GATOPARDISMO

De mazas y de hombres

LIBERALISMO es hoy una de las palabras más desgastadas de nuestro vocabulario político. Sometida a un intenso uso y abuso en la esfera pública, quien participa en una conversación sobre política puede que no sepa muy bien a qué atenerse cuando alguno de los participantes dice ser liberal. Al punto que, si no queremos conformamos con un diálogo basado en sobreentendidos, toca rellenar la copa, armarse de paciencia y esperar a que el campeón del liberalismo realice algunas maniobras de aproximación al concepto para empezar a entendernos.

La razón que explica la dificultad para comprendernos cuando hablamos de liberalismo es que, paradójicamente, el liberalismo ha muerto de éxito. Dicho de otro modo, su programa original ha sido realizado y asumido por la mayoría de las ideologías en el orbe occidental. Hasta el punto que lo hemos perdido de vista. ¿Cuál era este programa? Algo tan sencillo y revolucionario como la teoría y la praxis de la defensa de la libertad individual a través del Estado constitucional, como recordaba Giovanni Sartori. Núcleo innegociable que, primero, justifica el poder político en las sociedades modernas y, segundo, permite abrir el debate sobre qué ideología sirve mejor a la causa.

Por desgracia, la identidad histórica del liberalismo ha desaparecido del debate público. Al contrario, hoy triunfa una versión caricaturizada del liberalismo cuyo significado se reduce a ideología que santifica el mercado sobre cualquier otra institución social. Una caricatura que alimentan, a dos manos, tanto quienes abrazan esta versión del liberalismo con fe religiosa, como quienes lo combaten como la encarnación del mal absoluto. Pues ambos coinciden en orillar su componente político original. Para los primeros la política liberal es un estorbo al libre desarrollo de la economía, para los segundos no significa más que la consagración del privilegio de la clase dominante.

Cómo y por qué el liberalismo ha perdido la batalla de las palabras lo cuenta con maestría el profesor Ángel Rivero en su edición de La libertad de los modernos de Benjamin Constant. Libro que acaba de publicar Alianza Editorial en el bicentenario de la obra. Un autor que merece la pena leer y releer para reverdecer el significado original de una doctrina que, por amor a la libertad individual, nos puso en alerta frente a los cantos de sirena del poder ilimitado. De todo poder ilimitado. «Hay mazas demasiado grandes para el brazo del hombre», fue la forma poética elegida por Constant para recordárnoslo.