua en caso de ataque a uno de sus miembros. El artículo 5 del breve texto es el que recogía el principio: «…un ataque contra uno de ellos en Europa o en América del Norte será considerado como un ataque contra ellos…». Y por lo demás estaba concebida en un ámbito geográfico limitado a «Europa, América del Norte y el Atlántico al Norte del Trópico de Cáncer».
En el nacimiento de la Alianza confluyeron intereses varios: la necesidad sentida por las democracias europeas de hacer frente a la continuada presencia de las tropas soviéticas en el Este de Europa tras el final de la II Guerra Mundial; la incapacidad mostrada por ese grupo, que en diversa medida había sufrido las devastaciones del conflicto, para realizar en solitario la tarea; la convicción de que el enemigo no era ya la Alemania post hitleriana sino la URSS estalinista; y la decisión americana, fuertemente condicionada por el dantesco espectáculo de la Europa tras el conflicto e inspirada por la que llegaría a llamarse la doctrina Truman, de no repetir el error aislacionista tras la I Guerra Mundial y permanecer en Europa al lado de los países democráticos con el propósito de ayudar a su reconstrucción, garantizar su defensa y crear vínculos permanentes políticos y económicos.
El proyecto inicial mostró pronto su capacidad atractiva tanto por razones geopolíticas como ideológicas, y así Grecia y Turquía se adhirieron al Tratado de Washington en 1952, mientras que la recién creada República Federal de Alemania lo hacía en 1955 y España, en la que sería decisión fundamental para la orientación de su política exterior tras la muerte de Franco, lo realizaba en 1982. La desaparición de la URSS y consiguientemente el Pacto de Varsovia en 1991 hizo pensar a ciertos círculos que el paralelismo debería desembocar también en la clausura de la OTAN, una vez superada la Guerra Fría. Sin embargo, tanto sus miembros del momento como los potenciales del futuro estimaron que su utilidad no estaba agotada. Y así, en búsqueda de la seguridad de la asociación libre para la defensa que la OTAN había llegado a encarnar, y con la obvia intención de hacer frente a eventuales incursiones neo-soviéticas, fueron los antiguos miembros del Pacto de Varsovia y repúblicas independientes desgajadas de la Federación Rusa las que solicitaron su adhesión al conjunto. A ellos se fueron uniendo algunas de las nuevas entidades soberanas procedentes de la extinta Yugoslavia. Y así llegaron a formar parte de la OTAN en 1999 Polonia, Hungría y la República Checa. Y en 2002, Bulgaria, Estonia, Letonia, Ucrania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia. Y en 2009 lo hicieron Albania y Croacia. Y en 2017, Montenegro. Mientras que aguardan su petición, con diversas perspectivas, Ucrania, Bosnia Herzegovina, Georgia y Macedonia del Norte. Los doce miembros iniciales de 1949 se han convertido setenta años más tarde en los 29 actuales, incluyendo países europeos en el Norte, el Sur el Este y el Oeste del continente y con la posibilidad de ampliar todavía más su número en el próximo futuro.
Es difícil encontrar en la historia universal el caso de una alianza político militar tan exitosa como la encarnada por la OTAN. Sobre todo si se tiene en cuenta que, a diferencia de lo que ocurría con el Pacto de Varsovia, los aliados atlánticos lo son como consecuencia de su libre y soberana decisión. Que la hayan tomado precisamente para conjurar las servidumbres a las que se vieron despóticamente sometidos sobre los tiempos de la Guerra Fría dice todo sobre el alcance del conjunto y sobre su misma eficacia. También lo dice todo sobre el sistema de forzadas alianzas internacionales que la URSS impuso durante su existencia.
La OTAN ha constituido y sigue constituyendo una importante garantía de seguridad para sus miembros y mostrado una reconocida capacidad para ofrecer la estabilidad en las relaciones internacionales. Ha disuadido aventuras ajenas y limitado su proyección al propósito defensivo originario, aunque la evolución de los tiempos haya aconsejado su intervención en escenarios lejanos a los originariamente previstos: Serbia, Bosnia, Afganistán, Somalia, Libia. No todos realizados con el mismo éxito, pero todos demostrativos de una voluntad común para propiciar respeto a fórmulas pacíficas nacionales e internacionales de convivencia. Ha puesto en funcionamiento el mecanismo del artículo 5 del Tratado sólo en una ocasión, cuando los Estados Unidos sufrieron los ataques terroristas del 11 de Septiembre de 2001, encontrándose incluso con la evasiva de Washington y el rechazo de la oferta. Y sólo en la mente de los nostálgicos de la URSS, que de manera tan precisa encabeza Putin, puede encontrar cabida la afirmación de que la expansión de la OTAN hacia el Este tenga propósitos ofensivos contra la Federación Rusa.
Resultaría inadecuado ignorar que este significativo aniversario viene cargado con las sombras que ahora aquejan al internacionalismo liberal nacido al calor de la postguerra en 1945 y pegajosamente subrayadas por el neo nacionalismo trumpiano, especializado en abrazar al adversario y denigrar al aliado. No es infundada la exigencia de que los socios cumplan con sus obligaciones defensivas. Pero sí lo es el poner radicalmente en duda los principios, la experiencia y los resultados que han unido en una común voluntad defensiva a una buena parte de las democracias que en el mundo son. La OTAN ha prestado un espectacular servicio a la paz y a la estabilidad mundiales. De torpes o de necios mal intencionados sería no reconocerlo en este su setenta aniversario. Quieran los hados que sea su primero en el cómputo.