JON JUARISTI – ABC – 16/08/15
· Aunque el 34 regresara sólo como farsa, deterioraría gravemente la arquitectura del Estado.
El verano de 1934 presenció un adelanto de lo que se preparaba para octubre –nada menos que un cambio de régimen por vía insurreccional– cuando los ayuntamientos vascos, tanto los de mayoría nacionalista como los gobernados por la coalición republicanosocialista, se negaron a acatar la autoridad de las gestoras de las diputaciones con el pretexto de que éstas se habían conchabado con el ministro de Hacienda para cargarse los conciertos económicos. Fue el primer acto de desobediencia explícita al gobierno de la derecha republicana, que reaccionó deteniendo a los ediles díscolos y encarcelando a sus cabecillas. Hay que tener en cuenta que no existía aún en el País Vasco un régimen autonómico, pero la plataforma de ayuntamientos se empode
ró con tan mala fortuna que dejó acéfalos a los principales municipios de la región hasta las elecciones de febrero de 1936. El 6 de octubre fue un verdadero gobierno autonómico –el único entonces existente, el catalán– el que se levantó contra la II República proclamando la Federal en plan cartagenero. Y también se dio el gran batacazo con Companys a la cabeza. Que Mas se disfrace ahora de Companys no es buena señal, porque aunque la tragedia del 34 regresara sólo como farsa a Cataluña, que es como previsiblemente regresará, el entramado autonómico quedaría hecho unos zorros.
En esta línea, el plante de las comunidades gobernadas por la oposición al ministro Méndez de Vigo tiene toda la pinta de ser una maniobra preparada por el PSOE con la colaboración de los nacionalistas para iniciar una escalada de desacatos al gobierno de Rajoy, como la de los ayuntamientos vascos al de Samper en el verano del 34 (que fue urdida desde el principio por Prieto). Ante el desafío autonomista a la legalidad, el Gobierno del Estado puede replegarse, aceptando tácitamente que no puede imponer lo legislado en la época de Wert, o reaccionar con autoridad, forzando a las autonomías a cumplir la ley. En cualquier caso, no lo va a tener fácil porque se ha iniciado ya la primera fase del proceso. La segunda, evidentemente, serán los comicios soberanistas de Cataluña. Pero falta la tercera pata del banco. Lo que en 1934 fue la insurrección obrera (un tercer y trágico fracaso).
En la farsa insurreccional del próximo otoño no habrá rebelión armada proletaria. Lo que se prepara es una revuelta oclocrática, con mucha movilización callejera y folclore frentepopulista. La oclocracia, como recordaba el recientemente fallecido Robert Conquest, consiste en la adulación de la revuelta urbana por parte de las direcciones políticas: una perversión de la democracia para derribar gobiernos por la presión de las muchedumbres en la calle (bastaría, según Conquest, con que se diera una movilización suficientemente ruptural y a ser posible violenta en un par de ciudades importantes, que a veces deciden con éxito el destino de la mayoría no movilizada). Obviamente, el frente oclocrático que se está montando incluiría a Podemos, Izquierda Unida, los independentistas catalanes, la izquierda abertzale (y a Mónica Oltra, si le dejan).
El PSOE no se embarcaría esta vez en el Turquesa, pero aguardaría hasta ver si los acontecimientos deslegitiman al gobierno del PP y favorecen su propia victoria. De momento, no se suman a los prolegómenos de la movilización oclocrática, pero no hacen nada por desalentarla en ninguno de los dos escenarios donde probablemente tendrá lugar. O sea, en Barcelona y en Madrid, por este orden (sus ayuntamientos son ya más oclocráticos que democráticos y desde hace cuatro años las dos ciudades se han convertido en laboratorios de la kaleborroka neopopulista).
JON JUARISTI – ABC – 16/08/15