Tonia Etxarri-El Correo
Esa es la pregunta del ‘millón’ que los políticos se permiten responder según sus intereses y, por lo tanto, yerran en tantas ocasiones. ¿Qué prefiere la gente?
Con el Gobierno que no acaba de conformarse por falta de apoyo, hemos visto reacciones de todo tipo. En este largo periodo de ‘impasse’ en el que Pedro Sánchez sigue con las manos atadas y con la fantasía de poder hacer promesas sin recursos, los sufridos contribuyentes esperan la fumata ‘blanca’ con el corazón partido. ¿Un mal Gobierno o nuevas elecciones?
Esta semana arrancará el curso político en Euskadi. Unos días antes que en La Moncloa, donde su inquilino en funciones se está haciendo el remolón porque prefiere empezar a trabajar cuando el calendario marque, inexorablemente, el mes de septiembre. El campo está trufado de incertidumbres. Además de las económicas (que los socialistas, como ya ocurrió en tiempos de Rodríguez Zapatero, tardarán en reconocer), planean las políticas sobre un país desconcertado.
El Ejecutivo vasco, integrado por el PNV y PSE, ha decidido no criticar en público a Pedro Sánchez por su tardanza. Ni negocia ni gobierna. Transita, improvisa y se contradice. Le queda sólo un mes para comprobar si se ve abocado a convocar o no elecciones y, sin embargo, ha optado por retrasar el contacto con los partidos políticos. Es una táctica para presionar a Podemos hasta el desgaste que se puede volver en su contra. Pero los nacionalistas de Urkullu y Ortuzar prefieren creer (eso es lo que les conviene) que no va a haber nuevas elecciones. Y aunque este escenario de paralización institucional ha dejado la negociación de las transferencias en el limbo político, se van a mantener en la lista de espera.
Del veraneo de Sánchez, que ha sido capaz de surcar las procelosas aguas del Mediterráneo de los inmigrantes y expatriados africanos cambiando de rumbo según soplaba el viento, sólo se sabe que sigue insistiendo en una fórmula de gobierno ‘a la portuguesa’. Una frágil referencia teniendo en cuenta que Portugal, cuando entró en crisis, fue cuando estuvo gobernada por una izquierda que aplicó programas de ajuste económico muy severos con rebajas salariales y de pensiones y con una dura reforma laboral. Pero Sánchez, en sus últimas apariciones, huye de las preguntas incómodas de los medios. Para eso están sus ministros en funciones.
El caso es que -¡vaya contrariedad!- el actual primer ministro de Portugal, el socialista Antonio Costa, ha dicho a sus electores que hay que huir del modelo de gobierno ‘a la española’. No le sirve la referencia de su compañero Sánchez porque «gobierna en una situación de ingobernabilidad». Una radiografía casi tan precisa como un bisturí. Sánchez está gobernando en una situación de ingobernabilidad. Aunque actúe como si tuviera mayoría absoluta.
La realidad es otra. Se ha movido por impulsos, con la ley del embudo bajo el brazo. Pactando con Podemos en comunidades autónomas y ayuntamientos pero despreciándolos ahora para formar un Gobierno de coalición. Adornándose con su defensa de que gobierne la fuerza política que haya resultado ganadora en las urnas porque eso es «lo que la gente ha votado», pero no le ha valido para Navarra, en donde ganó el centro derecha. Sánchez se apoya en una mayoría «progresista» que luego no existe en el Congreso de los Diputados. Por eso, en un apurado juego de interpretación chapucera de los resultados electorales, ha ido modificando su definición de los demás. Independientemente de lo que diga, los hechos no engañan. De los pactos suscritos hasta ahora se deduce que el PNV es centrista y EH Bildu, moderado, que fueron quienes facilitaron, junto a Podemos y Ezkerra, el Gobierno navarro a los socialistas.
El PP vasco se prepara para el próximo curso con la celebración de su convención el 13 y 14 de setiembre. En pleno proceso de readaptación para presentarse como un partido centrado y útil en el Parlamento vasco, negocia con el PNV mientras quiere seguir siendo la voz de la memoria de quienes sufrieron los zarpazos del terrorismo. Nacionalistas y socialistas le acusan de «utilizar» a las víctimas que se muestran críticas con ellos. Dirigiendo el mismo argumento contra las víctimas críticas con el centro derecha, ¿habría que decir que están siendo utilizadas por la izquierda? Lo que quiere la gente se irá reflejando en las urnas. Hay hartazgo. Y preocupación.