ANTONIO ELORZA, EL CORREO – 10/04/15
· La legitimación de la barbarie del Estado Islámico reside en que, para el islam, la creación determina la servidumbre radical y universal del creyente.
Por mucho que se esfuerce la comisión especializada del Estado Islámico (EI), las justificaciones en los textos sagrados para sus últimos actos de barbarie resultan traídas por los pelos. La acción de quemar al enemigo de Alá tiene antecedentes sueltos y muy forzados, sin encajar nunca en el modo canónico de ejecución practicado por el Profeta, al cual se refería de modo puntual Mohammed Atta en vísperas del 11S. Es más ortodoxa la vocación de destruir los ídolos, y no solo porque los ángeles no entren en una casa donde haya imágenes o perros, y porque el Profeta diera el gran ejemplo al destruir los ídolos de la Kaaba tras su entrada en La Meca, sino porque el artista al producir sus obras trata de emular la condición de creador, que se encuentra reservada para Alá: por ello irá al infierno.
En cuanto al comportamiento frente a las ‘gentes del libro’, el Estado Islámico trata en su fachada de asumir la forma de dominio canónica de su tutela como dhimmíes, pero en la práctica las iglesias son destruidas, como las cruces, y los cristianos huyen. El ejemplo del atentado de Túnez es de sobra elocuente. Los turistas de El Bardo no eran culpables de nada, como supuestamente por sus ofensas a Mahoma lo eran los dibujantes de ‘Charlie Hebdo’. Nada importó que fuesen o no creyentes cristianos o judíos; eran occidentales, y en consecuencia portadores de la ignorancia primordial (yahiliyya) que en las circunstancias actuales de lucha a muerte por el islam les hacen merecedores de eliminación.
La estrategia del Estado Islámico conjuga: a) una visión muy simplificada en sus fundamentos doctrinales salafíes, intentando aplicar las formas de acción/violencia que marcaron la fase expansiva del primer islam en una yihad permanente, sin matices como los mencionados de cara a cristianos y judíos; con b) una aplicación estricta de las formas de estricto control religioso y social para imponer en todo el criterio de «promover lo mandado e impedir lo prohibido» (hisba), que fijara en torno a 1300 Ibn Taymiyya en su Gobierno de la sharia: un orden islámico cerrado; y con c) un elemento de radical modernidad en la comunicación social y en la difusión a escala mundial de las propias ideas mediante la imagen. Es así como el Estado Islámico no duda en favorecer que medios de comunicación elaboren pormenorizados reportajes –como el de ‘Vice’ en YouTube– donde los rasgos de la vida religioso-social de Raqqa bajo la hisba son descritos con detalles, decapitaciones y crucifixiones incluidas. Al gulag yihadista le gusta exhibirse. Visto el éxito de propaganda logrado, cada acto de barbarie es un ensayo dirigido a incrementar el impacto de los anteriores. Se cumple así el versículo 8-60: aterrorizarás a los enemigos de Alá, porque son tus enemigos.
Desde el enfoque extremo del EI, el concepto de hombre desaparece, y ahí reside la legitimación de su barbarie. Solo existe el creyente sometido radical e ilimitadamente a la divinidad. La raíz se encuentra en que contra lo habitualmente afirmado, la idea del Dios omnipotente y omnipresente no se construye desde arriba. Previo a ese final, el punto de partida se encuentra en la expresión ‘abdallah’, esclavo de Alá, ya que la relación con el ser divino arranca desde abajo, y responde a la institución de la esclavitud en el mundo árabe preislámico. En el judaísmo y en el cristianismo, la criatura depende del Creador, pero puede incluso protestar –como Job, como el judío sin fortuna en ‘El violinista en el tejado’–, o ver como la divinidad supera ese dualismo al hacerse hombre sin dejar de ser Dios. Para el islam, la creación determina la servidumbre universal, incluso Mahoma «es nuestro esclavo» (Corán, 2, 23).
También en el Corán la esclavitud es refrendada en el plano social, siendo vista como una total dependencia, asentada sobre la propiedad ilimitada que ejerce el amo sobre el esclavo: el amo puede castigarle o manumitirle, y gozar de sus esclavas, incluso casadas. Dios se relaciona únicamente con los libres; «Dios propone un símil: un esclavo bajo el dominio de otro, desprovisto de todo poder, y un hombre sobre quien hemos volcado nuestros favores y que gasta libremente, ¿son ambos iguales?» (16,75). Es una relación del tipo a:b::b:c, donde la servidumbre terrena deviene modelo para la obligatoria e irredimible respecto de Alá. Y el propietario solo puede ser el creyente, de manera que los no creyentes carecen de acceso a su condición, al faltarles el vínculo con Dios. No pueden ser fundidos en una categoría común.
Llevado al extremo ese planteamiento por el Estado Islámico, no tiene sentido clamar contra la inhumanidad de actos como la destrucción de iglesias o de los monumentos del área de Mosul. Justamente aquí nació hacia 1840 la arqueología oriental y en ellos llega a su etapa final como emblema del poder el itinerario del hecho religioso, descubierto en tanto que rasgo humano en Mesopotamia. La geografía determinó en Egipto una relación inmutable entre hombre y medio, poder político y mundo divino. La simetría alcanzó incluso a la muerte. El medio natural mesopotámico estuvo en cambio marcado por la inseguridad (terremotos, sequías, crecidas, guerras) y la consiguiente exigencia de afrontar los límites – el de la propia vida, en el Gilgamés– y la relación con unos dioses asimismo conflictivos. El equilibrio solo se alcanza mediante la acción del gobernante, victorioso (o no) en la guerra, constructor de ciudades y diques, definidor de un código de justicia. La dependencia de los dioses obligaba a una posición activa, al asumir una actitud consciente ante ellos, por la ofrenda y el rezo. Aunque en un marco jerárquico infranqueable, emerge el sujeto del vínculo con lo divino, el hombre, y el hecho que lo define, la religiosidad. No hay en cambio religiosidad cuando el nivel consciente desaparece y ese nexo se reduce a la sumisión irreflexiva.
ANTONIO ELORZA, EL CORREO – 10/04/15