ABC 03/06/15
IGNACIO CAMACHO
· La pitada va a dejar secuelas ingratas. El hartazgo ante la insolencia nacionalista ha cuajado en un estado de cabreo sólido
SE está enquistando lo de la pitada de la Copa. Existe un hartazgo nacional ante la insolencia separatista que ha cuajado en un estado de cabreo sólido, un malestar revenido que clama contra la impunidad de la monumental falta de respeto a España y los españoles y salta por encima de los intentos de minimizarla como un incidente pasajero o una provocación soslayable. El abucheo al himno y al Rey ya había sucedido antes pero esta vez se ha convertido en una especie de línea roja del fastidio; mucha gente no está dispuesta a mirar para otro lado. Quizá el ensañamiento envalentonado y orquestal de los alborotadores y la sonrisa cínica, desfachatada, hiriente de Artur Mas sean la chispa que ha encendido el enojo de una opinión pública sobrepasada en su margen de tolerancia ante el agravio.
El asunto va a dejar secuelas ingratas. Hilos descosidos de la cohesión sentimental española. Las simpatías de muchos ciudadanos por los dos finalistas se van a resentir tras esta afrenta gratuita y desaprensiva a la convivencia común. Tampoco salen bien parados por su actitud meliflua jugadores de general admiración, como Xavi o el idolatrado Iniesta, a quienes el ambiente soberanista catalán ha apocado a la hora de exigir respeto a la nación cuya camiseta han defendido y cuya autoestima han llevado a la gloria. Les hubiese costado muy poco apelar siquiera en abstracto a los valores deportivos de la integración y la armonía. No se han atrevido. Cortos de coraje cívico y moral, se les han aflojado las piernas como ante un feroz defensa cazatobillos. Han regateado a su propia condición de símbolos emocionales de todos.
La punición penal del ultraje se antoja difícil; puede colisionar con el derecho constitucional a la protesta, con la protección legal de la libertad de expresión, y provoca un resbaladizo debate jurídico. El recurso de cambiar la ley, como pretende el PP, no tiene efecto retroactivo y tal vez esté desenfocado. Es a la justicia deportiva a la que hay que apelar, al reglamento de sanciones de una competición que sus participantes han menospreciado. En el código del deporte los clubes son responsables del comportamiento de sus aficionados, y además los dirigentes del Athletic y el Barça se han mostrado complacientes con el gesto insultante, incapaces de formular una condena. La lógica elemental sugiere que no deben competir en un torneo quienes tan explícitamente rechazan a su patrocinador, y puede haber en la nueva reglamentación antiviolencia elementos bastantes para considerar la odiosa bronca del Camp Nou una manifestación patente de agresividad hostil incompatible con el espíritu del deporte. Las autoridades tienen que devanarse el cerebro para encontrar el modo de que la ofensa no quede sin castigo. Tendrán que buscar fórmulas, tomar conciencia del estado de opinión y ser valientes; lo único que no puede suceder es nada.